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ESPIONAJE PORTEÑO

Macri presiona a Oyarbide

El alcalde porteño envió al juzgado de Oyarbide a Fernando Archimbal, un viejo operador judicial de la SIDE que se presentó como el suce4sor de Guillermo Montenegro en la cartera de Seguridad. Y también una extraña carta firmada por papá, Franco.

Por Walter Goobar y Rigardo Ragendorfer
El miércoles al mediodía, un oscuro personaje –que durante las dos últimas décadas fue uno de los más poderosos operadores judiciales de los gobiernos de Carlos Menem y de Fernando de La Rúa– se presentó en el despacho que el juez federal Norberto Oyarbide ocupa en el tercer piso de los tribunales de Comodoro Py. En ese momento, el magistrado que tiene a su cargo varias de las causas más resonantes del país, esperaba ansioso la resolución de la Sala 1 de la Cámara Federal que debía decidir si aceptaba o rechazaba la recusación en su contra presentada por el ministro de Seguridad porteño, Guillermo Montenegro, en el caso de espionaje que ha sido bautizado como el Macrigate.
Hasta ese momento, la Sala 1 había respaldado la actuación de Oyarbide, pero en esta oportunidad el juez  había tenido que posponer las indagatorias del jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri y de sus ministros Mariano Narodowski y del propio Montenegro. El anuncio de la presencia del inesperado visitante sacó al cauto Oyarbide de sus cavilaciones: “Doctor, el ex juez Fernando Archimbal quiere verlo”, le dijeron. Mientras emprolijaba el nudo de su corbata, Oyarbide ordenó que lo hicieran pasar.
En los pasillos de Comodoro Py, el nombre de Fernando Archimbal está indisolublemente ligado con la famosa servilleta en la que  el ministro Carlos Corach anotaba los nombres de los jueces que le debían obediencia ciega a él y a Carlos Menem. Su historial también está asociado a los sobres con dinero negro que la Side entregaba mensualmente a los magistrados durante la época de oro del menemismo.
Para operar sobre los magistrados la Side –que estaba a cargo de Hugo Anzorreguy–,  formó un núcleo de ex colegas que pudiera desplazarse por Tribunales sin llamar la atención. Entre ellos estaba Archimbal, ex juez federal y ex camarista de San Martín. El mismo el personaje gordo y calvo que ahora estaba a punto de pisar el despacho de Oyarbide.
Sus servicios como operador judicial de la Side menemista quedaron en evidencia cuando viajó a España para entrevistarse con el juez Baltasar Garzón. Su misión consistía en impedir la extradición a España de la ex cuñada presidencial, Amira Yoma.
Archimbal conoce como pocos los recovecos del poder aplicados al derecho. Especialista en argucias legales, ha actuado como defensor de los ex ministros menemistas Roberto Dromi, Erman González, y de los ex cuñados presidenciales, Amira y Emir Yoma, en sonados casos de corrupción.
Durante la presidencia de Fernando de La Rúa, Archimbal pasó a ser persona de confianza del titular de la Side, el banquero Fernando de Santibañes. El jefe de los espías le confió una de las tareas más delicadas de su gestión: el manejo de los recursos clandestinos de la Side.
Años más tarde, en 2003, Archimbal intentó frenar la extradición del marino argentino Ricardo Cavallo detenido en México por crímenes de lesa humanidad, pero fracasó. 
Cada cumpleaños de este operador judicial es un ejemplo del poder que aún detenta. Sus fiestas suelen ser un desfile de jueces, ex funcionarios, periodistas y empresarios.
Ceremonioso y protocolar, Oyarbide se dispuso a escuchar a su inesperado interlocutor. Archimbal procuró aplicar el know how que ha desarrollado en las últimas dos décadas: le dijo al magistrado que estaba allí por un pedido personal de Mauricio Macri.
Para romper el hielo, el operador judicial comenzó a explicar su presencia en el despacho del asombrado juez. Archimbal le confió que Macri consideraba que la suerte de su ministro Guillermo Montenegro ya estaba echada y que él sería su sucesor en la cartera de Justicia porteña. Por eso estaba allí.
Antes de que Archimbal lograra articular cualquier tipo de pedido, el juez interrumpió el tenso monólogo y lo invitó a retirarse de su despacho.
Esta no es la primera vez que Macri intenta abordar al magistrado que lo ha llamado a prestar declaración como sospechoso de ser integrante de una asociación ilícita. Un par de semanas antes de que Oyarbide lo citara, Macri simuló un encuentro con el magistrado en el spa Colmegna, de Sarmiento al 1800.
