Una concepción autoritaria, antidemocrática y militarista impregna el reglamento al que están sometidos los cadetes de la Policía Metropolitana, según revela el reglamento interno del Instituto de Seguridad Pública de la Ciudad, dado a conocer el pasado 8 de junio en el Boletín Oficial.
or Walter Goobar
Una concepción autoritaria, antidemocrática y militarista impregna el reglamento al que están sometidos los cadetes de la Policía Metropolitana, según revela el reglamento interno del Instituto de Seguridad Pública de la Ciudad, dado a conocer el pasado 8 de junio en el Boletín Oficial.
“Los reglamentos parecen piezas de museo de ejércitos del siglo XVIII. Dan cuenta de un orden militar, vertical y retrógrado que bordea lo absurdo. Las conductas exigidas a los cadetes no tienen ninguna relación con la concepción de policía que se plasmó en la Ley de Seguridad Pública –2.894– y, además, avanza con concepciones ya superadas en la teoría de la seguridad pública”, asegura un informe de la ONG Observatorio de Derechos Humanos.
Si no fuese trágico, algunos aspectos del régimen interno y disciplinario serían motivo de risa: “La individualización de los cadetes dentro del instituto se hace a través de un número. Deben afeitarse diariamente en el horario que se les asigne. No deben realizar reuniones en los baños pudiendo permanecer en ellos sólo el tiempo necesario para hacer sus necesidades”.
Los cadetes de la Metropolitana “no pueden sentarse ni acostarse en los dormitorios fuera del horario establecido. Deben adoptar posición de ‘firmes’ dirigiéndole la vista al superior cuando éste ingrese fuera de las horas estipuladas para dormir.
Reducidos a números de orden, los reclutas sin nombres de la escuela policial porteña pueden ser sancionados por tener el pelo largo o por presentar recursos colectivos”, revela el informe del ODH que advierte que los reglamentos de conducta para los estudiantes del Instituto de Seguridad Pública porteña “favorecen la edificación de una policía antidemocrática, autoritaria, verticalista y totalmente alejada de la comunidad, y están sustentados en principios propios de fuerzas militares que en nada se condicen con un cuerpo de seguridad pensado para actuar en la Ciudad de Buenos Aires”.
La norma por la que se rigen los cadetes de la Metropolitana refuerza la concepción de espíritu de cuerpo, obediencia debida y militarización, dando forma –desde sus cimientos–, a una organización alejada totalmente de la sociedad civil: en el aula deben responder a las preguntas que se formulen de pie en posición de “firmes” al costado del banco; no pueden tocar los elementos, aparatos y útiles de las aulas. El cadete que desee hacer una pregunta o que no hubiera entendido lo explicado debe esperar el momento oportuno para formular la interrogación. En los recreos saludarán al superior en posición de firmes.
El artículo 5º de la ley 2.895 –por la que debería regirse la Metropolitana– prevé que la formación y capacitación de los oficiales de la Policía Metropolitana debe abordar un contenido legal y jurisprudencial que importe el estricto respeto del ordenamiento jurídico vigente a los fines de desarrollar en los oficiales de la institución la comprensión de las actitudes exigidas para responder de manera profesional a las necesidades de la acción policial en una sociedad culturalmente pluralista, en el marco del respeto de las libertades y derechos individuales inherentes a las personas. Nada de aquel espíritu aparece reflejado en las instrucciones a los cadetes de esta novísima guardia pretoriana.
El reglamento no parece dirigido a personal civil sino a futuros militares en países no democráticos: “La presentación de un superior en el comedor obliga a quien estuviere a cargo a informar las novedades. Dará orden de “atención” y los cadetes permanecerán sentados en posición correcta, sin hacer otros movimientos. Si el superior se dirige a un cadete en particular, éste adoptará posición de firme cuando no tenga alimentos en la boca. Al retirarse del comedor los cadetes se levantarán con cuidado y arrimarán la silla a la mesa procurando no hacer ruidos”.
Sometidos a un régimen autoritario y militarizado, en el que se restringe permanentemente la libertad de los cadetes, resulta difícil imaginar que puedan formarse para respetar la libertad y los derechos de los demás. Sin embargo, lo más grave es que se alienta una concepción errada de la seguridad.
El Observatorio de Derechos Humanos advierte que “el modelo establecido refuerza las características autorreferenciales de las policías, con reglas propias y excluyentes de las que rigen en la sociedad civil. Esto trae peligrosas consecuencias para la seguridad pública porque genera normas diferentes para cada sector, los aleja uno del otro y al momento de encontrarse en el espacio público, en lugar de facilitar la convivencia, la degradan.”
Esta concepción militarista de la seguridad trae consigo la habilitación para producir arbitrariedades, violencia policial y gatillo fácil.
Las reglas que se establecieron para los cadetes transitan por un sendero totalmente contrario a las normas sancionadas por la Legislatura. Un estricto control sobre conductas irrelevantes como el sueño, ir al baño o comer, fomenta un individuo dependiente, temeroso, inseguro y con dificultades para ser autosuficiente y autónomo. Y la responsabilidad queda atada únicamente al acatamiento de las reglas de la subordinación y no a la responsabilidad ante la comunidad.
Además, se establecen reglas para las sanciones disciplinarias que violan derechos básicos en materia de empleo público y derecho de defensa: “Las infracciones previstas en el presente régimen se sancionan, en principio, sin forma de juicio y por la sola autoridad del superior que sanciona”. A su vez, el reglamento contiene disposiciones que violan flagrantemente derechos constitucionales como la libertad e intimidad: no cultivarán amistad con personas de mala reputación o moralidad dudosa. “El personal involucrado deberá poner en conocimiento del oficial Jefe de Compañía o Sección toda relación sentimental de la índole referenciada en los puntos anteriores”. Estas restricciones parecen más de cuartel que de academia.
Más allá de un nostálgico pasado como cadete del Liceo Naval del ministro de Seguridad, Guillermo Montenegro, no existen argumentos teóricos razonables que justifiquen este tipo de reglamentos. “Parece un régimen heredado del sistema castrense, cuyas causas originales se han perdido en el tiempo. En este sentido el sistema de internado bajo reglas tan estrictas de conducta posee solamente la eficacia de hacer del instituto un espacio cerrado, con reglas distintas a las de la ciudad y su cotidianidad, donde se refuerza la separación entre una vida social y otra institucional, estamental y militarizada”, asevera el Observatorio de Derechos Humanos.
Nada más lejos de la policía de cercanía que Mauricio Macri prometió, y nada más cerca del espíritu de la policía brava que siempre ambicionó tener.
Buenos Aires Económico
30-06-2010 /