Es argentino, reconocido en el mundo por sus ideas sobre el combate a la pobreza. Tiene todos los títulos y honores imaginables y acaba de recibir un galardón de la AMIA. Sostiene que las teorías económicas sobre injusticia social están basadas en falacias que aquí desmitifica.
Por Walter Goobar
Una economía debe estar regida por la ética. El pensamiento ortodoxo expulsó a la ética de la economía y al expulsar a la ética, eliminó también las responsabilidades éticas de los actores económicos. La economía se convirtió en un ‘juego técnico’ en el cual cada uno maximiza como puede. Creamos una economía enloquecida. Sin ética, amoral y entonces las empresas tienen una especie de legitimación para hacer lo que les parezca”, afirma Bernardo Kliksberg, un argentino que está considerado en el mundo como una suerte de padre del gerenciamiento social. Tiene títulos y distinciones que abruman (ver aparte) y desde distintas disciplinas elaboró el decálogo de las falacias con las que se construye y justifica, desde ciertas corrientes ideológicas, políticas y económicas, un mundo cada vez más desigual. Sobre esas falacias habló con Veintitrés.
“No se trata de un pacto diabólico, sino que son construcciones sociales empujadas por algunos sectores que tratan de justificar lo injustificable. Si no se recurre a falacias, la desnutrición infantil es imposible de explicar en un país como la Argentina que es la quinta potencia alimentaria del mundo. Sin embargo, algunos de estos sectores terminan creyendo que estas falacias son reales.”
–¿La pobreza argentina y la latinoamericana tienen algún rasgo particular?
–Creo que a la pobreza argentina y latinoamericana hay que llamarla “pobreza paradojal”, porque este es un continente y un país bendecido por la divinidad. América latina tiene riquezas potenciales fenomenales: 30 por ciento de todos los recursos hídricos del planeta, petróleo en su subsuelo para cien años, fuentes de energía baratas, producción agropecuaria, posibilidades turísticas... Eso yo lo llamo la paradoja de la riqueza, porque no es la pobreza africana, que es pobreza en medio de la pobreza, sino pobreza en medio de una riqueza fenomenal. Para explicar esto algunos sectores han hecho circular distintas falacias...
–¿Por ejemplo?
–En la Argentina de los ’90 se solía decir en los círculos de poder que pobres hubo siempre y que hay pobres en todos lados. La primera regla es atacar la inevitabilidad de la pobreza. No es una maldición bíblica, ni tampoco es cierto que pobreza hay en todos lados. En Noruega, en Dinamarca, hay cero pobreza, y en América latina, Costa Rica, que en materia de recursos naturales es más pobre que la Argentina, tiene un 18 por ciento de pobreza, contra un 58 por ciento que tenía la Argentina en diciembre de 2002. En la Argentina de los ’60, antes de las dictaduras militares, la pobreza afectaba a sólo un diez por ciento de la población. La pobreza es evitable y enfrentable en sociedades con estos recursos potenciales.
–La segunda falacia es que la desigualdad es un tema que se soluciona a través del desarrollo...
–Es la teoría del derrame... que los ajustes y los sacrificios de la población iban a atraer las inversiones y la economía se iba a rearmar y que esto iba a mejorar la igualdad. Falso: no hay ningún país del mundo donde el crecimiento solo sacara a los pobres de la pobreza, cuando hay mucha desigualdad. El crecimiento se concentra y ni siquiera llega a las clases medias, que es lo que sucedió en la Argentina de los ’90. Se dice: “Hay pobreza y hay desigualdad”. Yo digo que hay pobreza porque hay desigualdad. La desigualdad no es un subproducto: la desigualdad es la causa central por la que la Argentina está como está y por la que América latina está como está. Este continente es el más desigual de todo el planeta Tierra. Está verificado estadísticamente que si América latina se hubiera quedado en los niveles de desigualdad de los inicios de los ’60, la pobreza sería la mitad de lo que es. Eso es lo que yo llamo “pobreza innecesaria”, es decir, pobreza causada por el crecimiento de la desigualdad.
–¿Y cómo se ataca la desigualdad?
–Eso nos lleva a la tercera falacia que consiste en creer, como se creía en los ’90, que la única política social es la política económica. El crecimiento económico es imprescindible, pero sabemos que no basta: la única base para un crecimiento económico sostenido es que toda la población de un país sea productora y consumidora. Holanda, Noruega o Suecia prosperaron porque todo el mundo es consumidor y productor.
–¿Cómo se hace eso?
–Valorizando las políticas sociales. El argumento de estos “comandos” de la política argentina es que la política social es una cosa marginal. Es al revés. Si hay una política social activa, eso es un motor de la economía. Además de ser una obligación ética del Estado. Suecia, Noruega, Holanda tienen las tasas más altas de inversión en educación. La salud pública también es universal y con las mejores prestaciones. Costa Rica en el año ’48 disolvió las fuerzas armadas y el gran proyecto nacional fue invertir en educación y salud. La esperanza de vida es tres veces y media mayor que en los Estados Unidos. Algunas de las inversiones de punta, como las de Intel en los últimos años, eligieron a Costa Rica por su paz y armonía social y por el nivel de preparación de la población. En ese sentido, la tercera falacia es descalificar a la política social.
