Está a punto de estallar la bomba de relojería ecológica asociada a los organismos modificados genéticamente. Al cabo de varios años de aplicación constante de herbicidas patentados de glifosato, como el muy famoso Roundup de Monsanto, han evolucionado nuevas “malas hierbas gigantes” resistentes a los herbicidas como una respuesta de la naturaleza ante los intentos del hombre de violarla.
Glifosato, mitos y verdades: hierba mala nunca muere
Por Walter Goobar
En la Argentina el debate sobre el uso del glifosato y las semillas modificadas genéticamente está en pañales todavía. Antes de que el tema se desmadre por completo, bastaría ver lo que está ocurriendo en Estados Unidos para tomar decisiones a nivel local.
A la hora de promocionar cultivos modificados genéticamente como una alternativa a los cultivos convencionales, la propaganda de Monsanto y de otras agroindustrias omite explicar que las semillas transgénicas han sido manipuladas y patentadas sólo por dos razones: la primera, ser resistentes o “tolerantes” al patentado herbicida químico glifosato altamente tóxico que Monsanto y los demás obligan a comprar a los agricultores como condición para adquirir sus semillas. La segunda característica es que las semillas han sido manipuladas genéticamente para resistir a insectos específicos. Contrariamente a los mitos promovidos en su propio interés, no existe una sola semilla modificada genéticamente que proporcione un mayor rendimiento en la cosecha que las convencionales, ninguna que requiera menos herbicidas químicos tóxicos, por la simple razón de que no hay beneficio en ello.
Según el biólogo Mae-Wan Ho, del Instituto de Ciencia de Londres, las compañías como Monsanto incorporan a sus semillas una tolerancia a los herbicidas gracias a una forma de insensibilidad al glifosato del gen codificado para la enzima atacada por el herbicida. La enzima deriva de la bacteria del suelo Agrobacterium tumefaciens.
La resistencia a los insectos se debe a una o más toxinas derivadas de la bacteria del suelo Bt (Bacillus thuringiensis). Hacia 1997, los Estados Unidos empezaron a cultivar a gran escala plantas transgénicas por motivos comerciales. En este momento las cosechas de transgénicos ocupan entre el 85 y el 91% de las zonas plantadas con los principales cultivos de Estados Unidos, soja, maíz y algodón, en casi 171 millones de acres.
Según Ho, está a punto de estallar la bomba de relojería ecológica asociada a los organismos modificados genéticamente. Al cabo de varios años de aplicación constante de herbicidas patentados de glifosato, como el muy famoso Roundup de Monsanto, han evolucionado nuevas “malas hierbas gigantes” resistentes a los herbicidas como una respuesta de la naturaleza ante los intentos del hombre de violarla. Para controlar a las súper malas hierbas se necesita mucho más herbicida.
La cadena estadounidense de televisión ABC produjo en 2009 un alarmante documental sobre las malas hierbas gigantes titulado No se puede acabar con las súper malas hierbas. Entrevistaron a agricultores y científicos de toda Arkansas que describían los campos invadidos por gigantescas hierbas de Amaranthus palmeri que podían soportar todas las pulverizaciones de glifosato que les hicieran.
La Amaranthus palmeri –que es una variedad de súper mala hierba– puede alcanzar hasta 2,4 metros de altura, soporta fuertes calores y prolongadas sequías, y produce miles de semillas con un sistema de raíces que agota los nutrientes de los campos. Si se la deja crecer libremente, ocupa todo un campo en un año.
Según William Engdahl, autor del libro Semillas de destrucción: la agenda oculta de la manipulación genética, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos ha mentido acerca del verdadero estado de las cosechas estadounidenses, en parte para ocultar la nefasta situación y para evitar que estalle una revuelta contra los organismos modificados genéticamente en el mayor mercado del mundo.
Un equipo dirigido por el biólogo molecular Gilles-Eric Seralini, de la Universidad de Caen, Francia, realizó un estudio que demuestra que el Roundup contiene un ingrediente, el polyethoxylated tallowamine, o POEA. El equipo de Seralini demostró que el POEA en el Roundup era incluso más mortífero para los embriones humanos y para las células de la placenta o del cordón umbilical que el propio glifosato. Monsanto se niega a dar a conocer detalles del contenido de su Roundup alegando que es objeto de una patente.
Monsanto está animando a los agricultores a mezclar glifosato con otros herbicidas, como el 2,4-D, prohibido en Suecia, Dinamarca y Noruega por su relación con el cáncer y con daños reproductivos y neurológicos. El 2,4-D es un componente del Agente Naranja, producido por Monsanto para ser utilizado como desfoliante en Vietnam en la década del ’60.
En los Estados Unidos los agricultores están volviendo a los cultivos tradicionales. Según un nuevo informe del Departamento de Agricultura, las ventas al por mayor de comida orgánica aumentaron hasta 21.100 millones de dólares en 2008 desde los 3.600 millones en 1997. El mercado es tan floreciente que las granjas orgánicas a veces compiten por producir una oferta suficiente capaz de seguir el rápido ascenso de la demanda de los consumidores.
Un reciente estudio de la Universidad de Iowa y del Departamento de Agricultura de Estados Unidos que evalúa los resultados en granjas durante los tres años de transición que cuesta cambiar de producción convencional a producción orgánica certificada, demostraba unas ventajas notables de la agricultura orgánica sobre las cosechas OMG. En un experimento que ha durado cuatro años (tres de transición y el primer año orgánico) el estudio demuestra que aunque los rendimientos cayeron inicialmente, se equipararon en el tercer año y para el cuarto superaron a los convencionales tanto para la soja como para el maíz.
09-09-2010 /
Diario Buenos Aires Económico