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MAGDALENA RUÍZ GUIÑAZÚ

"Soy burguesa ¿y qué?"

En esta entrevista, Magdalena realiza dos confesiones. Una: los conflictos que tuvo con su conservadora familia por su participación en la Conadep. La segunda: la manera en que los ejecutivos de Canal 9 presionaban a los periodistas para que opinaran a favor de Menem.

Por Walter Goobar
Hace cuántos años que se levanta todos los días a las 4.15?
–El programa debe tener 22 años y cada vez fue saliendo más temprano. Debe hacer más de 18 años que empiezo a las 4.15.
–¿Lo tiene absolutamente incorporado?
–No, siempre he sido de muy buen dormir. Además, creo que uno nunca se acostumbra a levantarse en medio de la noche. Aun en verano, los pájaros empiezan a cantar a las cinco. Las 4.15 es un horario inhumano.
–Sus críticos dicen que es “una señora paqueta de Barrio Norte”. ¿Qué les responde?
–Es verdad. Soy una burguesa, lo cual no me da ninguna vergüenza. Yo nací en una casa burguesa, con padres muy cariñosos, muy austeros pero muy victorianos, con los cuales discutí mucho, pero que –a su manera– me dieron mucho amor y una educación que me permitió defenderme muy bien en la vida. Por supuesto que soy una burguesa y la contrapregunta sería: soy una burguesa, ¿y qué? Creo que sería una falta de reconocimiento a la vida no haber aprovechado al máximo esas circunstancias.
–Lo tiene absolutamente asumido...
–No lo vivo como algo peyorativo, porque es verdad. La gente que niega su historia vive permanentemente desubicada. Yo me reconozco muy unida a mi familia, con la cual he tenido enormes divergencias... Mis padres ya habían muerto cuando trabajé en la Conadep y en el Nunca Más pero debo decir con dolor que ninguno de mis hermanos me hizo el menor comentario sobre ese trabajo que fue una línea divisoria en mi vida. Son los diezmos –muy dolorosos– que he tenido que pagar...
–¿Fue una especie de oveja negra dentro de su familia?
–Pienso que sí. Lo que pasa es que a través de las diferencias primó siempre un profundo afecto entre nosotros. Mi hermano mayor era un hombre de derecha y porque nos queríamos mucho nunca llegamos a discutir de política, pero cuando murió encontré en su biblioteca el Nunca Más, todo marcado, lleno de anotaciones que no quise leer porque no me quería pelear con él después de muerto. Pensé que ese libro todo marcado y ese silencio que había habido entre nosotros durante tantos años sobre temas tan importantes era una prueba de ese cariño que quería mantenerse... Son cosas que ocurren en un país tan cambiante como éste, donde las cosas que pasan nos marcan a fuego.
–¿Llegó al periodismo por vía de la rebeldía frente a su familia?
–Mi familia nunca tuvo una buena posición económica. Mi padre fue diplomático y canciller y cuando vino la revolución del 4 de junio se retiró sin tener la edad necesaria para jubilarse, por eso toda mi adolescencia fue una época de mucha austeridad en mi hogar. Yo tenía bastante menos que mis compañeras de colegio. El periodismo no fue una rebeldía, fue abrir una ventana al mundo. Ya dije que mi familia era victoriana y en un chico imaginativo esto genera sueños de aventuras y de grandes horizontes. Después de la Segunda Guerra Mundial mi hermano se abonó al Paris Match que acababa de salir. Me deslumbraron esas fotos a doble página con un pequeño epígrafe que traía toda la historia. Pensé que eso era algo maravilloso: la historia con la imagen y el compendio. En esa época, el Paris Match publicaba la historia de la Segunda Guerra Mundial escrita por Raymond Cartier, que como historiador era mucho más que un periodista: era verdaderamente un cronista de su tiempo. En ese momento decidí que, de alguna manera, yo quería ser periodista. Fui a la redacción de Vea y Lea y ofrecí una entrevista a la cantante Marian Andersson que estaba en Buenos Aires. Esa fue mi primera nota. Después colaboré con Damas y Damitas, Esto Es, Maribel y Leoplan. Era una chica pesada y tenaz, como puedo ser ahora, pero además me veían tan jovencita que les causaba cierta gracia y ternura. Para mí, el periodismo no fue una rebeldía, fue abrir la puerta de los sueños.
–¿Quiénes fueron sus referentes periodísticos en la Argentina?
–Ya mucho después, cuando Jacobo Timerman fundó Primera Plana, yo moría por trabajar allí, pero nunca me animé a pedirle trabajo a él o a Ramiro de Casasbellas.
–Después pasó a la televisión...
