El brutal ciclo de la violencia que de manera espasmódica sacude al Medio Oriente, se ha puesto en marcha nuevamente y nadie se atreve a vaticinar cuando o donde se detendrá.
Por Walter Goobar
Ocurrió de nuevo. Es como una milenaria pesadilla que se repite y de la que no se logra despertar: cadáveres, cuerpos mutilados. sangre, llanto y agonía. El brutal ciclo de la violencia que de manera espasmódica sacude al Medio Oriente, se ha puesto en marcha nuevamente y nadie se atreve a vaticinar cuando o donde se detendrá.
Estuve en la Franja de Gaza en dos oportunidades: la primera, en mayo de 1994, un mes antes del retorno del líder Yasser Arafat a Palestina, cuando todo era euforia y optimismo frente a la recién ganada Autonomía.
Desde que se retiraron las tropas israelíes, las arenas prohibidas y contaminadas de las playas de Gaza se habían convertido en un obligado punto de reunión. Cada atardecer miles de hombres, mujeres y niños provenientes de los hacinados campos de refugiados, se reunían en torno a fogatas encendidas en las orillas del Mediterráneo, a contemplar el mar, compartir un trozo de carne de cordero asada a las brasas o bailar sobre la arena siguiendo la música que emitía algún pasa-cassette. Los palestinos eran, entonces, uno de los pueblos más laicos del mundo árabe.
La playa con alambre de puás sobre la que se encontraba la guarnición militar israelí y el siniestro centro de detención Ansar 2 se habían convertido en el símbolo de la libertad recién ganada. La euforia y el optimismo se adivinaba en los rostros de los 1,5 millones de personas que vivían en Gaza, la mitad e los cuales eran refugiados de los diferentes conflictos entre palestinos e israelíes en los últimos años.
La franja era y es un rectángulo de 46 kilómetros de largo por entre 6 y 10 de ancho que se extiende a lo largo de la costa del Mediterráneo y está rodeada por los desiertos de Negev y Sinaí. La ciudad de Gaza tiene una de las mayores densidades de población del mundo.
Pero la paz no logró demostrarle a los palestinos que podían convertir este gigantesco campo de batalla que fue Gaza, en algo distinto a un infierno de hambre, desocupación y hacinamiento.
Sólo tres años después, en 1997, fui nuevamente testigo de como esa región comenzaba a dejarse ganar por la frustración y el escepticismo. Las palabras "colonización, explotación, expulsión, masacre, miseria, ocupación, frustración, rebelión, miedo, terror, odio", aparecían en los testimonios de los mismos entusiastas palestinos que tres años antes esperaban el retorno de Yasser Arafat, como padre fundador del nuevo Estado.
El anciano Arafat a quien entrevisté en esa oportunidad estaba cediendo poder frente a una nueva casta de funcionarios y burócratas, mientras que la gente acusaba a muchos antiguos guerrilleros
de la OLP de "corrupción, nepotismo, especulación, enriquecimiento ilícito, abuso de poder, negociados, burocracia".
Lo cierto es que frente a la intransigencia israelí, los dirigentes palestinos solamente lograron borrar las señales físicas de la ocupación pero no consiguieron superar la endémica dependencia económica que aún hoy mantienen con respecto a Israel.
Tampoco supieron generar auténticas instituciones estatales ni preestatales. Eso fue lo más grave.
Bajo un sol de plomo, los palestinos de la caótica, Gaza, sin más fuentes de producción que una a destartalada embotelladora de Seven-Up, se fueron volcando hacia el fundamentalismo islámico que encarnaba Hamas. Todo el terreno que la OLP cedía, Hamas lo ganaba. Palmo a palmo desalojaron a la OLP del poder.
Los jóvenes escuchaban a grupos musicales como Shehadin (Mártires), que machacaban la idea de la Jihad, la guerra santa contra Israel. La publicidad corría por cuenta y orden de las mezquitas y los recitales se realizaban en alguno de los callejones más miserables y polvorientos de Gaza.
La muerte gloriosa, el suicidio en la acción, el martirio en nombre de Alá eran temas recurrentes. El concierto alcanzaba su climax cuando los espectadores coreaban: "Estoy volviendo con las valijas repletas de bombas".
--"Aquí en Gaza los jóvenes viven hacinados como animales, sin trabajo, sin distracción, sin posibilidades de emigrar ni de fundar una familia. Poco a poco se sienten muertos en vida y su corazón se transforma en bomba. Y un día, sin avisar a la familia, correrán con un arma cualquiera a una operación suicida. No les importa morir porque ya se sienten muertos", me confió un clarividente periodista palestino.
Como represalia ante cada atentado terrorista, Israel impedía la entrada de los trabajadores palestinos autorizados para recorrer los 71 kilómetros que separan Gaza de los sofisticados hoteles y restaurantes de Tel Aviv. Hombres mujeres y niños se veían condenados a la asfixia económica sin otra perspectiva que la de vagar durante el día entre el polvo, las montañas de basura y las aguas fétidas, porque en Gaza no existe la más mínima infraestructura sanitaria ni los servicios imprescindibles para poder vivir con cierta dignidad.
La reciente demostración de fuerza de Hamás en el acto público con el que celebró su 21 aniversario el pasado 14 de diciembre, y las declaraciones amenazadoras de sus líderes en Gaza y Damasco, culminaron con la cancelación del alto el fuego de seis meses con Israel.
Con su táctica de lanzar misiles Kassam contra poblaciones israelíes, el movimiento de la resistencia islámica Hamas y, sobre todo su brazo armado, las Brigadas Ezedin al Kasam, sólo pueden jactarse de haber conseguido dos objetivos cruciales; jaquear el concepto de invulnerabilidad dentro de Israel y colocar al borde del abismo a toda la región.
Con la excusa de las matanzas perpetradas por los misiles prefabricados de Hamas, a los halcones y extremistas israelíes les resulta sencillo camuflar sus acciones con justificaciones basadas en la seguridad y pintar su rechazo al diálogo y la negociación con el color de la sangre derramada. De esa manera, el fundamentalismo palestino, retroalimenta el fundamentalismo de esa otra vociferante minoría israelí que cada tanto pone en tela de juicio la posibilidad real de la coexistencia entre las estirpes de dos pueblos y dos Estados condenados a entenderse o, al menos, a convivir.
Diario Miradas al Sur
28-DIC-2008