Si la intención de Mauricio Macri no fue concebir un aparato paraestatal de inteligencia, debería explicar la razón por la cual su gobierno exhibe la mayor concen- tración por metro cuadrado de espías que renunciaron a sus fuerzas de origen o fueron eyectados de manera deshonrosa.
Por R. Ragendorfer y Walter Goobar
Alejandro Colombo suele ufanarse de su paso por el selecto mundillo de la diplomacia; en armonía con ello, se desempeña en el área de Relaciones Internacionales del Gobierno de la Ciudad. El miércoles pasado saltó a la luz su condición de ex delegado de la Side en Roma y Madrid. Las informaciones al respecto no escatimaron detalles acerca del excelente vínculo que en la Città Eterna supo cultivar con el embajador menemista ante la Santa Sede, Esteban Caselli. Ni sobre su paso por la capital española –ya durante el interinato de Eduardo Duhalde– en representación del entonces jefe de la central de espías, Miguel Ángel Toma. Lo cierto es que tales antecedentes –en medio del escándalo de las escuchas telefónicas– potenciaron el repudio unánime de la oposición por su nombramiento como asesor de la administración macrista. Sin embargo, las revelaciones sobre Colombo omitieron una significativa pincelada: se trata nada menos que del hombre que pudo haber evitado el ataque terrorista a la Amia. Pero no lo hizo, ya sea por negligencia, estupidez o por algún otro motivo que aún hoy resulta inexplicable. En ese episodio no fue ajeno su segundo en la delegación romana de la Side: el agente Alejandro Sánchez, también asimilado por la actual gestión porteña.
Si la intención de Mauricio Macri no fue concebir un aparato paraestatal de inteligencia, debería explicar la razón por la cual su gobierno exhibe la mayor concen- tración por metro cuadrado de espías que renunciaron a sus fuerzas de origen o fueron eyectados de manera deshonrosa. En resumidas cuentas, la estructura municipal a su cargo contrató –además de los comisarios que en la década del ’70 prestaron servicios en Coordinación Federal, y que junto con Jorge Fino Palacios fueron dados de baja en abril de 2004– unas 20 plumas (auxiliares de inteligencia) de la Policía Federal, a los que se suma una cifra imprecisa de agentes del Servicio de Inteligencia Naval y –tal como informó Miradas al Sur en su edición del 1º de noviembre de 2009– una docena de ex agentes de la Side, cuyos legajos chorrean pasados borrascosos.
Un funcionario del Ministerio de Seguridad esgrimió al respecto la siguiente explicación: “Antes eran topos que se infiltraban; acá se van a cortar el pelo y salir a la calle”.
La conexión Cantinflas.
El gobierno porteño ha mostrado una perversa tendencia a reunir bajo un mismo techo a policías, espías y funcionarios que ahora están acusados de encubrir el atentado a la Amia, junto a sospechosos de haberlo realizado. Entre los primeros hay dos ex fiscales: Eamon Mullen y José Barbaccia. Uno está contratado como abogado de la empresa municipal de Subterráneos, el otro es asesor de la Policía Metropolitana. Entre losNatu proveedores de uniformes de la Metropolitana figura el empresario textil Alberto Kanoore Edul, quien aún hoy está sindicado como cómplice del hecho.
Nunca fue debidamente investigada por la Justicia una central de inteligencia montada entre septiembre y octubre del año pasado en el cuarto piso del Hotel Savoy por cuenta del PRO, del Grupo Clarín y de ciertos personajes del peronismo disidente encabezados porMiguel Angel Toma. Semejante emprendimiento no tuvo otro propósito que el de monitorear los teléfonos de empresarios, periodistas y legisladores durante el debate parlamentario sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Por aquellos días, el lobby del hotel supo ser frecuentado por un morocho de contextura gruesa y calvicie incipiente que solía lucir trajes de Versace con exageradas hombreras; no era otro que el ex agente Colombo.
Tal vez lo llevara allí su tarea como asesor de Relaciones Internacionales en el Gobierno porteño. Y quizás, mientras engullía medialunas en la espaciosa confitería de la planta baja, recordara sus épocas en la lejana Roma; o mejor dicho, un episodio en particular: la visita a la embajada argentina del taxi boy brasileño Wilson Dos Santos.
Aquel sujeto desaliñado decía estar al tanto de la planificación de un ataque terrorista sobre un objetivo judío en Buenos Aires. Colombo y Sánchez fueron los encargados de interrogarlo. El carioca afirmaba haber obtenido tal dato por boca de una amante iraní llamada Nasrim Mokhtari, quien –según sus dichos– formaba parte de la conjura. No era exactamente así: en realidad, el servicio de inteligencia de Brasil –al que él reportaba de manera inorgánica– había detectado el asunto, pero tenía reparos en informar a través de la vía oficial a sus colegas argentinos, por lo que decidieron recurrir a Dos Santos. Pero ambos delegados de la Side conservaron ese alerta tan en reserva que ni siquiera lo transmitieron a las autoridades argentinas. Ello ocurrió en los primeros días de julio de 1994. Ya se sabe que el 18 de ese mes explotaría la mutual de la calle Pasteur.
