Cómo fueron los pliegues secretos de la renuncia y el
apriete de Jorge "Fino" Palacios. El Jefe de Gobierno porteño enfrentó el peor momento de su gestión escoltado por el ministro de Seguridad, Guillermo Montenegro, y el secretario general de la Ciudad, Marcos Peña.
Por Ricardo Ragendorfer y Walter Goobar
Mauricio Macri enfrentó el peor momento de su gestión escoltado por el ministro de Seguridad, Guillermo Montenegro, y el secretario general de la Ciudad, Marcos Peña. Éste más bien parecía su acompañante terapéutico. Es que el mandatario porteño lucía un aspecto inquietante. Desencajado y con la mirada extraviada, abrió la conferencia de prensa del martes pasado con las siguientes palabras.
–Queremos informar que el comisario Palacios presentó la renuncia por razones personales.
En resumidas cuentas, el heredero de Franco exaltó esa dimisión como “un acto de grandeza”, puesto que el Fino “no quería ser un obstáculo para la nueva policía”. Según sus dichos, su sabueso predilecto dio un paso al costado “para que su mamá, de 89 años, no se haga mala sangre”. Y reconoció que esa determinación lo tomó por sorpresa.
Todo indicaría que no fue exactamente así.
El hundimiento. Ya a mediados de la semana anterior comenzaron a correr las primeras versiones sobre la salida anticipada del cuestionado policía. En ello habría sido determinante el prolongado abucheo que el 18 de agosto le dispensaron a Macri los concurrentes al acto por los 15 años del atentado a la Amia. En ese mismo momento, él observaba de soslayo la cobertura televisiva del evento. Ya se sabe que había justificado su inasistencia a esa ceremonia con la excusa de una inaplazable reunión de gabinete. En realidad estaba en su despacho, sin otra compañía que la de su mano derecha, Horacio Rodríguez Larreta. Ambos permanecían inmersos en un incómodo silencio.
Esa atmósfera se tornó aún más embarazosa al irrumpir Montenegro con la confirmación de un rumor que circulaba con persistencia en los tribunales de Comodoro Py: el juez federal Ariel Lijo procesaría a Palacios en la primera semana de septiembre. Macri asimiló la novedad con una expresión impávida. Luego dijo que aún así el comisario conservaría su cargo.
–El Fino tiene toda mi confianza, Gordo –fueron sus palabras–.
Entonces el ministro le anticipó que la situación judicial del comisario se agravaría de modo irremediable. De acuerdo con sus fuentes, a la acusación original de encubrir al empresario Alberto Kaanore Edul por la voladura del edificio de la calle Pasteur, ahora irían a sumarse otras tres imputaciones; a saber: sustracción de pruebas, falsedad e incumplimiento de los deberes de funcionario público. El jefe de Gobierno continuó desestimando con obstinación la gravedad de aquella circunstancia. Sin embargo, Montenegro insistió:
–El asunto es insostenible. Yo no voy a pagar los platos rotos.
Sin dar crédito a lo que acababa de oír, Macri simplemente enarcó las cejas. El ministro prosiguió:
–Esto va en serio, Mauricio. O se va él o me voy yo.
En su tono había algo parecido al rencor. Tal vez entonces haya evocado algunas imágenes dispersas de su gestión.
Desde enero de 2008 hasta hace casi dos meses, gran parte de sus tareas protocolares consistieron en negar una y otra vez la presencia de Palacios en la nómina de sus colaboradores. Y dibujando en su cara un rictus sobrador, atajaba las consultas de los periodistas al respecto con un latiguillo invariable: “El Fino no está en nuestros planes”. Sabía que un cúmulo de indicios señalaba lo contrario. Y también era consciente de que incluso fuentes de su propio Ministerio solían deslizar a los medios la solapada influencia del polémico policía en sus propias decisiones. Y ello, claro, al ex juez lo tenía a maltraer.
Era Palacios quien, desde su empresa de la calle Maipú al 200 negociaba las compras directas –uniformes, armas y vehículos, con sus respectivas trapisondas– que después Montenegro blanqueaba con su firma. Sucede que su subordinación hacia Palacios hasta se notaba en el trato. Montenegro se dirigía al policía con la palabra “comisario”, en tanto que éste solía llamarlo a él de la siguiente manera: “Che, Gordo”. Y quizá lo que más le aguijoneaba era no haber sido más que la fachada pública de una política dirigida y controlada desde el principio por Palacios. En semejante modelo estructural, él apenas era una especie de suboficial administrativo. Dicho de otro modo, desde el 10 de diciembre de 2007, el Fino fue el verdadero ministro de Seguridad; por consiguiente, el padre biológico de la Metropolitana, además de su reclutador.
–O se va él o me voy yo –volvió a decir Montenegro–.
Macri seguía con las cejas enarcadas. Finalmente, dijo:
–Está bien, Gordo. Pero pedí vos su renuncia.
Montenegro tragó saliva.
El 10 de julio pasado, después de que Macri rubricara el decreto 607 que oficializó su designación, Palacios abandonó las oficinas de Strategic Security Consultancy –la empresa que regenteaba junto a su esposa– para constituirse en la sede ministerial de la avenida Patricios 1142. Desde ese día era usual verlo en los pasillos con aires de señor de la guerra, cuando no se recluía en su despacho del cuarto piso –pegado al de Montenegro– con los oficiales de su estado mayor, encabezado por su dilecto amigo y socio, el comisario mayor Osvaldo Chamorro. La sola presencia del Fino había enrarecido el lugar. Pero la tormenta pública desatada por su nombramiento añadiría a ese clima un toque trepidante y febril.