–Carlos Ulanovsky me comentó que en Buenas tardes, mucho gusto buscaban una periodista y me tomaron. Yo me había comprado una filmadora Palliard-Bolex de 16 milímetros y Pedro Muchnik aceptó que yo filmara mis propias notas. Me daba los rollos de película de ocho minutos y los revelaba en el Canal 13 y así fue como aprendí a compaginar. Después, cuando hacía noticiero con Antonio Carrizo, también filmaba, hasta que vino alguien del sindicato y me dijo: tenés que decidir, o filmás o hacés notas. Y tuve que dejar de filmar.
–Otro referente fue Cacho Fontana...
–Cacho era un ídolo en ese momento. Me llamó para el Fontana Show, donde yo era una simple movilera y aprendí muchísimo con él. Después hicimos Video Show y Vívalo, que era la locura del satélite. Inauguré la emisión por satélite transmitiendo desde Italia y Polonia el primer viaje del Papa. Fue impresionante.
–¿Cuál es su relación con la religión?
–Sufrí un hartazgo de la práctica religiosa. Mi familia era terriblemente religiosa, de prácticas muy severas y constantes. Sobre todo mi madre, hablaba mucho de religión y permanentemente invocaba a la Virgen. Creo que eso me alejó bastante, me provocó como una saturación, pero creo en Dios.
–Se considera una creyente no practicante...
–La verdad es que el gran cambio de la Iglesia Católica –a partir del Concilio vaticano II– a mí no me satisface. La oposición de la Iglesia no ya con respecto al aborto, sino a la anticoncepción, es absolutamente inaceptable. No puedo comprender que la Iglesia rechace el uso de los profilácticos para evitar el sida. Son cosas medievales que no tienen asidero, y a esto se suman los grandes escándalos en los que se han visto implicadas las finanzas del Vaticano, como el caso Marcinkus. Creo que es necesario revisar el poderío del Vaticano.
–¿Qué piensa sobre los nuevos temas que tiene que afrontar la Iglesia: la fertilización in vitro o la manipulación genética?
–No tengo una formación científica para poder juzgar, pero todo aquello que vaya hacia la vida merece ser encomiado, no así la manipulación genética. Inclusive entre los teólogos las opiniones están muy divididas. Creo que ya nadie discute la inseminación artificial o el bebé de probeta, pero estoy absolutamente en contra de la manipulación genética.
–Usted fue muy amiga del padre Carlos Mugica, uno de los primeros sacerdotes asesinados por la Triple A. ¿Cómo lo describiría?
–Era un tipo bárbaro. Me hice amiga de él una vez que lo escuché dar misa. Era como si yo nunca hubiera aprendido a rezar. El tenía una vocación a ser un instrumento de lo que él pensaba que era la voluntad de Dios. Discutíamos horas. El tenía una fascinación y un sojuzgamiento por Perón. Cuando Perón fue a comer con él a la villa de Retiro, Carlos estaba absolutamente obnubilado. Yo siempre le decía: vas a ver que ese tipo a vos no te va a defender. Dicho y hecho: creo que ni siquiera mandó una corona.
–¿Mugica nunca le hizo revisar su posición frente al peronismo?
–Discutíamos mucho, pero yo no era una obcecada. Había muchas cosas con las que yo estaba de acuerdo. Lo que me parecía terrible era el endiosamiento de la figura de Perón y el poder cada vez más creciente de López Rega, y en eso Carlos era un ingenuo. Cuando aceptó el cargo en Bienestar Social, a mí me pareció terrible que trabajara con López Rega. Yo creo que su renuncia, con una carta durísima, fue lo que le costó la vida.
–Durante la dictadura, ¿nunca tuvo la sensación de que había traspuesto la raya invisible de lo que no sería tolerado?
–Y, sí. Solamente un idiota no siente miedo. Yo trataba de no pensar en eso, porque si uno piensa en eso durante cinco minutos, está listo. Uno no puede pararse a pensar, porque es absolutamente paralizante. Reconozco que durante mucho tiempo tenía una terrible preocupación por mis hijos, que eran menores. Incluso, cuando la cosa se puso muy mal les saqué pasaportes italianos a todos.
–De las notas que le tocaron cubrir, ¿cuáles son las que más la impactaron?
–Pienso que lo más impresionante ha sido vivir como periodista en línea de fuego durante estos últimos veinte años. Hemos cubierto todas las manifestaciones de todas las violencias, de todos los tipos, de todos los grupos. Yo diría que mi gran nota fue la experiencia cotidiana de los últimos veinte años en el país.
–¿Qué período abarca?
–Yo empecé a cubrir la actualidad diaria en el ’74, cuando hacíamos La gallina verde, que iba de 9 a 13 por Radio Continental, y ahí empezó la Triple A, se desató la violencia, se produjo el Rodrigazo, el gobierno de Isabel, López Rega... es una lista sin fin. No hay horror que se haya escapado de un programa cotidiano...
–Durante ese período, ¿qué personaje le resultó particularmente detestable?
