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La victoria es una quimera

Las actuales experiencias en Irak y Afganistán tienen aspectos en común con la debacle estadounidense en Vietnam. En Washington, como en los puestos militares de comando de Estados Unidos, apareció una nueva definición de éxito: evitar una derrota total.

Por Walter Goobar
En 1969, cuando la guerra de Vietnam se hallaba en su etapa más cruenta, los colaboradores del secretario de Defensa Melvin Laird introdujeron en una de las supercomputadoras del Pentágono todos los datos relativos al conflicto y preguntaron: “¿Cuándo vamos a ganar?”. Luego de procesar el cúmulo de información, la computadora emitió una respuesta tajante: “Ganaron en 1964”. Barack Obama corre el riesgo de sufrir la misma suerte con las guerras de Irak y Afganistán por no comprender que el estilo occidental de guerra llegó al fin de su camino.
Cada año se publican decenas de libros, artículos de prensa, ensayos académicos, reportajes y documentales que se preguntan si la hegemonía militar de Estados Unidos ha llegado a su fin.
Uno de los exponentes más importantes de este debate es el historiador conservador Andrew J. Bacevich. Bacevich es un ex coronel del Ejército de los Estados Unidos, graduado de la Academia Militar de West Point, veterano de la guerra de Vietnam, que actualmente se desempeña como profesor de Historia en la Universidad de Boston. Además, Bacevich tiene el triste honor de haber perdido a su hijo, el teniente primero Andrew J. Bacevich, en Irak en mayo del 2007.
A través de sus libros, artículos, ensayos y presentaciones públicas, el conservador Bacevich ha desarrollado una sistemática crítica de las acciones y de las bases ideológicas y culturales de la política exterior estadounidense.
“Si alguna conclusión predominante emerge de las guerras afgana e iraquí, es la siguiente: la victoria es una quimera. Contar con que un enemigo actual ceda ante una fuerza superior tiene casi tanto sentido como comprar billetes de la lotería para pagar la hipoteca: más vale tener mucha suerte”, escribe Bacevich en un reciente ensayo titulado Estados Unidos, Israel y el fracaso del estilo de guerra occidental.
Las actuales experiencias en Irak y Afganistán tienen aspectos en común con la debacle estadounidense en Vietnam. A diferencia de la derrota en Corea, que pudo ser disfrazada, Vietnam fue la primera guerra oficialmente perdida por los Estados Unidos: implicó una retirada sin condiciones, un abandono vergonzoso de quienes habían sido sus aliados y colaboradores y desencadenó profundas divisiones que tardaron años en cicatrizar.
Recién en 1995, 20 años después de la caída de Saigón, el ex secretario de Defensa Robert McNamara hizo un mea culpa sobre esa guerra en la que murieron 58.000 norteamericanos simplemente porque su gobierno se equivocó. McNamara reconoció que desaprovecharon cuatro oportunidades de retirarse de Vietnam en mejores condiciones.
Mientras Estados Unidos se desangraba en Vietnam, Israel había conseguido éxito en el dominio definitivo de la guerra.
Un cuarto de siglo después, en 1991, las fuerzas de Estados Unidos se pusieron al día durante la guerra de George H. W. Bush contra Saddam Hussein. Vietnam pasó a ser irrelevante. La hegemonía se convirtió en un objetivo en sí mismo.
Los esfuerzos de Washington por transformar el Medio Oriente fueron lanzados a toda marcha después de los ataques perpetrados contra las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001. En Afganistán e Irak, la Guerra Global contra el Terror de George W. Bush comenzó de un modo bastante impresionante, con fuerzas estadounidenses que operaron con una velocidad y un ímpetu que antes había sido una característica israelí. Kabul cayó gracias a “impacto y espanto”, seguida menos de un año y medio después por Bagdad.
En aquel entonces, el cuerpo de oficiales, como el gobierno de Bush, todavía estaba convencido de que sabía cómo vencer, pero el paso del tiempo hizo cada vez más evidente que la dominación militar no se tradujo en ventajas políticas concretas.
Todas las promesas de éxito resultaron obscenamente prematuras. Campañas que se publicitaron diciendo que terminarían en semanas se extendieron durante años, mientras el Pentágono seguía sin tener la menor idea de cómo salir de las encerronas en las que se había metido.
Al llegar el año 2007, el propio cuerpo de oficiales estadounidenses renunció a la victoria, aunque sin renunciar a la guerra. Las prioridades cambiaron primero en Irak, luego en Afganistán. Generales de alto rango difirieron sus expectativas de ganar. En su lugar trataron de no perder. En Washington, como en los puestos militares de comando de Estados Unidos, apareció una nueva definición de éxito: evitar una derrota total. Como consecuencia de esta teoría, las tropas estadounidenses no salen de sus bases para derrotar al enemigo, sino para “proteger a la gente”, lo que es consistente con su última moda doctrinaria. Mientras tanto, los comandantes toman té y cierran tratos con señores de la guerra y caudillos tribales en la esperanza de persuadir a las guerrillas para que depongan sus armas.
En su discurso de ayer ante el Parlamento cubano, Fidel Castro, que reapareció luego de cuatro años, exhortó a Barack Obama y a las naciones desarrolladas a hacer “los mayores esfuerzos para evitar que ocurra un conflicto nuclear”.
Las palabras de Castro cobran particular importancia en momentos en que trascienden públicamente los planes estadounidenses para un ataque preventivo contra Irán.
  Diario Miradas al Sur
08-08-2010

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