A 5.487.000 argentinos se les cae el pelo. Mitos y verdades sobre un sufrimiento masculinoLa calvicie es uno de los problemas que más les preocupa a los varones argentinos, que invierten cerca de 50 millones de pesos anuales en productos farmacéuticos. Desde Hipócrates hasta las nuevas técnicas de implantes, las aventuras destinadas a detener la caída del cabello.
Por Walter Goobar
Hace 2.500 años, Hipócrates, el padre de la medicina moderna, dio en el clavo con el problema de la calvicie: se dio cuenta de que los eunucos de la armada persa nunca se quedaban calvos. O sea, que la castración –poco antes o poco después de la pubertad– prevenía la calvicie. Con dos siglos y medio de demora, unos investigadores de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, llegaron a la misma conclusión: “La castración puede ser una cura para la calvicie, pero no es médicamente aconsejable ni comercialmente aceptable”. Sin embargo, uno de los productos más recientes y eficaces contra la calvicie se basa precisamente en este principio: fue desarrollado de manera accidental cuando buscaban un medicamento para la próstata. Pero los pelados están lejos de haber encontrado la panacea contra la calvicie: el precio del producto hace que cada pelo nuevo sea literalmente un rizo de oro. En esta época en que un gramo de imagen vale más que un kilo de trabajo, el cabello forma parte esencial de la cultura hedonista: aunque no muchos están dispuestos a confesarlo, los varones argentinos invierten 50 millones de pesos anuales para solucionar el problema de la caída del cabello.
La calvicie masculina, que afecta a 5.487.000 argentinos de entre 18 y 49 años, es un problema hormonal. La testosterona, que es la hormona masculina responsable del cambio de voz en la pubertad, del aumento de la masa muscular, del crecimiento del pene y del escroto, es también responsable de la gran mayoría de los problemas de calvicie. La falta de testosterona hace que los folículos pilosos –que son las fábricas, distribuidas por todo el cuerpo, donde se hace el pelo– se hagan cada vez más pequeños. En verdad, los calvos siguen teniendo las mismas fábricas de pelo que los demás, pero están encogidas.
En general, la plata que se invierte en detener la caída del cabello está mal gastada: la autoridad sanitaria estadounidense (FDA) investigó cerca de 300 mil productos para la caída del pelo (desde hierbas medicinales hasta champúes) y concluyó que ninguno contaba con evidencias científicas capaces de comprobar lo que prometían. Según la FDA, “los tratamientos para cabello no son más que acondicionadores que dan una sensación temporal de que el pelo está más grueso”. Los dos únicos fármacos eficaces para controlar y reducir la caída del cabello son las pastillas de finasteride y la aplicación tópica de minoxidil.
De los 50 millones de pesos que los argentinos gastan anualmente, dos millones de pesos van a productos farmacéuticos. A esto se agregan las lociones, champúes y otros productos que se venden sin receta en supermercados y peluquerías, los tratamientos alternativos como masajes capilares, acupuntura y las intervenciones quirúrgicas sobre las que no existen estadísticas oficiales.
Otra alternativa son los implantes: se extrae una franja de cabello de la nuca y luego se “plantan” uno a uno en la zona calva. Cuestan entre 3.000 y 10.000 pesos, según el número de injertos que se necesite. La reducción de cuero cabelludo es una técnica similar al lifting: la sección sin cabello se remueve y se juntan las zonas circundantes y con pelo. Por último está la expansión de tejido: consiste en insertar una bolsa de solución salina bajo un área de cuero cabelludo con pelo. Durante unas semanas, la zona se estira y se ve mayor abundancia de cabello.
Las viejas observaciones de Hipócrates, sumadas al error de un laboratorio farmacéutico, ayudaron a encontrar una solución para este problema que sufre la mitad de la población masculina y parte de la femenina. El finasteride, un fármaco que el laboratorio Merck Sharp & Dome originalmente había desarrollado para tratar problemas de próstata, terminó sirviendo para la calvicie. Gracias a los pelados lustrosos, el laboratorio, que tampoco tiene un pelo de zonzo, amortizará la inversión en un producto que no consiguió el éxito esperado con los prostáticos.
La historia del finasteride empieza con unos científicos que estudiaban a unas familias de la República Dominicana. Estas familias tenían hijos varones con genitales ambiguos pero que con el tiempo se normalizaban y tenían, a su vez, sus propios hijos, con el mismo defecto: una deficiencia enzimática. Estos varones seudohermafroditas que eran insensibles a los andrógenos, no tenían problemas con su próstata (ni se quedaban calvos).
Los científicos trataron de idear una medicación que pudiese normalizar el tamaño de la glándula prostática. Pero con el tiempo se vio que el remedio para la próstata tenía un efecto secundario: hacía crecer pelo. Según datos del laboratorio Merck, el finasteride demostró un 86 por ciento de efectividad en detener la pérdida del cabello y en permitir el crecimiento de otros nuevos.
El fármaco se agrega a una larga lista de productos que prometen detener la caída del cabello y que, hoy por hoy, constituyen un mercado mundial que mueve cerca de 24.000 millones de dólares al año. Sin embargo, el problema de los pelados no parece haber llegado a su fin: cada pastilla que los calvos deben tomar de por vida cuesta más de dos pesos y el medicamento –que se vende bajo receta– no está cubierto por ninguna obra social ni prepaga [
Producción: Alicia Galimani
DE HIPÓCRATES A TELLY SAVALAS
Por W.G.