–Ha habido muchos... además no quisiera omitir a ninguno de esa lista del horror. Tengo la suerte de que consigo olvidarme las cosas horribles y –sobre todo– de la gente horrible.
–Algún nombrecito debe tener guardado...
–He discutido con infinidad de funcionarios. Quizá no me creas, pero no podría recordar demasiados nombres... Tuve una famosa discusión con el general Albano Harguindeguy cuando era ministro del Interior de la dictadura. Esa pelea fue muy desagradable y todavía conservo la grabación. Me acuerdo otra situación horrible con el general Juan Bautista Sasiaíñ, que era jefe de Policía Federal. Lo saqué al aire y en determinado momento le dije: “Bueno, me imagino que tendrá mi prontuario sobre la mesa”, y para mi gran sorpresa me dijo que sí. Fue muy desagradable.
–Su manera de confrontar con los poderosos, de ir al frente, ¿es una cuestión meditada o simple temeridad?
–Creo que es una cuestión de carácter, además de un gran sentimiento de responsabilidad cuando sabés que la información pasa por vos y que no podés dejarla pasar. Hay veces que uno tiene ganas de pelear, hay veces que te da mucho miedo. En ese sentido creo que le debo a mi madre esa cosa que nos machacaba de chicos, que uno era responsable, más responsable que otros porque había recibido una educación en la que te daban los elementos para saber dónde está el bien y el mal. Pienso que ese planteo me marcó mucho más de lo que yo misma puedo aceptar.
–Más recientemente tuvo una memorable pelea televisiva con Chiche Duhalde. ¿Se arrepiente de ese encontronazo en el que ella terminó arrancándose el micrófono?
–Para nada. Se molestó porque le señalé que manejaba un presupuesto más elevado que Cáritas, Alpi y la Cruz Roja. No me arrepiento, creo que confirmó que no estaba preparada para asumir el cargo para el que se postulaba.
–Su talón de Aquiles es que le cuestionen su independencia, ¿no?
–Sí, ella me acusó de trabajar para Graciela Fernández Meijide. Si hubiera sido cierto le hubiera dicho que sí. Soy amiga de Graciela pero no trabajo para ella.
–¿Con quién se peleó más duramente, con Alfonsín o con Menem?
–Me parece que con los dos. Siempre por el mismo tema. Alfonsín cometió un grave error con las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. La última entrevista radial con Menem terminó en una pelea sobre el indulto, aunque después me dio dos entrevistas para la televisión. Alfonsín, en cambio, no quería discutir en público. Volvimos a hablar hace cosa de dos años en un almuerzo de Mirtha Legrand. Esas leyes y ese indulto fueron tan nefastos, porque crearon una sociedad donde nada tiene demasiada importancia. Creo que la imposibilidad de Alfonsín para postularse a un cargo electivo arranca de ahí.
–¿En qué medida la devaluación del valor de la palabra del político, con la frase “la casa está en orden”, le abrió la puerta a Menem?
–Nunca entenderé cuando Menem decía que no podía ver encerrado ni a un pajarito en una jaula. Nunca entenderé la liberalidad con la que Menem ejerció el perdón. Creo que está en la naturaleza de Menem cubrirse las espaldas. No había nada que justificara el indulto.
–A De la Rúa, ¿cómo lo ve?
–(Se ríe a carcajadas) Muy lleno de buena voluntad. Con un momento terriblemente difícil para manejarse. Ya es vox populi que no es un hombre de decisiones rápidas, pero le ha tocado un país en llamas en el cual va a tener que tomar decisiones rápidas o –por lo menos– acelerar sus tiempos. Ojalá le vaya bien. En el gabinete tiene gente seria, de fiar, digna de que se le dé un tiempo para que demuestre que puede hacer cosas.
–¿Cuánto tiempo le daría?
–Creo que no hay que regularlo con el almanaque. Creo que hay que regularlo con los hechos. Vamos a ver las cosas que se hagan y las que se dejen de hacer.
–¿Cuál sería su agenda de prioridades?
–En primer término, está la lucha contra la corrupción, con el epílogo de los responsables respondiendo ante la Justicia. No se trata de abrir causas que duerman en los Tribunales, sino que hace falta que quien haya delinquido tenga su justo castigo.
–¿Cree que tiene agallas y margen político para hacerlo?
–Eso espero. Nada me hace pensar que no. Hasta ahora, no ha habido un elemento para poder decir si De la Rúa tiene o no agallas. No ha estado nunca en una encrucijada semejante. Ojalá tome la decisión que corresponde.
–¿Cómo congenia su independencia profesional con el hecho de trabajar en un holding, como el grupo Clarín?
