En estos treinta años de jomeinismo Irán nunca ha hecho concesión alguna y los intentos de renovación sólo han acabado promoviendo más línea dura. Todos y cada uno de los intentos anteriores de seducción -ismilares a los de Obama-, terminaron en fracasos estrepitosoos
Por Walter Goobar
Dentro de su oferta de diálogo con la teocracia de Teherán, la Administración Obama ha ordenado a sus embajadas extender invitaciones a diplomáticos de Irán para las celebraciones de la independencia que se conmemora el 4 de julio.
La medida forma parte de la nueva política de seducción iniciada por Obama, ya que su país no mantiene relaciones diplomáticas con Irán desde que en 1979 la embajada norteamericana en Teherán fue ocupada y sus funcionarios tomados como rehenes durante más de cuatrocientos días.
El gesto resulta especialmente simbólico porque los diplomáticos estadounidenses tienen prohibido -sin previa autorización- tratar cuestiones de fondo con sus colegas de Irán. Si los iraníes asisten al cumpleaños de EEUU, será difícil evitar toda referencia al la reelección de Mahamud Ahmadinejad.
Lo cierto es que en estos treinta años de jomeinismo Irán nunca ha hecho concesión alguna y los intentos de renovación sólo han acabado promoviendo más línea dura.
El vaquero Ronald Reagan, secundado por israel y Argentina, intentó seducir a los ayatollas entregándoles en secreto armamentos canjeados por cocaína en Centroamérica. Los ayatollas aceptaron las armas con una sonrisa y luego filtraron la información a un diario libanes con lo que estalló el escándalo Irán-Contras.
La simplista visión occidental redujo estas elecciones iraníes a la idea de que se tratada de optar entre un radical de línea dura, como el ahora reelecto Ahmadinejad, y un moderado pragmático y reformista, como Mir Hosein Musavi. La realidad es más compleja: la República Islámica creada por Jomeini hace tres décadas, no es un régimen como cualquier otro. En su vertiente interna, es una teocracia fundamentalista cuyo fin es hacer de la sharía -la ley del Corán-, el orden de todas las cosas; en su vertiente externa conlleva un germen expansionista, porque aspira a convertirse en el líder del mundo musulmán y en una potencia hegemónica regional y mundial. El interés por dotarse de armas atómicas es compartido por integristas y reformistas.
El programa nuclear iraní fue lanzado hace treinta y tantos años por el Shah, con apoyo expreso de Washington y la dictadura militar argentina. El almirante Oscar Armando Quihillalt quien durante 15 años había dirigido el programa nuclear argentino fue contratado como consultor de la Organización Iraní de Energía Atómica (AEOI) y en 1975 la mitad del personal extranjero en la AEOI era argentino.
Ahora que Ahmadinejad ha conseguido renovar su mandato, las cosas están más claras que nunca. Él es un apocalíptico que no busca entendimiento alguno con Occidente. Por eso, su reelección no cambiará nada en lo referente a las ambiciones nucleares iraníes, que culminarán, en un plazo relativamente corto, dotando a Teherán de sus primeros misiles con cabezas nucleares.
Diario Miradas al Sur
14-JUN-2009