La Tercera Guerra Mundial ha estallado y se libra –por ahora, de manera silenciosa–, en el mercado de divisas. Detrás de la batalla por una moneda barata, ha comenzado una escalada de tensión de consecuencias imprevisibles.
Por Walter Goobar
La Tercera Guerra Mundial ha estallado y se libra –por ahora, de manera silenciosa–, en el mercado de divisas. Detrás de la batalla por una moneda barata, ha comenzado una escalada de tensión de consecuencias imprevisibles. Aunque ya se han librado las primeras escaramuzas, ningún país quiere reconocer su participación en esta contienda.
Los rumores de guerra comenzaron a sonar con fuerza a fines de octubre durante la reunión de Ministros de Finanzas del FMI y en la más reciente Cumbre del G-20, realizada la semana pasada en Seul, ya se ven con claridad los contendientes. Por un lado, Estados Unidos trata –a toda costa–, de reanimar su maltrecha economía, aprovechando que cuenta con la moneda de reserva internacional que es también su moneda nacional y lanza un torrente de dólares al exterior para devaluar el dólar, mejorar su posición competitiva y obligar a otros países a reciclar esos billetes comprando instrumentos de deuda norteamericana.
En la trinchera opuesta, China se niega a dejar subir al yuan como le exigen para no perjudicar a su tejido industrial, mientras que Japón ha intervenido en el mercado por primera vez en seis años para favorecer a sus exportadores con una divisa más competitiva. Corea del Sur y Brasil también se encuentran entre los que han actuado este año sobre el mercado monetario. Ya lo anunció el pasado mes de septiembre el ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, “hay una guerra de divisas mundial”.
En esa trinchera se parapeta el resto de las economías del mundo y, en especial, los exportadores de materias primas del Sur, que sufren la afluencia de capitales especulativos volátiles impulsados por la muy baja tasa de interés que Estados Unidos mantiene como instrumento para reanimar la inversión.
Ocurre que después de haber agotado todos los métodos tradicionales de políticas fiscales y monetarias, los países desarrollados están buscando nuevas fórmulas para impulsar el crecimiento, mientras que los emergentes tratan de mantener la ventaja competitiva que les hizo salir triunfadores de la crisis crediticia.
EE.UU., por ejemplo, es el país más endeudado del mundo, aunque el significado práctico de esto es diferente para este país que para cualquier otro, porque se encuentra endeudado en la moneda nacional que él mismo crea y hace circular.
En teoría, Washington se propone solucionar su elevado déficit comercial, que va camino a convertirse en una verdadera bomba de tiempo para las cuentas del Estado, pero no recorta ni un dólar en sus astronómicos gastos militares. Una simple mirada al presupuesto 2010 revela que el gasto militar se combina de modo perverso con la declinación de la economía norteamericana, para sostener dos equilibrios de terror: el financiero y el militar.
En un momento en que todo está sujeto a recortes, no se toca el gasto militar. Y no se toca porque el complejo militar-industrial que maneja el mercado financiero obtiene elevadas ganancias procedentes del gasto militar. Y ese gasto es financiado por operaciones de guerra económica que Estados Unidos incuba en la compleja madeja de sus intereses y contradicciones económicas y geoestratégicas.
Como resultado de la declinación de la economía estadounidense –que se ha rendido al parasitismo financiero–, uno de los escenarios más probables es el de la utilización de la fuerza militar para recuperar la posición dominante que está perdiendo. Se trata de un chantaje global basado en la fuerza bruta.
Esa tendencia belicista se refleja en las guerras en Irak, Afganistán, Pakistán, en la amenaza de guerra nuclear contra Irán y Corea del Norte y de manera más velada en los intentos de golpe de Estado en América latina: Honduras, Venezuela, Ecuador y Bolivia son los casos más flagrantes, pero no los únicos.
Esta semana se lleva a cabo en Washington un encuentro de la ultraderecha continental. La reunión denominada Peligro en los Andes, amenazas a la democracia, a los Derechos Humanos y a la seguridad interamericana, muestra el apoyo que recibe la extrema derecha latinoamericana de los hacedores de la política exterior estadounidense, como los ex subsecretarios de Estado Otto Reich y Roger Noriega, entre otros. El cónclave tiene como anfitriones a congresistas de los EE.UU., lo que indica que el golpismo ha logrado un consenso bipartidista en el país del Norte.
Tras la derrota electoral de Obama, la derecha norteamericana –que es el brazo político del complejo militar-industrial–, está cebada. El fascistoide Tea Party avanza en el control del Partido Republicano, que es la expresión electoral del giro a la derecha de masas norteamericanas aterrorizadas por el desempleo, la extensión de la pobreza y la pérdida de la vivienda.
Europa revela tendencias del mismo signo político: en Alemania, Francia, Italia, Holanda y Suecia florecen los partidos y las expresiones totalitarias, racistas y xenófobas, mientras que las reacciones al ajuste han sido tibias. Europa no está en paz, sino en la antesala de una catástrofe.
La conversión de estas escaramuzas en una verdadera guerra al estilo de la librada en los años de la Gran Depresión dependerá de la profundidad y duración que alcance la crisis global. Si ella se agrava, podría ocurrir que la guerra de las divisas sea la antesala de una guerra comercial con la aplicación de políticas nacionales que liquidarían la retórica librecambista y el multilateralismo.
Al igual que en el caso de los conflictos armados, todos saben cuándo comienza una guerra, pero nadie sabe cuándo ni cómo termina. Lo único garantizado es el exterminio mutuo.dIARIO mIRADAS AL sUR
21-11-2010