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Un rehén en la Casa Blanca

La contundente, anunciada y previsible derrota sufrida esta semana por el presidente norteamericano Barack Obama, no puede explicarse exclusivamente en función de la marcha de la economía estadounidense.


Por Walter Goobar
La contundente, anunciada y previsible derrota sufrida esta semana por el presidente norteamericano Barack Obama, no puede explicarse exclusivamente en función de la marcha de la economía estadounidense. Si bien no se materializó el peor de los escenarios, que era la pérdida de la mayoría demócrata en los dos cuerpos legislativos, el control de la Cámara de Representantes logrado por los republicanos y su conquista de varias gobernaciones significan, en los hechos, el fin del impulso político que tuvo hace dos años el actual mandatario y el comienzo de un periodo de disolución de las expectativas de cambio concitadas por el primer presidente afroamericano.
Lo ocurrido en estas elecciones de mitad de mandato, expresa un retorno triunfal del conservadurismo político y social, derrotado en 2008 de una forma tan contundente que pareció, en ese momento, una debacle que perduraría en el tiempo.
Las vacilaciones e inconsecuencias de Obama a lo largo de los primeros dos años de gobierno, así como la tenaz resistencia organizada desde las bases sociales de la derecha a través del llamado Tea Party, han desembocado en un severo fracaso para las corrientes progresistas, los partidarios del Estado de bienestar, los sectores seculares, las mujeres, las minorías étnicas y sexuales, los migrantes, los trabajadores y, en general, para los entornos menos favorecidos en lo económico, lo social y lo político. La economía jugó un papel esencial, en tanto y cuanto no hubo respuesta al desafío del desempleo, cuya tasa ya llega a los dos dígitos, el 10%, y al abultado déficit de la administración, el principal talón de Aquiles de la estructura económica norteamericana. Pero eso no es todo.
El anunciado programa de cambio y renovación que se planteaba como ilusionante y casi revolucionario por Obama durante su campaña electoral se ha estrellado con la cruda realidad: un sistema político perverso, en el que los lobbies juegan un papel central, que implica grandes pactos y consensos y una sociedad que reniega del necesario intervencionismo del Estado.
En un país donde los lobbies condicionan muchas de las políticas de la administración y orientan a numerosos medios, Obama fue retratado como un peligroso comunista y un intervencionista al estilo europeo, algo que es casi una blasfemia en Estados Unidos. Por ejemplo, el programa de salud universalizada lejos de ser visto como un proyecto ambicioso capaz de dar cobertura sanitaria a aquellos que no la tienen fue caricaturizado como una medida izquierdista.
En las calles cundió el descontento y la desilusión: la falta de un piloto de tormenta capaz de hacer frente a la crisis hizo mella en el tejido social que había apostado por Obama y su electorado se mostró desmotivado.
El presidente se perdió en el manejo del maquillaje de una economía casi devastada y en una escasa comunicación con sus bases sociales y electorales; su discurso estuvo cada vez más dirigido a los académicos y los grandes gurúes de las finanzas. Nadie entendió cuál era su fórmula para sacar al país adelante, para generar riqueza, empleo y bienestar.
Le sobró intelectualismo de Harvard y le faltó más nervio, más conexión con el norteamericano medio y con aquellos sectores más desfavorecidos socialmente que están padeciendo la crisis. Esto permitió que la derecha mediática y demagoga del Tea Party ganara la calle y tuviera un éxito sorprendente, que se ha manifestado en las urnas y ha desbordado a los republicanos por la derecha.
Si Obama no logró llevar a cabo la parte sustancial de su programa de reformas cuando disponía de una Cámara de Representantes dominada por su propio partido, parece imposible que, en la segunda mitad de su mandato, y con ese órgano legislativo bajo control republicano, logre dar pasos significativos en la dirección que la sociedad de Estados Unidos requiere.
La idea de un Obama convertido en rehén de los republicanos durante los dos años que restan de su mandato es una perspectiva desoladora, pero inevitable. En un Estados Unidos gobernado por un presidente atrapado por sus propias inercias y vacilaciones ideológicas, los poderes corporativos que han saboteado su agenda de cambios y una cámara baja predominantemente republicana, estarán de fiesta permanente.
El triunfo del conservadurismo y el fracaso de Obama tendrán consecuencias negativas para Estados Unidos, y también, por desgracia, para el resto del mundo.
Diario Miradas al Sur
06-11-2010

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