–Pero usted reivindica el asistencialismo y el modelo ensayado en Tucumán...
–No es exactamente así. Esa es la cuarta falacia: nos han obligado a pensar en dos alternativas aparentemente enfrentadas: una sería el asistencialismo y la otra la de enseñar a pescar y crear trabajo. Razonamiento falso. Trabajo contra la pobreza hace treinta años, he liderado programas en todo el mundo y en mi experiencia práctica en más de treinta países, al pobre hay que ayudarlo hoy, no mañana. Eso es lo que he dicho sobre Tucumán. La pobreza mata: si no ayudamos hoy estamos liquidando la esperanza de vida. El 18 por ciento de todos los partos de América latina son sin asistencia médica, la tasa de mortalidad materna es 28 veces la de los países desarrollados. La tasa de mortalidad infantil de América latina es 25 veces la de Noruega o Suecia. Si no ayudamos hoy estamos produciendo muertes.
–¿No será que nadie quiere realmente sacar a esta gente de la miseria, porque al mejorar su condición se generan nuevas necesidades a las cuales hay que responder?
–En América latina la gente pobre tiene un altísimo nivel de conciencia. Las encuestas son terminantes: nueve de cada diez latinoamericanos piensan que la desigualdad es extrema y protestan contra este nivel de polarización social. Ellos saben que no es lo mismo ser pobre en Africa que en América latina. Protestan en forma creciente: en los últimos cinco años, seis presidentes latinoamericanos fueron desplazados del poder por la población que se insubordinó. En toda América latina, desde Chiapas hasta Tierra del Fuego, los pobres cada vez participan más y hay un mandato de cambio de políticas que está emergiendo de cada país. Es el mandato que se le dio a Kirchner, a Lula , a Tabaré Vázquez y a Chávez, porque lo anterior generó más pobreza y más desigualdad.
–¿Los factores de poder no acusan recibo?
–La presión social permite poner en el centro de la agenda el hambre, la miseria, la pobreza. Otra falacia con respecto a la pobreza es que en el Chile de Pinochet hubo grandes logros económicos. Pura propaganda. En el Chile de Pinochet hubo crecimiento importante pero del tipo de crecimiento malsano y endeble porque la pobreza se duplicó. Sus sucesores pusieron como eje reducir la pobreza e hicieron una gran concertación social con todos los sectores sociales para que se aceptara un sistema más progresivo de impuestos que financiara el aumento importante de los programas sociales. Esta idea se basa en que todos los actores sociales deben asumir responsabilidades éticas o pagar los costos sociales y hasta políticos correspondientes. La falacia más central fue haber disociado la ética de la economía.
–¿Qué hay que exigirles a los empresarios?
–Cinco cosas: trato limpio con el consumidor, buenos productos, precios justos, buen trato con sus empleados porque la ética empieza por casa, debe preservar el medio ambiente y ser un ciudadano ejemplar en su ciudad y en su comunidad. Deben estar metidos en todos los problemas de la comunidad aportando su experiencia gerencial y deben ser respetuosos en los países como los nuestros del mismo código de ética que en los países centrales.
–¿Se animaría a poner a algún empresario argentino como modelo?
–En América latina estamos atrasados pero en Brasil hay un modelo muy concreto que es el instituto Ethos creado hace veinte años por empresarios para educar éticamente a los empresarios. Ethos asesora a Lula en el Plan Hambre Cero, que es un modelo de política social ética. Los empresarios argentinos están en los inicios y les conviene, incluso desde la competitividad.
–¿Por qué les conviene?
–Porque los consumidores en el mundo están exigiendo cada vez más productos de empresas con responsabilidad ética. En Estados Unidos hay 50 millones de consumidores éticos. Así como se incorporó la enseñanza obligatoria de los derechos humanos, es necesario que en cada carrera se les enseñe ética aplicada. A los economistas, por ejemplo, que aprendan sobre los dilemas éticos de la asesoría económica. El consejo de la psiquiatría más avanzada del mundo es que así como los chicos toman leche, deberían ver que sus padres hacen algún tipo de trabajo voluntario.
honoris con causa
Con cinco títulos universitarios –doctor en Economía y en Ciencias Administrativas, sociólogo, contador y licenciado en Administración de Empresas–, más de veinte libros publicados –el último, Más ética, más desarrollo–, Bernardo Kliksberg es uno de los máximos especialistas a nivel mundial en temas de pobreza y desarrollo. Habitualmente lo cita Cristina Kirchner. Es asesor externo del Gobierno, del BID, o nU, OIT, Unesco y Unicef, doctor honoris causa de cinco universidades extranjeras y profesor honorario de la UBA. Acaba de recibir el premio 2004 de la AMIA por su trayectoria en el combate de la pobreza.
Revista Veintitrés
Numero edicion: 337 23/12/2004