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MEDIO ORIENTE

El gran juego de la negociación

Veinte años después de la Conferencia de Paz de Madrid y 10 años después del naufragio de los esfuerzos del ex presidente Bill Clinton en Camp David, su esposa la secretaria de Estado Hillary Clinton ha embarcado al presidente Barack Obama en un riesgoso intento de alcanzar un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes.

Por Walter Goobar 
Veinte años después de la Conferencia de Paz de Madrid y 10 años después del naufragio de los esfuerzos del ex presidente Bill Clinton en Camp David, su esposa la secretaria de Estado Hillary Clinton ha embarcado al presidente Barack Obama en un riesgoso intento de alcanzar un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes.
Mientras pone en marcha una deshonrosa retirada de Irak y evalúa atacar Irán –con el pretexto que ese país ayer inauguró la central nuclear de Busheir–, el Premio Nobel de la Paz e inquilino de la Casa Blanca ha decidido reavivar el agonizante proceso de paz entre israelíes y palestinos.
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, volverán a encontrarse en la Casa Blanca el próximo 1 de septiembre. Ambos han sido públicamente invitados este viernes a una cena con el dueño de casa, con la que debería inaugurarse, al día siguiente, una nueva ronda de negociaciones directas.
La jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton, ha expresado su confianza en que estas negociaciones –tras los fallidos procesos de Oslo en 1993; Camp David, en 2000; la Hoja de Ruta, en 2003, y Annapolis, en 2007– sean definitivas y conduzcan, en el plazo de un año, a un acuerdo para la creación del Estado palestino.Hasta ahora, la incapacidad de ambas partes de concebir las negociaciones como un divorcio conducente a la formación de dos Estados –y no como un idílico matrimonio de conveniencia–, terminó de entrampar a todos los protagonistas en una perpetua espiral de violencia.
Esta vez, israelíes y palestinos serán arrastrados a la mesa de negociaciones en una coyuntura que ni a unos ni a otros les parece especialmente propicia. El momento, en realidad, lo elige Estados Unidos por dos razones. La primera, el fin de la moratoria israelí para la construcción de viviendas en las colonias en Cisjordania que vence el 26 de septiembre, y solamente una fuerte presión estadounidense puede conseguir que el Parlamento israelí acceda a una prolongación de esa suspensión.
La segunda razón es que en noviembre hay elecciones parlamentarias en Estados Unidos, y Obama necesita ofrecer algún tipo de éxito diplomático. La secretaria de Estado anunció que en las tratativas deben afrontarse “todos los asuntos fundamentales”, incluyendo “fronteras, retorno de refugiados y Jerusalén”, sin fijar orden ni expectativas concretas sobre cada uno de los puntos. La frase de Clinton, “sin condiciones previas”, colocó a la Autoridad Palestina en un punto de partida desventajoso respecto a Israel porque el presidente Abbas había exigido que antes de comenzar la nueva ronda, Israel se comprometiera a no seguir colonizando Cisjordania y empequeñeciéndola durante las negociaciones. Netanyahu, en cambio, exigía tener las manos libres.
Con el continuo ir y venir de enviados especiales y planes de paz, tanto israelíes como palestinos se muestran escépticos acerca de las posibilidades de un acuerdo final.
Ni Netanyahu ni Abbas cuentan con un poder sólido. Netanyahu preside una coalición frágil, que podría romperse por su flanco más nacionalista y religioso. Al primer ministro israelí (cuyas propias convicciones sobre la paz resultan dudosas) no le será fácil convencer a sus socios de que hay que hacer alguna concesión. El presidente Abbas se ha visto obligado a demorar indefinidamente la convocatoria de elecciones por las divisiones internas de su partido, Fatah, y siente la amenaza del partido islamista Hamas, que gobierna en Gaza y ya ha descartado que las negociaciones puedan suponer algún beneficio para la sociedad palestina. Por su parte, los israelíes han perdido todo sentido de urgencia sobre el problema palestino. El masivo flujo de ayuda internacional a Cisjordania hace que la ocupación israelí sea una de las más convenientes de la historia; los israelíes controlan la tierra y su población sin la carga financiera de gobernar directamente.
Para los israelíes, la implementación de la fórmula de dos Estados y la vuelta a las fronteras de 1967, implica la evacuación masiva de colonos y la amenaza de rebeliones civiles y quizás hasta conatos de insurrección en las fuerzas armadas. Nunca totalmente convencida de la viabilidad de la solución de dos Estados y estimulada por el fracaso que hasta ahora ha sufrido el proceso de paz, la derecha israelí está volviendo a jugar con el escenario más peligroso de todos: un Estado binacional en el que los palestinos tendrían derechos de ciudadanía, pero ningún tipo de derecho nacional. No es una mala fórmula para una guerra civil permanente.
En cierto sentido, las posiciones son más distantes que hace 17 años, cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo. Según sus declaraciones públicas, Netanyahu acepta ya como posibilidad la existencia de un Estado palestino, pero considera inaceptable negociar sobre las fronteras previas a la guerra de 1967 y sobre Jerusalén, que define como “capital eterna e indivisible” de Israel. Exige además que Israel siga controlando el espacio aéreo sobre una futura Palestina, que mantenga bases en el Valle del Jordán, para detectar posibles ataques procedentes del Este, es decir, de Irán, y que el Estado palestino sea desmilitarizado.
Abbas, por su parte, sólo considera posible avanzar si se parte de las fronteras previas a la guerra de junio de 1967 y si se establece que sólo Jerusalén Oriental, y no un barrio remoto de la ciudad o Ramala, puede ser capital del Estado palestino. Además, no acepta que Israel mantenga bases en la ribera occidental del río el Jordán, y propone como alternativa que esas bases de vigilancia, que los israelíes consideran imprescindibles para su seguridad, sean gestionadas por la Otan o la Unión Europea.
El otro actor que estará ausente en las conversaciones es Hamas, la irreductible milicia que controla la Franja de Gaza. La idea de un Estado palestino no es central en la visión de Hamas, cuyo objetivo estratégico es la victoria final del islam. Para Hamas, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, es una “figura de transición” que será barrida, junto con su OLP secular, por el impulso revolucionario hacia una sociedad islámica.
En los últimos meses, Hamas ha dado señales de estar dispuesta a contemplar una solución basada en las fronteras de 1967, pero es imposible que sus líderes acepten renunciar al derecho de retorno de los refugiados palestinos que viven hacinados en los campamentos, sin que se lo considere un acto de alta traición.
La reapertura del proceso en estos momentos entraña riesgos serios. Un nuevo fracaso supondría una derrota personal para Obama y Clinton, y tal vez algo mucho más grave para israelíes y palestinos: el cíclico rebrote de la violencia.
Domingo 22 de Agosto de 2010
dIARIO mIRADAS AL sUR
 

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