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REPRESION EN LINIERS

El primer combate del comisario Burzaco

El virulento desalojo de los comerciantes informales asentados frente a la estación Liniers fue, a todas luces, el bautismo de fuego de la Policía Metropolitana


Por R. Ragendorfer y W. Goobar.
Al cumplirse cinco meses de su nacimiento, la Metropolitana mantiene bajo una rigurosa reserva las estadísticas de su cruzada contra el delito. Tanto es así que se desconocen los hechos criminales en los que presuntamente intervino y también el número de sus arrestos. En cambio, sí se sabe que esa fuerza ha sido víctima de un ilícito jamás esclarecido: el robo de las ruedas de un patrullero estacionado nada menos que frente al Ministerio de Seguridad. En medio de tales circunstancias, el virulento desalojo de los comerciantes informales asentados frente a la estación Liniers fue, a todas luces, su bautismo de fuego.
En el último tramo de la avenida Rivadavia se consumó una orden de batalla minuciosamente planeada diez días antes en el despacho principal del edificio situado en la calle Bolívar 1. Hace meses que la Metropolitana venía buscando un enemigo en desventaja contra el cual medirse: cartoneros, indigentes, limpiavidrios y motoqueros fueron sugeridos alternativamente como víctimas propiciatorias de semejante prueba piloto. Al final le tocó encabezar la lista a los puesteros de Liniers; los siguientes serían –tal como ya admitió el ministro porteño de Ambiente y Espacio Público, Diego Santilli– los vendedores de baratijas en la calle Florida. La acción fundacional de la Metropolitana en la avenida Rivadavia simboliza la reivindicación de una policía militarizada, centralista, brava y sumisa a sus propias cúpulas pero no a la sociedad civil. A pesar de lucir uniformes coquetos y tecnología de última generación, esa milicia no deja de ser un desmejorado calco del modelo policial pretoriano. Y nada indica que cuando la Metropolitana se apropie de la calle, no entable una feroz competencia con las huestes de la Federal. El caso de Liniers es una prueba de ello.
A mazazo limpio, con el apoyo de una pala mecánica y protegidos por unos 70 efectivos de la Metropolitana, un equipo de Emergencias del gobierno porteño pudo demoler una veintena de locales. Ello dejó literalmente en la calle a los puesteros y también a sus familias. La reacción de éstos no se hizo esperar: cortaron Rivadavia, quemaron neumáticos y arrojaron piedras, maderas encendidas, huevos, tomates, trozos de vidrio, sifones, basura y todo de lo que encontraron a mano contra los uniformados, quienes consumaron así su estreno represivo. El saldo: cuatro policías heridos y siete detenidos.
El color del dinero.
La pregunta fue:
–¿Al mando de quien estuvo los desalojos en Liniers?
Desde el otro lado de la línea, un vocero de la Metropolitana contestó:
–Participaron efectivos de la Dirección de Seguridad.
–¿Esa Dirección está a cargo del comisario Miguel Ángel Ciancio?
–En efecto.
–¿Fue él quien estuvo al mando del operativo?
–No. El que estuvo al mando de todo fue Matías Molinero.
Se refería al segundo del ministro de Seguridad, Guillermo Montenegro.
En esa cartera, sin embargo, negaron con énfasis la versión. “Molinero ni siquiera estuvo en Liniers”, fueron las palabras de un estrecho colaborador de Montenegro.
–Pero en la Metropolitana aseguran lo contrario...
–Es porque nos quieren mandar al frente– fue la increíble respuesta.
El operativo policial de Liniers mereció el repudio de organizaciones sociales y de derechos humanos, además de críticas por parte de casi todo el arco opositor. Tales desafortunados efectos agravaron la de por sí vidriosa relación entre el ministro de Seguridad y el jefe de la Metropolitana, Eugenio Burzaco. “Los incidentes dejaron cuatro policías heridos; eso demuestra que la gente de la Metropolitana no está aún preparada para este tipo de operativos”, apuntó el colaborador de Montenegro. Y agregaría: “Fue como si a un podólogo se lo obligara a efectuar una cirugía a corazón abierto”.
Claro que detrás de la disputa entre ambos funcionarios subyacen otras cuestiones. Entre ellas, la absurda compra de un camión hidrante –por el cual se pagaron casi tres millones de pesos–, cuando la Metropolitana ni siquiera posee una guardia de infantería. De ese detalle, los estadistas del PRO se percataron tras abonar otros dos millones en concepto de adelanto por la adquisición de cinco carros de asalto, por lo que fue cancelado dicho contrato, aunque, claro, sin recuperar esa suma.