“¡Son todas operaciones y mentiras!”, solía bramar con insistencia. Y amenazaba con enfrentar personalmente a sus acusadores. Incluso, había manifestado su deseo de ir a la Legislatura para defenderse. Pero Montenegro logró frenarlo con un argumento elocuente:
–No hay que hacerle el juego a la oposición.
A partir de entonces, el ministro –por orden expresa de Macri– circunscribió sus funciones oficiales a la delicada tarea de mejorar en público la imagen del comisario. Y repetiría ante los micrófonos y cámaras frases como ésta: “Es una excelente designación: Palacios se distingue por su ética y sus principios morales. Es muy bueno para la Ciudad que asuma este cargo”.
Ahora, sin embargo le tenía que pedir la renuncia. Y esperó hasta el lunes para hacerlo. Aquel día su expresión lucía más adusta que nunca. Un sexto sentido le indicaba que Palacios no tomaría a bien su eyección.
Exactamente al mediodía lo citó en su despacho. Y, casi tartamudeando, fue al grano. La reacción del policía fue preocupante. Primero palideció; luego, entornó los párpados con un dejo de furia, y dijo:
–Te estás equivocando, Gordo...
Y tras una pausa, agregó:
–Tengo el apoyo de Mauricio.
La réplica de Montenegro fue:
–Es Mauricio, justamente, el que pide tu renuncia.
Nunca antes lo había tuteado.
En este punto, el diálogo entre ellos adquirió una cierta rispidez. El Fino hasta amenazó a Montenegro con revelar presuntos pedidos de dinero a las agencias de seguridad por parte de Matías Molinero.
Se refería al subsecretario de Seguridad Urbana, un ex funcionario judicial al que en su momento se lo vinculó con la Side de Miguel Ángel Toma y que, recientemente, adquirió una módica celebridad por su cruzada en favor de las llamadas fotomultas.
Ya alzando la voz, Palacios también le recordó al ministro que una de sus últimas resoluciones como juez federal –a semanas de unirse al gabinete de Macri– consistió en archivar una causa penal por sobreprecios en la remodelación del hospital Santojanni, en la que está implicado el barón de la construcción Ángelo Calcaterra, nada menos que primo de Mauricio.
Ahora era el Gordo quien palidecía. Pero no hubo marcha atrás.
En la mañana del martes, el comisario presentó el texto de su renuncia, en la que –de manera elíptica– lanza reproches a Montenegro y al jefe de Gabinete, Rodríguez Larreta, con el cual mantiene un añejo entredicho. El motivo: el aplazamiento de partidas presupuestarias para la Metropolitana; entre ellas, la destinadas para los equipos de gimnasia de los reclutas. “Los muchachos traen de la casa su propio jogging”, solía quejarse el Fino.
El hecho es que esa misiva fue concienzudamente analizada durante la mañana del martes, en una reunión entre Macri, Montenegro, Rodríguez Larreta y Peña. A la misma se sumaría el vicepresidente de la Legislatura, Diego Santilli, y los legisladores Cristián Ritondo y Martín Borrelli.
Allí resolvieron negociar con Palacios la amputación de los párrafos más conflictivos de su renuncia. Luego se sabría que el intento naufragó. Ese texto sería tan comprometedor que, casi por una cuestión de Estado, no se ha dado a conocer.
Dicen que cuando se retiraba del edificio de la avenida Patricios, al ex jefe de la Metropolitana se le escuchó decir:
–La cúpula de la Fuerza me sigue respondiendo.
Se refería, claro, a una Fuerza que aún no salió del cascarón.
La encrucijada. La existencia de una policía comunal, no deja de ser una pretensión razonable. Pero en un país en el que la violencia urbana está directamente vinculada con la corrupción de los uniformados, la creación de otra fuerza de seguridad no es sino profundizar el conflicto. Y si se trata de una agencia policial en manos de un político con la visión de Macri, el asunto se complica. Ello, por cierto, ya está a la vista.
Ante la imposibilidad de absorver una parte de la Federal con recursos cedidos por la Nación, el gobernante porteño resolvió delegar –casi llave en mano– la organización de la Metropolitana en su comisario predilecto. El Fino cumplió con creces, al punto de crear una fuerza a su imagen y semejanza. Con una cúpula integrada por comisarios que desde hace años forman parte de su mesa chica, supo a la vez ganarse la estima de la tropa. Y en ello hay –por lo menos– dos razones de peso: haber equiparado los aumentos al personal con los del Poder Judicial y el decreto que posibilita percibir simultáneamente su salario y el retiro de su antigua fuerza.
En consecuencia, cabe hacerse las siguiente pregunta: ¿el Fino continuará manejando desde la sombra los destinos de la fuerza o su alejamiento provocará una situación vidriosa entre los uniformados y sus mandantes políticos? En ambos casos, el panorama no es alentador. Y ello, sin contar el vacío operativo actual, precariamente remediado por el comisario Chamorro. En otras palabras, Macri se convirtió en rehén de su propia criatura. Y en el blanco de una posible represalia.
Prueba de ello es que el ministro Montenegro haya hecho la siguiente declaración al diario Perfil: “El Fino no nos puede denunciar por nada, porque él estaba al tanto de todo; de cada compra, de los autos, de las armas y de todas las evaluaciones que hicimos”·
Lo que se dice, un verdadero mensaje.
Diario Miradas al Sur
30-AGO-2009