–Hace doce años que estoy en el holding y por contrato tengo una cláusula por la cual soy la editora responsable de mi programa, es decir responsable de mis aciertos y mis errores. Aunque seguramente he cometido errores, nunca me han llamado la atención. Siempre me han dado absoluta independencia, y eso lo tengo por contrato. Eso me da una gran seguridad y una enorme responsabilidad.
–Más allá de su caso individual, ¿le preocupa la concentración de medios?
–Por supuesto. Depende de la ideología de las personas que se hagan cargo. Yo hacía Dos en la Noticia con Joaquín Morales Solá, cuando el Canal 9 fue comprado por el CEI. Hubo una famosa entrevista que fue tapa del diario La Nación, en la que Raúl Moneta y Richard Handley se alinearon explícitamente con Menem, y durante la recepción a Bill Clinton en el Sheraton se me acercó Handley y sin decir “agua va“ me dijo: “Magda, vos tenés que ayudar al Presidente”. Yo le contesté: “Mirá, yo no acostumbro a ayudar a ningún presidente y no creo que ningún presidente me necesite. Además, acordate que yo soy una periodista independiente”. Handley me interrumpió: “Vos siempre con esas cosas”. Yo le dije que no se trataba de “esas cosas” sino de una manera de vivir y de pensar. Al día siguiente, le comenté a Joaquín Morales Solá: “Estos tipos han comprado el canal, vas a ver que yo no voy a trabajar más aquí”. Efectivamente, cuando llegó el momento de renovar, ni siquiera tuvieron el valor de decirmelo de frente. Simplemente no me renovaron el contrato. Me pareció una cobardía evidente, porque el programa siguió con mi coequipier, que es una excelente persona. O sea que no había nada más que objetar que una persona molesta como puedo ser yo.
–Algunos directivos del Canal 9 confiaron que “había que echarla por zurda”. ¿Cómo se sintió frente a eso?
–No me lo dijeron directamente, pero esa misma versión fue la que me llegó a mí. Una vez más sentí que la independencia molesta al poder. Por eso, quizá, nunca me he llevado bien con los presidentes de turno.
–En el anuario que publicó Clarín usted es la única mujer en la página dedicada a los periodistas más influyentes de la Argentina. ¿Cómo vive el tema de la competencia laboral entre los sexos?
–Me sorprendió la foto. Yo pensé que habría otras colegas...
–Pero seguramente se sintió “la reina de los bandidos”...
–(Se ríe con picardía) No, la verdad que no. No, no me sentí la reina de los bandidos. Me sentí parte de un grupo de la prensa en el que me habría gustado que hubiera más gente.
–Pero el hecho de ser la única mujer, ¿la halaga?
–Me alarma, más que halagarme. Porque es una posición que puede suscitar mucha envidia, pese a que yo no tuve nada que ver en la composición de esa foto. De pronto, mi presencia ahí puede molestar y eso no me gusta. Hay otras profesionales que también merecerían haber estado. No sé por qué me eligieron solamente a mí.
–Tal vez sea porque mantiene un perfil de cierta independencia dentro del holding...
–Puede ser. No lo había pensado.
–Hay varias colegas suyas que públicamente se postulan para sucederla: Nancy Pazos, Carolina Perín, María Laura Santillán, entre otras. ¿Qué siente frente a eso?
–Por un lado me halaga.Considerando que tengo más de cuarenta años de profesión, a quienes se postulan para reemplazarme les digo: “Chicas, métanle, traten, el camino es duro. Ojalá lo logren”.
–Aunque tiene contrato hasta el 2002 va a señalar a su posible sucesora...
–Yo no soy quién para elegir a mi sucesora, pero en bastantes cosas me reconozco en Mercedes Ninci (la movilera de Radio Mitre). Yo he tenido –y sigo teniendo– ese entusiasmo por la noticia que tiene la cordobesa. Es capaz de ir a las tres o cuatro de la mañana a cubrir cualquier cosa que merezca llamarse noticia, por la noticia en sí misma. Cuando hay que meterse en el barro hasta las rodillas y de pronto no conseguís nada, pero de todos modos crees que valió la pena ir... yo me reconozco en esa falta de vedettismo de Mercedes. Ella tiene ese fuego sagrado y creo que todavía yo no lo he perdido.
–¿Cómo tiene energías para hacer radio todos los días, hacer documentales para Canal 13, colaborar con La Nación y Página 12 y escribir una novela? ¿De dónde saca cuerda?
–Porque me encanta lo que hago. Además, tengo todo mi tiempo para mí. Mis hijos son grandes, tengo un marido que me apoya y me encanta lo que hago. Me fascina toda manifestación de periodismo, aunque debo reconocer que la novela está parada.
–La radio, ¿la hace “de taquito” después de tantos años?
–No, porque hay que ajustarse a los tiempos de recambio generacional y tecnológico. Permanentemente estoy preocupada pensando en cómo mantener el liderazgo
Revista Veintitrés
Numero edicion: 79 02/02/2000

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