En una reciente columna que publica la revista colombiana Semana –vinculada con la familia Santos–, el periodista Antonio Caballero interpretó la denuncia de Uribe sobre la presencia de las FARC en Venezuela como un intento de sabotear la normalización de las relaciones cuando Chávez ya había sido invitado a la asunción del mando el próximo 7 de agosto.
or Walter GoobarLa agenda económica y la unión aduanera marcaron el plenario de la 39ª Cumbre del Mercosur que concluyó sus sesiones en San Juan. Sin embargo, las ausencias de Álvaro Uribe y Hugo Chávez no evitaron que el encuentro se viera signado por el conflicto que determinó la ruptura de relaciones entre Colombia y Venezuela.
Uribe y Chávez brillaron por su ausencia en el tradicional foro de familia, pero los mecanismos de Unasur y Mercosur lograron controlar los daños colaterales ocasionados por la crisis desatada por el gobierno saliente de Colombia. Los países sudamericanos valoraron el papel que está jugando la Unasur como eje de resolución de conflictos en detrimento de una OEA que fue utilizada por Álvaro Uribe como escenario para disparar sus denuncias contra Venezuela.
La pregunta que todos se hicieron en San Juan es qué llevó al presidente de Colombia a desempolvar un tema ya conocido como la presencia de miembros de las FARC en suelo venezolano, apenas dos semanas antes de abandonar el cargo. Nadie duda de que detrás de la maniobra contra Venezuela, subyace el temor del saliente mandatario a perder pie en la política interior, con riesgos graves para su propia persona.
Ninguno de los jefes de Estado presentes en San Juan dudó de que la intención de Uribe fue condicionar la presidencia de su sucesor. En ese sentido, el presidente Luiz Inaçio Lula da Silva fue el más explícito a la hora de señalar las responsabilidades por la crisis en la región: “Lo que me pareció extraño es que esto ocurre a pocos días de que el compañero Uribe deje la presidencia. El nuevo presidente dio señales claras de que quiere construir la paz. Marchaba todo bien hasta que Uribe hizo la denuncia”, declaró Lula.
En una reciente columna que publica la revista colombiana Semana –vinculada con la familia Santos–, el periodista Antonio Caballero interpretó la denuncia de Uribe sobre la presencia de las FARC en Venezuela como un intento de sabotear la normalización de las relaciones cuando Chávez ya había sido invitado a la asunción del mando el próximo 7 de agosto.
Semana reveló algunos pormenores de la fuerte pugna entre Uribe y Santos. “Es una bofetada a Uribe nombrar canciller a la única funcionaria de su gobierno que tuvo la dignidad de renunciar porque discrepaba de su clientelismo”, escribió en referencia a María Ángela Holguín, canciller designada por el presidente electo.
Más aún. Holguín había manifestado su deseo de “aclarar las diferencias” a raíz del bombardeo del campamento de Raúl Reyes en Ecuador, lo que supone el intento por despolarizar las relaciones bilaterales, algo que podría ser beneficioso para Colombia pero en modo alguno para el Comando Sur de los EE.UU., que apuesta a una escalada en los conflictos para justificar su presencia en la región.
Nadie debe esperar cambios de fondo con el gobierno de Juan Manuel Santos, pero va a generar algunos movimientos. Hasta ahora mantuvo silencio en la disputa Uribe/Chávez, y en su gira regional anunció que va a renovar totalmente la cúpula militar. Mientras Uribe y el canciller saliente, Guillermo Bermúdez, lanzaban gruesos ataques a Venezuela, el futuro vicepresidente, Angelino Garzón, ex sindicalista y hombre de izquierdas en los ochenta, valoró positivamente las declaraciones de Chávez al pedirle a la guerrilla que reconsidere su estrategia.
La estrecha alianza de Santos con Estados Unidos está fuera de discusión, pero se propone diversificar las relaciones según adelantó durante su gira por Europa y Sudamérica. El nuevo mandatario apostará por la “prosperidad democrática” en remplazo de la “seguridad democrática”, lo que representa una nueva apuesta estratégica. En ese sentido, la idea de recomponer las relaciones con Venezuela tiene una lectura estrictamente económica. El pragmático Santos sabe que necesita a Venezuela si quiere implementar un modelo de crecimiento similar al de los tigres asiáticos.
Pero Santos también sabe que las diferencias y las disputas con Uribe no van a terminar con el traspaso del mando.
La revista británica The Economist le recomienda al nuevo mandatario que para evitar la interferencia del saliente presidente “haga su mejor esfuerzo para que Uribe acepte la embajada en Beijing”.
El periodista Antonio Caballero es más rotundo y provocativo en la revista Semana: “Este país no es un imperio sino una colonia del imperio. Así que es más probable que la cosa se resuelva con la extradición de Uribe a los Estados Unidos”, concluye el analista político colombiano.
No es imposible que algo así suceda. Las diversas agencias de inteligencia de Washington poseen un frondoso prontuario en donde funcionarios estadounidenses califican a Álvaro Uribe de narcotraficante y de cómplice de los crímenes de los paramilitares.
En los archivos de la DIA, la Agencia de Inteligencia de la Defensa de los Estados Unidos, Álvaro Uribe tiene el legajo número 82 que está rotulado como “Confidencial” y está a sólo tres puestos del de Pablo Escobar Gaviria, el extinto capo del Cartel de Medellín, que lleva el número 79.
La ficha 82, fechada el 23 de septiembre de 1991 dice textualmente: “Álvaro Uribe Vélez. Político colombiano y senador dedicado a colaborar con el Cartel de Medellín a altos niveles gubernamentales. Uribe ha sido vinculado a negocios relacionados con drogas en Estados Unidos. Su padre fue asesinado en Colombia debido a sus conexiones con los traficantes de drogas. Uribe ha trabajado para el Cartel de Medellín y es amigo personal cercano de Pablo Escobar Gaviria. Él (Uribe) ha participado en la campaña política de Escobar para ganar el puesto de parlamentario suplente de Jorge Ortega. Uribe ha sido uno de los políticos que desde el Senado ha atacado todas las formas del Tratado de Extradición (de Colombia con los Estados Unidos) (…)”, dice la ficha de la DIA.
La saga de Álvaro Uribe es la de un narcopresidente que en 2001 tuvo a la DEA como jefe de campaña y en menos de cinco meses conquistó el 53 por ciento de los votos. Sus dos presidencias estuvieron signadas por el paramilitarismo y la parapolítica. La búsqueda de su fallida tercera reelección y la instalación de bases norteamericanas fueron el salvoconducto que hasta ahora le han permitido librarse de la temida extradición a los EE.UU.
Ése es Uribe. El hombre venido de abajo que la oligarquía colombiana, a quien Santos encarna, nunca terminó de aceptar.
Buenos Aires Económico
05-08-2010 /