En paralelo, una denuncia del legislador porteño Diego Kravetz puso al descubierto otro asunto en litigio: la existencia de una caja chica que en la actualidad ascendería, a dos millones de pesos para efectuar compras de equipos policiales sin alterar el presupuesto oficial. Tal fortuna no está bajo el control del Ministerio sino de la Metropolitana. El propio jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, reconoció la existencia de esa cuenta secreta durante su presentación semestral en la Legislatura, no sin jurar que “de esa plata sólo hemos gastado 500 mil pesos”. Luego se supo que fue en enero de este año cuando el ministro de Hacienda, Néstor Grindetti, asignó “por única vez” tal caja a la Mazorca de Macri. Su administrador no sería otro que el polémico Edgardo Cenzón, quien durante la primera parte de la gestión del PRO fue director de Compras y Contrataciones. Pero escaldado por un cúmulo de irregularidades cometidas en el Ministerio de Salud, este economista salido de la cantera de Carlos Melconián sería reciclado como subsecretario de Planeamiento, un área que está bajo la órbita directa de Rodríguez Larreta. Tanto es así que Cenzón es su hombre de confianza en la Metropolitana, pues sus funciones se circunscriben exclusivamente a ese ámbito. Ello lo convierte en el competidor del auditor externo de esa fuerza, Gustavo Morón, que responde a Montenegro. A través de ellos, se dirime en estos días la disputa entre éste y Burzaco. Lo de Liniers, desde luego, potenciaría esa pelea.
Al respecto, con el fervor de un general victorioso, el ministro Santillí diría: “Hemos recuperado 150 metros de espacio público para la ciudad”.
Burzaco, en cambio, mantuvo un silencio casi monacal.
El joven líder de la globalidad.
Hijo de quien fuera secretario de Medios durante la primera época del menemismo, Eugenio Burzaco exhibe impecables antecedentes académicos: licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad del Salvador y un master en Políticas Públicas de la Georgetown University. No menos destacable es el hecho de haber sido distinguido como young global leader por el Foro Económico Mundial. Admirador confeso de Jesús, la Madre Teresa de Calcuta y el cardenal Jorge Bergoglio, este muchacho profundamente católico es un verdadero paradigma de la llamada nueva política. Tanto es así que su biografía oficial señala: “Aunque desde chico mostró un solidario interés por la cuestión social, Burzaco decidió dedicarse de lleno a la política luego de la crisis de 2001, cuando –al igual que varios cuadros del PRO– sintió que debía dejar de quejarse desde una posición cómoda en el sector privado para ayudar a mejorar el país”.
Y, por cierto, lo haría con toda abnegación posible. Tras un paso como empleado de la Side –que no figura en su currículum– se puso al servicio del entonces gobernador de Neuquén, Jorge Sobisch, para asesorar –entre 2004 y 2005– a la policía de esa provincia. En aquella época, Neuquén se convirtió en la capital de la mano dura. De hecho, durante el lapso en el cual Burzaco aplicó allí sus conocimientos, se registraron unos 1.040 denuncias por abusos policiales, aunque la mayoría de ellas terminaron archivadas. Y el asesinato de civiles en manos policiales se incrementó de un modo alarmante. En abril de 2007, pese a la huella democrática que Burzaco dejó en esa repartición, fue acribillado el maestro Carlos Fuentealba. En ese entonces, Burzaco asesoraba a la Policía de Mendoza, una de las más brutales y corruptas del país. En esa etapa de su carrera, trabajó codo a codo con el ultraconservador ministro de Seguridad, Juan Carlos Aguinaga, y el jefe policial, Carlos Rico Tejeiro, quien tuvo que renunciar al descubrirse su pasado como represor durante la dictadura.Como coletazo de semejante escándalo, Burzaco se vio obligado a regresar a Buenos Aires. Entonces se sumó al grupo Sophia, en donde haría muy buenas migas con el carismático Rodríguez Larreta. Luego fue elegido diputado por el PRO. A la vez, volcaría su sapiencia en el libro Mano Justa , al lado del cual la obra del ex comisario Fino Palacios, Terrorismo en la aldea global, posee el candor de El Principito . La represión de Liniers fue su primer trabajo de campo.
Diario Miradas al Sur
04-julo-2010
 

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