La política exterior y de seguridad norteamericana depende más de las necesidades del complejo militar-industrial que de las ideas de un presidente. Cada vez que surge un Carter o un Clinton, es rsucedido por un Reagan o por un Bush.
Por Walter Goobar
Wgoobar@miradasalsur.com
Con el doble de dinero recaudado que su rival, una aMplia ventaja porcentual a nivel nacional y buenas expectativas en la decena larga de estados en litigio, todo apunta a que el senador Barack Obama será elegido el próximo 4 de noviembre presidente de los Estados Unidos.
Sin embargo, una semana en política es una eternidad en la que pueden pasar muchas cosas.
Barack Obama lleva dos años sin decir casi nada y continúa encandilando a sus seguidores. Se lo ve seguro de lo que dice, de lo que no dice y, sobre todo, de cómo lo dice, por lo que la posibilidad de una metedura de pata queda reducida a su mínima expresión.
Antes de que sobreviniera la crisis financiera, Barack Obama machacó que la campaña presidencial era un referéndum sobre la política exterior de la Administración Bush, especialmente sobre Irak. John McCain, a su vez, intentó transformar las elecciones de un referéndum sobre la herencia de Bush -que él no podía ganar- en un referéndum sobre Obama y sus políticas.
Toda la campaña ha girado en torno al tema del cambio. Evolucionó desde un referéndum sobre Bush -que los republicanos no podían ganar- hacia un referéndum sobre Obama -que los demócratas no podían ganar- y a un referéndum sobre Palin y el nivel de criterio de McCain.
También está latente el riesgo de un atentado de Al Qaida. A Osama bin-Laden le gusta participar en procesos electorales ajenos y ha conseguido resultados memorables. Una simple amenaza de Osama perjudicaría a Obama y beneficiaría a John McCain McCain, que todavía no da todo por perdido.
Por último, no se puede subestimarestá el voto oculto antinegro. Muchos electores dicen estar dispuestos a votar a un candidato al que luego retiran su favor por ser negro. Hay precedentes históricos y el tema está estudiado. El problema es cómo medir esa bolsa.
LoS ojos del mundo están puestos en la noche del próximo cuatro de noviembre en la que se conocerá quién va a ser el próximo inquilino de la Casa Blanca y el gerenciador de la crisis global. En realidad el mundo ya ha decidido que prefiere a Barack Obama.
El senador por Illinois promete cambio y eso se interpreta como dos cosas paralelas: un mundo menos convulsionado; y una política exterior menos belicosa. Pero es un grave error pensar que con Obama al frente de los Estados Unidos todos los problemas se habrán resuelto, el mundo será un lugar más plácido en el que vivir porque habrá terminado el desenfreno intervencionista y militarista. Sólo quienes desconocen la historia de los Estados Unidos pueden permitirse esas fantasías.
La política exterior y de seguridad norteamericana depende más de las necesidades del complejo militar-industrial que de las ideas de un presidente. Cada vez que surge un Carter o un Clinton, es rsucedido por un Reagan o por un Bush.
Desgraciadamente, el mundo después de Bush seguirá plagado de riesgos y amenazas políticas, económicas, militares y financieras, por citar sólo unas cuantas.
Si gana Obama, la buena noticia para los demócratas es que George W. Bush estará camino de su retiro en Texas; la mala, que la "doctrina Bush" se va a quedar con ellos por mucho tiempo. Al menos mientras Estados Unidos considere que tiene que dar respuesta a los mismos retos estratégicos. Ya pasó con Truman en su día. Hoy por hoy no hay ninguna alternativa de fondo a las señas de identidad de la administración Bush. Con las nuevas caras vendrán nuevos modos y otro tono, pero nada más-
Diario Miradas al Sur
26-OCT-2008