En el mundo del espectáculo, los nombres de Yul Brinner y Telly Savalas son sinónimos de peladas cinematográficas y televisivas. Desde Sansón hasta Mussolini, pasando por los indios sioux hasta las actuales hordas de skinheads, las cabezas rapadas exaltaron la humildad de los monjes, la ferocidad de los guerreros y la inteligencia de los sabios, pero también han sido motivo de supersticiones y castigos: a los prisioneros, las adúlteras y los traidores se los rapaba.
Hace 2.500 años, Hipócrates, el padre de la medicina moderna, recomendaba “aplicarse una mezcla de opio, rábano picante, excrementos de paloma, remolacha y varias especias sobre el cuero cabelludo”. La receta no funcionó. Hipócrates se volvió tan calvo que los casos extremos de alopecia recibieron el nombre de “calvicie hipocrática”. Ninguno de los brebajes que se han vendido como “crecepelo” en los últimos dos siglos ha logrado evitar la caída del cabello en aquellos individuos predispuestos genéticamente a perderlo.
Una fórmula egipcia que tiene más de 4.000 años de antigüedad aconseja mezclar grasa de león, de hipopótamo, de cocodrilo, de ganso y de víbora por partes iguales y untarla en el cuero cabelludo. Otra fórmula proveniente de los registros del ejército alemán recomienda usar saliva de caballo, mientras que la milenaria medicina china prefieren la saliva humana aderezada con sal.
En Japón se vende un cepillo cuyas instrucciones de uso indican que hay que golpearse la cabeza doscientas veces, dos veces al día. El cepillo mejora el problema de la calvicie en base a aumentar la circulación y trae incorporado su propio contador de golpes.
RECETAS ARGENTINAS
Durante los ’70 y los ’80, los colimbas estaban convencidos de que el uso del casco y no la edad era lo que ocasionaba la caída del cabello. Durante esa época hacía furor un producto llamado Espíritu de petróleo Cabral y también quienes recomendaban lavarse la cabeza con el desinfectante Espadol. Aún hoy hay quienes luchan contra la calvicie haciendo la vertical dos veces al día. Parados de manos, argumentan que la buena irrigación cerebral mejora o previene la calvicie. Otros han ensayado las recetas más variadas: frotarse la cabeza con arena, lavarse la cabeza con huevo batido o agregar anticonceptivos al champú. Algunos peluqueros afirman haber descubierto que el viejo Jabón Federal es útil para prevenir la caída del cabello, otros apuestan a los masajes capilares con Aloe Vera o con ortiga, que tienen un costo de entre 20 y 30 pesos por sesión. No hace mucho apareció en el programa de Susana Giménez un falso profeta capilar chaqueño que recomendaba las friegas con excremento de gallina.
Marcos Mundstock
(integrante de Les Luthiers)
“Una vez me preguntaron: ‘Che, pelado, ¿de dónde sos?’. Y respondí: ‘De la cabeza’. Creo que perdí el pelo a los 21 años, me acuerdo porque fue después del servicio militar. Intenté todo tipo de tratamientos, pero con poca constancia, probé masajes y consulté a un dermatólogo. Al final me resigné: uno es ‘el pelado’ eternamente. Creo que con pelo sería el mismo, uno es lo que es por lo que sabe hacer, no por cómo se ve.”
El Bahiano (músico)
“Me quedé pelado hace unos cinco años, aparte cargo con la herencia familiar. El problema más serio lo tenía cuando era rasta, porque la gente pensaba que usaba peluca. Me hacía trencitas rasta, tenía el pelo muy desprolijo y se me debilitó. No me molesta que me digan pelado, si no me hubiera puesto entretejido. Además tengo un poco de pelo y me rapo. Pero la calvicie no me preocupa para nada, me gusta.”
Carlos Bianchi
(director técnico)
“No tengo ningún complejo, no me preocupa mucho. Lo asumí desde joven, a los 20 o 22 años. Jamás intenté un tratamiento.” Su esposa Margarita agrega: “Me encanta el look de mi marido. Odio a los hombres con complejos, que se tiñen o usan peluca”.
Jesús Rodríguez
(diputado nacional)
“Fui un tanto prematuro: comencé a quedarme calvo a los 20. No me preocupa, me acostumbré rápido. Pienso que si de pronto tuviera pelo, no me reconocería al toparme con mi imagen en alguna vidriera. Cuando hice la colimba, a los 20 años, me decían ‘El Abuelo’. Pero ahora no me dicen ‘pelado’. Y si me dijeran no me molestaría, porque no es algo que uno puede decidir.”
Jorge Telerman
(DIRIGENTE Del PJ)
“Empecé a quedarme pelado a los 20 y no me preocupó. El único tratamiento que hice fue ayudar a la naturaleza y sacarme los pelos que me quedaban. Me empecé a rasurar, me miraban raro, pero después con Michael Jordan y Bruce Willis impusimos la moda. No me molesta que me digan pelado, ni judío, ni peronista, porque es lo que soy.”
Daniel Tangona
(personal trainer)
“Empecé a perder el pelo a los 18 años. En esa época me preocupaba, porque salía a bailar y era angustiante. Al principio usaba gorra, pero una vez que lo asumí se convirtió en algo prolijo, limpio, novedoso. En el ’93 daba clases para las modelos de Pancho Dotto. Un día me pelé y fue un éxito. Todas las modelos me tocaban la pelada.”
Revista Veintitrés
Numero edicion: 72 01/06/1999