Silvio Berlusconi, primer ministro de Italia, Fernando Lugo, presidente paraguayo y Mark Sanford gobernador republicano de Carolina del Sur,, generan con sus escándalos de alcoba grandes titulares en las primeras planas de los medios que en su momento los ayudaron a ganar elecciones y acariciar el poder.
Por Walter Goobar
Silvio Berlusconi, primer ministro de Italia, Fernando Lugo, presidente paraguayo y Mark Sanford gobernador republicano de Carolina del Sur,, generan con sus escándalos de alcoba grandes titulares en las primeras planas de los medios que en su momento los ayudaron a ganar elecciones y acariciar el poder.
El problema de Italia, EEUU o Paraguay no es la erotomanía privada de Berlusconi, la promiscuidad de Lugo o la mojigatería pacata de Sanford.
A diferencia de la hipocresía que caracteriza al sistema político norteamericano, diseñado por puritanos, que finge exigir de sus dirigentes una inflexible conducta -que en la práctica nadie respeta, el sistema europeo, nunca se entrometió en las intimidades sexuales de los políticos, cuya privacidad es sagrada. A nadie le importa lo que haga un congresista, ministro o premier bajo o sobre las sábanas, en los pasillos o en los baños, si lo hace con adultos que consienten de buena gana. En ese sentido, la prensa y la oposición francesa jamás dieron lecciones de moral al fallecido presidente Francois Mitterrand que cohabitaba en el Palacio del Elseo con su esposa y con su amante.
Más recientemente, el amorío de Nicolás Sarkozy con Carla Bruni solamente sirvió para aumentar la popularidad del premier francés.
En el libro "El lado oscuro de Camelot" el prestigioso periodista Seymour Hersh, cuyas investigaciones han puesto en jaque al sistema político norteamericano en más de una oportunidad se atrevió a retratar a John Kennedy como un adicto a la promiscuidad sexual y argumenta que "una de las razones para informar acerca del sexo, es que éste es un determinante del carácter. "Si uno engaña a su mujer, también es capaz de mentir sobre la crisis de los misiles", argumentó el ganador de varios premios Pulitzer. Hersh demostró que "la vida privada de Kennedy y sus obsesiones personales su carácter afectaron los asuntos de la nación y su política exterior mucho más de lo que se sabía. Judy Campbell Exner estuvo simultáneamente entre las sábanas del presidente de Estados Unidos y del jefe de la mafia, Sam Giancana. La mujer le entregó al gangster 250.000 dólares de Kennedy para conseguir los votos de los sindicatos manejados por la Mafia. Kennedy afirma Hersh- recurrió a la misma temeridad para enmascarar sus aventuras amorosas clandestinas que la que empleó para ocultar las operaciones encubiertas y a las actividades de los servicios de inteligencia.
Años más tarde, Bill Clinton se convirtió en protagonista de una telenovela global que, además de condimentar la vida pública estadounidense, comvirtió el escándalo sexual en la máxima expresión del escándalo político.
La nación más poderosa del mundoinvirtió cuatro años y cuarenta millones de dólares para resolver el enigma de la mancha de semen en el vestido azul de Monica Lewinsky.
La bragueta de Clinton se transformó en un asunto de Estado al punto que la Casa Blanca llegó a sostener
que el presidente no cometió adulterio porque no hubo penetración, razón por la cual Clinton habría preferido el sexo manual u oral a la ortodoxa cópula.
Los abogados de Clinton -David Kendall, Nicole Seligman y Michel Kantor- esgrimieron esta teoría clintoniana sobre el adulterio para defender al presidente contra la acusación de perjurio, por haber negado ante la Justicia haber tenido relaciones sexuales con Monica Lewinsky. Los defensores sostuvieron que presidente no mintió porque -según la lógica clintoniana-, las felaciones no se consideran como sexo y se pueden comparar con los ejercicios aeróbicos o el precalentamiento muscular.
Sin embargo, las tesis de Seymour Hersh sobre la relación entre los vicios privados y la vida pública no impidieron la impune supervivencia a ambos lados del Atlántico de los inmorales George W Bush ,Tony Blair y José María Aznar que trasgredieron las reglas más elementales de la moral para justificar sucesivas violaciones del derecho internacional.
Algo similar ocurre conel escándalo erótico-festivo que desde hace días involucra a Silvio Berlusconi, que hasta ahora parece contar con el silencio cómplice de los obispos italianos y del Vaticano.
El caso -que involucra drogas, menores y prostitución-, acaba de adquirir una nueva y delicada dimensión. La posibilidad de que el primer ministro italiano haya sido objeto de presiones por parte del empresario Gianpaolo Tarantini que le proveía las chicas para que favoreciera a determinadas empresas.
Si algpo es seguro, es que Berlusconi, Lugo y Sanford no son víctimas de esa hormona que regula la compleja relación entre jerarquía y sexualidad y que también es necesaria para ganar elecciones: la testosterona. Berlusconi no es machista por ser hombre, es machista por ser fascista. No es culpa de su testosterona, en todo caso, los tres galanes de cabotaje son la patética expresión de sociedades cada vez más impotentes.
Diario Miradas al Sur
28-JUN-2009