Dos fuentes de la investigación confirmaron a Miradas al Sur que en las escuchas a Néstor Leonardo se encuentran las pruebas que confirman la participación de Mauricio Macri en el caso de espionaje; sólo bastaría una orden de la Cámara Federal para que las partes puedan acceder a la trascripción de esos diálogos, los cuales echarían luz sobre los móviles del espionaje y la intencionalidad de sus autores.
Por W. Goobar y R. Ragendorfer
Solemne y circunspecto, Mauricio Macri aprovechó la festividad del 9 de julio para tomar juramento a cadetes de la Policía Metropolitana. Ello fue como un relanzamiento de esa fuerza, cuya nula incidencia en la lucha contra el delito la ha reducido a una milicia sólo especializada en desalojos violentos. Aún así, el alcalde porteño señaló: “Nuestra enemiga es la inseguridad; en los cuatro barrios donde actúan nuestros agentes, los vecinos están más contentos”. Tal vez el clima marcial que imperaba en la Plaza de Mayo haya mitigado el nerviosismo de Macri ante la posibilidad de que en unos días la Sala I de la Cámara Federal confirme su procesamiento en la causa del espionaje telefónico. Para evitar tal instancia, los abogados Santiago Feder y Ricardo Rosental presentaron el martes pasado en ese tribunal un escrito de 121 páginas en el que intentan fundamentar la inocencia de su defendido.
Allí ellos se quejan amargamente de que el juez federal Norberto Oyarbide no les haya permitido acceder al contenido de las escuchas al cuñado de Macri, el manosanta Néstor Leonardo. Y a la vez, critican al magistrado por no haber centrado la pesquisa sobre Franco Macri. Con respecto a lo primero, Oyarbide hasta ahora ha mantenido en reserva esas grabaciones para preservar la intimidad de Leonardo y su familia. Pero dos fuentes de la investigación confirmaron a Miradas al Sur que en aquel registro auditivo se encuentran las pruebas que confirman la participación de Mauricio en el caso; sólo bastaría una orden de la Cámara Federal para que las partes puedan acceder a la trascripción de esos diálogos, los cuales echarían luz sobre los móviles del espionaje y la intencionalidad de sus autores. En cuanto al otro cuestionamiento, ahora se sabe que la vigilancia sobre Leonardo no fue fruto de la cooperación de Mauricio con su papá, sino un resultado del conflicto entre ambos por el control accionario de Socma y Sideco, las naves insignias del grupo familiar.
La sagrada familia. A mediados de 2007, don Franco resolvió ceder a su sobrino Ángelo Calcaterra las empresas constructoras e inmobiliarias en las que Mauricio era director ejecutivo. Esta decisión desató una feroz batalla en el seno de la familia. Cada uno de los contendientes arrastró en la pelea a otros miembros del clan. El anciano magnate, que pretendía dar un paso al costado para sólo ocuparse de los nuevos negocios con China, conservó la adhesión de sus hijas: Sandra y Florencia. Con Mauricio se alinearon sus hermanos menores, Gianfranco y Mariano, cuya ex esposa Marie Peña Luque también denunció que el fisgoneo telefónico ya formaba parte de la idiosincrasia familiar. Lo cierto es que, con una falta de escrúpulos semejante a la de algún oscuro príncipe del Renacimiento, el actual mandatario porteño no escatimó recursos para doblegar al hombre que le había dado la vida.
De ello, don Franco se enteraría por boca de su propio psicólogo: Mauricio y Mariano habían evaluado con el profecional la posibilidad de una pericia psiquiátrica para declarar su insania. El patriarca del clan, tras palidecer, balbuceó:
–Quieren probar que estoy loco para quedarse con las empresas.
Esa táctica –confiaría Franco a sus allegados– pintaba al primogénito de cuerpo entero. A su vez, Mauricio repetía una y otra vez: “Papá está gagá”. Y desarrollaba esa creencia con el siguiente argumento: “No se puede dirigir una empresa con alguien que va y vuelve todo el tiempo. Vamos a perder todo”.
Mientras tanto, su progenitor seguía contando con la lealtad de Sandra y Florencia. Y el espionaje sobre el marido de la primera se produjo en el marco de ese duelo económico, pues las conversaciones telefónicas de Leonardo podrían contener detalles de interés. Cuando Mauricio –por medio de su propio aparato de inteligencia montado en el seno del Gobierno de la Ciudad– obtuvo las grabaciones del cuñado, no dudó en entregárselas a su padre para así pulverizar su vínculo con Sandra. La maniobra fue exitosa. El viejo empresario no tardó en convocar al yerno, y le dijo:
–¿Vos sabés bien a qué viniste?
–Para hablar de Sandra –contestó Leonardo, no sin cierta sorpresa.
En ese instante, su suegro montó en cólera y, mientras golpeaba la mesa con violencia, empezó a bramar:
–¡Alejate de mi hija!
Y siempre a los gritos, agregó:
–Vos sabés lo que económicamente necesitás. ¿Cuánto querés?
Leonardo, no sin candor, le dijo:
–El amor, Franco, no se compra.
Así concluyó el encuentro.
A partir de ese momento, Sandra creyó que la intervención del celular de Néstor había sido obra de Ackerman Group, la empresa encargada de la seguridad familiar. Esa hipótesis errónea sería luego utilizada por Mauricio para culpar a su padre de la maniobra y así descomprimir su situación judicial. Lo cierto es que si su padre hubiese querido espiar a Leonardo, tenía medios propios para hacerlo con discreción y, por sobre todas las cosas, no se lo hubiera encomendado a su hijo. Además, inmediatamente después de la ríspida reunión entre el manosanta y su suegro, Ackerman tuvo el tino de encargar a la consultora argentina AP Security una auditoría sobre la seguridad física y perimetral de todos los miembros del clan.
Las escuchas al marido de Sandra se hicieron entre el 23 de mayo y el 22 de junio de 2008. Dicha intromisión derivó en una pelea entre ella y el resto de la familia. Las consecuencias fueron desfavorables para la mujer: se le retiró el pago de sus dividendos en Socma –dónde detenta un 20 por ciento de las acciones– y también los intereses por fideicomiso que tenía fuera del país.
Hasta ese momento, su patrimonio ascendía a 18 millones de pesos, pero como resultado del conflicto los contadores de Socma presentaron una rectificación ante la Afip, por la que su fortuna quedó sólo en siete millones. Ello coincide con la fecha en que se hicieron las escuchas a Leonardo. Sandra no sólo había sido parcialmente desheredada, sino que Mauricio y el resto de sus hermanos se dividieron a partir de entonces una tajada mayor. En resumidas cuentas, la jugada había salido a pedir de boca.
Recién en mayo de 2009, los miembros del clan hicieron las paces, aclarando las cuentas mediante una “sucesión anticipada” que les permitía a las hermanas seguir ligadas a la sociedad, pero sin influir en la toma de decisiones.
El espionaje sobre Leonardo evidencia que, en una primera etapa, la estructura del espionaje macrista fue utilizada para dirimir entre parientes una interna empresarial. Pero, claro, con una leve salvedad: los gastos corrieron por cuenta del Gobierno porteño.
Diario Miradas al Sur
11-07-2010