Ante una crisis profunda en Europa, que trae ajustes y nuevas inequidades, las nuevas corrientes que ven en las redes de internet una “salida” parecen un espejismo peligroso
Por Walter Goobar
Termina la primera década del siglo XXI con una aldea global sumida en graves desequilibrios entre riqueza y pobreza, un abismo de vida entre los incluidos y los excluidos que es consecuencia de una globalización que sólo favorece a los privilegiados, con educación y salud para los menos e ignorancia y muerte para las mayorías. Se trata de un indigno, prepotente y dominador mundo en manos de minorías que merece ser transformado y regenerado cuanto antes.
Ante una de las crisis más hondas de la humanidad –la de las economías, la de la destrucción del medio ambiente, la de las migraciones, la de la xenofobia y el racismo, la del narcotráfico y la criminalidad organizada y enquistada en los Estados, la de las carencias abismales en salud, empleo, educación–, los hombres y mujeres progresistas, o liberales, o de izquierda, no han logrado reconvertir su energía en movimientos transformadores. En rigor de verdad, la crisis del sistema capitalista se debe más a sus propios errores y falacias que a la resistencia organizada por los que se oponen a él.
En ese marco, la Argentina, es una especie de isla que ha logrado reinstalar la política y la militancia en el centro de la escena como herramientas para cuestionar, romper y transformar los modelos preestablecidos.
Ante una crisis financiera internacional que parece ser la etapa terminal del capitalismo, muchos creyeron adivinar que Estados Unidos abandonaría o modificaría las prácticas más rapaces del sistema, pero no fue así: apenas recibidos los billonarios rescates del gobierno, los rescatados se dedicaron a distribuirse esos despojos, sin pensar siquiera en un futuro más sólido del propio sistema. Esto permite afirmar que ningún sistema se suicida y que la derecha global y cosmopolita es más flexible, menos dogmática y aprende más rápido que las izquierdas de los cuatro puntos cardinales. Guerras, muertes hasta en el último rincón del mundo, destrucción de pueblos y regiones, y la propuesta es apenas la de un conjunto de tímidas reformas que olímpicamente son rechazadas por los sectores concentrados de la sociedad.
En el Viejo Continente, los partidos que ostentan el nombre de socialistas han seguido su tónica habitual de plegarse a las exigencias del gran capital internacional, tras haber contribuido con fervor militante al desguace de los mecanismos políticos de intervención y reglamentación de la economía en la mayoría de los países europeos.
Pero el viraje a la derecha de las sociedades europeas no afecta sólo a los partidos socialistas, sino también a los verdes. La convergencia de rojos y verdes, que pareció cristalizar años atrás, entró en crisis en muchos países. La expresión más visible de esta crisis fue el proceso degenerativo experimentado en Alemania por los verdes con motivo de su colaboración con el SPD en el gobierno federal. Los partidos verdes -y no sólo en Alemania, sino también en Brasil-, son hoy una amalgama poco coherente.
Pese a la crisis, en Europa, la izquierda ha revalidado su tradicional incapacidad para atraer votos, unida en muchos casos a la fragmentación. Si se suman los votos de las fuerzas alternativas potenciales, no pasan normalmente del 10%. A los restos de pasadas divisiones (comunistas tradicionales, eurocomunistas, trostkistas), se suman fuerzas nuevas (Parti de Gauche y Gauche Unitaire en Francia, Die Linke en Alemania). ¿Cómo hacer para que toda esta galaxia luche unida contra los nuevos desafíos que enfrenta la sociedad global y permita salir de la crisis con el menor daño posible para las clases populares?
Hay quienes depositan sus expectativas en un nuevo tipo de activismo surgido a partir de las redes sociales. Si bien en la Argentina hubo experiencias altamente positivas como las movilizaciones de los espectadores de 6,7,8, sería bueno advertir contra la cada vez más extendida idea de que existe una posibilidad de militar y transformar la realidad vía Twitter o Facebook.
Las plataformas de las redes sociales están construidas con lazos débiles. Twitter es un modo de informarse o informar a personas que uno jamás conocería. Facebook es una herramienta para gestionar con eficacia la relación con los conocidos, para mantenerse al tanto de personas con las que, de otro modo, tal vez uno no podría mantener contacto. Esa es la razón por la que en Facebook se pueden tener un millar de amigos, cosa que no se podría hacer en la vida real.
Internet permite aprovechar con gran eficacia la fuerza de este tipo de relaciones lejanas. Es fantástica para la difusión de innovaciones, la colaboración con causas solidarias, para hacer encajar a la perfección a compradores y vendedores, pero los lazos débiles raras veces conducen al activismo militante, comprometido y transformador.
Con el reciente surgimiento de Wikileaks, su líder, Julian Assange, parece pretender convertirse en una suerte de Che Guevara cibernético que propone a sus seguidores la creación de “dos, tres, muchos Vietnams” en el ciberespacio. El paralelismo podrá ser provocativo pero no es exagerado si se tiene en cuenta que muchos activistas de la militancia virtual creen ver en este fenómeno el inicio de la primera guerra cibernética mundial, donde distintos actores, con distintos intereses, se enfrentan a través de internet.
Wikileaks ha atraído el interés y la simpatía de mucha gente porque implica un cambio social profundo, que exige activismo y entrega con mucho riesgo. Se supone que es un fenómeno que se alimenta de vínculos fuertes, mientras que los medios de comunicación se basan en esencia en vínculos débiles. Pero la perspectiva de que la revolución se haga vía Wikileaks, Twitter o Facebook no es más que un peligroso espejismo.
Diario Miradas al Sur
26-12-2010