Ahora, mientras liquidaba en la confitería del Savoy el último sorbo de café, es posible que evocara el risueño relato de su colega Víctor Ruiz –al que todos en la Side llamaban el Negro– sobre como localizaron en Suiza a la señorita Nasrim, antes de llevarla con engaños a Buenos Aires, en noviembre de 1998. La cuestión es que, tras declarar ante el juez Juan José Galeano, la mujer fue sobreseída de toda culpa, aunque –sin alojamiento ni dinero– sería abandonada a su suerte en Buenos Aires. Los seis intrépidos espías que dieron con ella en la ciudad de Zurich efectuaron una rendición de viáticos –en concepto de pasajes, hoteles y comida– por una suma cercana a los 300 mil dólares. El Negro fue uno de los beneficiados.
Ello, por cierto, estaba en su naturaleza. Sucede que aquel hombre que llegó a jefe de la Dirección de Terrorismo Internacional era famoso por inflar presupuestos de viajes y operaciones. “Si había 15 mil dólares, te daba cinco y se quedaba con diez”, confío a Miradas al Sur un antiguo subordinado suyo. Otra de sus especialidades era la de inventar pagos a confidentes imaginarios. En 2002, fue cesanteado en la Side debido a un error imperdonable: haber extorsionado a un amigo personal de Toma. No obstante, su participación en la pesquisa del atentado a la Amia le granjeó la amistad del Fino, quien lo llevaría a la Policía Metropolitana. Pero en ello también tuvo que ver su socio en algunos asuntos privados, un tal Julio Mauro, quien además sería un íntimo de Macri. Lo cierto es que a partir de entonces, su coqueta figura, siempre ornamentada con cadenas, pulseras y anillos de oro, fue habitual en los pasillos del Ministerio de Seguridad.
Entre los ex agentes de la Side que estuvieron cerca de Galeano y el Fino en el encubrimiento del ataque terrorista a la Amia se destaca el nombre de un espía que renunció a la Side en 2007, porque cuando prestaba servicios como delegado en París informaba al ahora destituido ex juez sobre actividades investigativas del organismo que podrían agravar su situación procesal.
El otro es Vito Occhionero, que acarrea una foja de servicios que oscila entre el horror y una comedia de enredos. Se trata de un ex gendarme que durante la última dictadura pasó a prestar servicios en el Batallón 601, antes de incorporarse –a partir de 1985– a la Side. A partir de entonces, este hombre rubio, gordo y de andar resoplante se ganaría allí el enigmático mote de El Cineasta, por haber grabado el video en el que se ve a Galeano y Carlos Telleldín negociando una suma de 400 mil dólares a cambio de una declaración de este último afín a la manera en la que el juez pretendía cerrar la causa. También habría rodado en el despacho del entonces fiscal federal Guillermo Montenegro un interrogatorio ilegal a la testigo del atentado Miriam Salinas. Sin embargo, sería célebre su inclinación por la desmemoria; al respecto, hubo un episodio que lo pinta por entero: en una ocasión regresaba con sus hombres de la triple frontera a bordo de una Trafic equipada para hacer inteligencia, cuando, de pronto, cayó en la cuenta de que había olvidado su pistola bajo la cama del hotel. Claro que, por otra parte, Occhionero poseía ciertas virtudes, como –al igual que Ruiz– su destreza por abultar presupuestos operativos en provecho propio. O inventar misiones en el exterior para, de tanto en tanto, regalarse unas merecidas vacaciones. Sin embargo, tales escapadas no estuvieron exentas de contratiempos. Tanto es así que en una ocasión, mientras paseaba por La Gran Vía, en Madrid, un ladronzuelo le arrebató su carterita tipo colectivero que atesoraba unos 30 mil dólares. A raíz de ello, tuvo que fabricarse un viaje urgente a China para así duplicar los viáticos y recuperar lo que le robaron.
Además de Colombo, otro ex agente del riñón de Toma que en la actualidad integra la tropa de la Metropolitana es Raúl Rosa, quien le consiguió al ex jefe de la inteligencia duhaldista un duplicado de la base de datos completa de la secretaría, además de un preciado trofeo: su propia carpeta.
La lista de personal de la Side que se volcó a la Metropolitana se completa con Walter Bucceta, ex delegado de la Side en Mar del Plata exonerado en 2000, quien ahora es un activo militante del PRO; Mario Viña, ex jefe de finanzas de las delegaciones centroamericanas del organismo; Félix Isla Rodríguez, a quien el macrismo nombró como jefe de seguridad del Teatro Colón; Lucio Strazza, delegado de la Side en Colombia, y Federico Toranzo. Y Rodrigo Bonini, cesanteado por robo. Y Jorge Silva, quien está al frente del área encargada de habilitar las agencias privadas de seguridad.
Todos ellos se preparan para la ofensiva final contra los cuidacoches y trapitos.
Diario Miradas al Sur
16-MAY-2010