Oyarbide ocupaba una de las mesas del restó-bar de Colmegna envuelto en una toalla blanca, cuando el jefe de Gobierno de la Ciudad se le acercó fingiendo un encuentro que no tenía nada de casual. Dicen los testigos que presenciaron la escena que el jefe de Gobierno porteño también lucía una toalla atada a la cintura.
Allí se registró –palabras más, palabras menos– el siguiente diálogo:
–¿Cómo le va, Ingeniero?
–A mí bien, ¿pero qué tiene usted conmigo?
–Es mi rol y en algún momento lo voy a tener que citar.
–No tengo nada que ver con esas acusaciones.
–Entonces no tiene nada que temer.
El fracaso de aquel abordaje fue estrepitoso, pero evidentemente Macri no estaba dispuesto a tirar la toalla y por eso recurrió a los buenos oficios de Archimbal. Que, por cierto, también fracasó.
Con la destitución y orden de detención contra los dos jueces misioneros que facilitaron las escuchas y con la presentación mañana de Narodowski, ex ministro de Educación, a prestar declaración indagatoria, el jefe de Gobierno se siente cada vez más acorralado. Aunque no parece dispuesto a darse por vencido tan fácilmente.
Macri –que siempre quiso ocupar un asiento en la selecta mesa de pocker de su padre– esta semana se jugó otra carta brava: lo involucró en una causa en la que no es arte ni parte.
Un convidado de piedra. No se habían apagado los ecos de la megafiesta con la que el patriarca del clan Macri festejó sus 80 años cuando los atildados abogados que defienden a su hijo Mauricio se presentaron en el cuarto piso de los tribunales de Comodoro Py.
Traían en  un sobre cerrado una carta que querían incorporar a la causa, dijeron los letrados. Para abrir ese misterioso sobre, el secretario del juzgado de Oyarbide, Gustavo Russo, ordenó labrar un acta. En presencia de los letrados Ricardo Rosental y Santiago Feder se procedió despejar la incógnita digna de un cuento de Edgar Allan Poe. En el sobre había una hoja de papel –sin membrete–, con 22 líneas prolijamente mecanografiadas.
Con indisimulada perplejidad, el secretario del juzgado comprobó que la misiva llevaba estampada una firma que dice ser la del patriarca del clan que días antes había celebrado su cumpleaños 80. Los estupefactos funcionarios judiciales no salían de su asombro: el presidente del grupo Socma manda una carta sin membrete y sin su número de DNI, se involucra en una causa en la que no tiene nada que ver y utiliza como emisarios a los abogados de su hijo, el jefe de Gobierno porteño. Evidentemente, la carta –como la fiesta– de Franco forma parte de uno de esos extraños gestos de glamour y poder que muchas veces resultan indescifrables para el común de los mortales.
No resulta fácil entender que entre los 350 invitados que compartieron el sushi, el champagne y el obligado carnaval carioca había varias víctimas del espionaje telefónico que por ahora tiene como principal sospechoso a Mauricio, el organizador de la fiesta sorpresa para Franco. 
El empresario Carlos Ávila, que tuvo sus teléfonos  y el de su yerno intervenidos por el espía Ciro James, y el parapsicólogo Néstor Daniel Leonardo, el marido de Sandra Macri, quien también fue vigilado por el espía, asistieron al festejo. Pero entre los selectos invitados seguramente había más víctimas de las manías de fisgonear en las vidas ajenas.
En las 22 líneas que Franco Macri envió al juez le recuerda que dos de sus hijos han sido víctimas de secuestros extorsivos. Luego señala que cuando su hija Sandra se puso de novia con Leonardo, él quiso investigar los antecedentes de su futuro yerno. “Como mi hijo Mauricio ha sido citado a declarar bajo sospecha de escuchas ilegales”, escribió Franco, “quiero aclarar que él me desaconsejó investigar a mi futuro yerno, señalando que su hermana Sandra era una mujer adulta y responsable de sus actos”. 
Hasta ahora, Franco Macri es un convidado de piedra en la causa del espionaje. Resulta llamativo que envíe una misiva a través de los abogados de su hijo. El tono de la carta hizo recordar a los investigadores otro episodio similar en esta misma causa. Después de la primera declaración del mentalista Néstor Leonardo ante el juzgado, el jefe de Gobierno le pidió que se retractara y hasta le envió el texto con el cual debía desincriminarlo.
Diario Miradas al Sur
26-04-2010 / 
 

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