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TIEMBLA EGIPTO

Los últimos días del faraón

La voladura del gasoducto egipcio que abastece el 40 por ciento de ese combustible a Israel, puede ser utilizado como una excusa por los aliados de Hosni Mubarak para desatar un baño de sangre

Por Walter Goobar
Washington comienza a soltarle la mano al faraón Hosni Mubarak que sigue aferrado al poder, y redobla sus apuestas para que el transitorio sucesor sea el ex jefe de los servicios de intelifgencia, Omar Suleiman. La estrategia de ambos consiste en utilizar al ejército para intimidar y recuperar la calle, pero la suerte de Mubarak parece sellada y sólo conseguiría postergar el final, si esta semana el Nilo se tiñe de sangre. Ese riesgo creció en las últimas horas cuando se produjo un pseudo atentado que lleva inscripto el mensaje de una escalada de violencia: la voladura del gasoducto egipcio Arish-Ashkelon que provee el 40 por ciento del gas que consume Israel –que ayer fue atacado con explosivos  y tuvo que ser clausurado-, tiene todos los ingredintes de una típica operación clandestina del régimen para cambiar la narrativa y asustar a Occidente con la teoría de “la toma del poder por fanáticos islamistas” .
El giro de Washington durante los días recientes mostró que los encargados de la política fueron tomados por sorpresa por el pueblo egipcio. Pero el giro, explicó Noam Chomsky, no es nada nuevo para la política estadunidense. En entrevista con Amy Goodman en su programa independiente Democracy Now, Chomsky consideró que Obama “está haciendo lo que los líderes estadunidenses siempre hacen, hay una guía de este juego: cuando un dictador favorecido está en apuros intenta sostenerlo y si en algún momento eso se vuelve imposible, cambia de bando”. Chomsky agregó que “la preocupación real no es el Islam o el radicalismo, es la independencia. Si los islamistas radicales son independientes, entonces son el enemigo; si los nacionalistas seculares son independientes, ellos son el enemigo”, y resaltó que esto es así para Washington en cualquier parte del mundo, como por ejemplo América Latina.
Para Washington, la rebelión tiene doble filo; por un lado pone en tela de juicio la retórica de Obama, y de su antecesor, en favor de la democracia en la región, y por otro pone en peligro esa cosa llamada “estabilidad”, o sea, los intereses geopolíticos de Washington donde Egipto ha sido pieza clave durante las últimas décadas. Por eso aún no hay una demanda explícita de la renuncia de Mubarak.
Estados Unidos ha sido el principal sostén del régimen de Mubarak durante los últimos 30 años, tanto en el ámbito militar como económico (Egipto es el segundo país de la región con mayor asistencia estadunidense, precedido por Israel. Las municiones que la policía egipcia emplea contra los opositores del régimen, como los mil tanques Abrams del ejército y los aviones que sobrevuelan la plaza Tahriri, son todos fabricados en Estados Unidos. Y el gobierno de Obama continúa aportando casi 1.500 millones anuales al régimen.
A los millones de egipcios que han ganado las calles  no le importa si Mubarak o Washington  pretenden o no “dirigir una transición ordenada”. La gente no aceptará otra cosa que concederle un pasaje sin retorno a Arabia Saudita o Gran Bretaña. Allí podrá disfrutar de una fortuna que asciende a no menos de 40.000 millones de dólares.
Si el dictador persiste en su negativa a abandonar el poder, existe la posibilidad que el ejército se deshaga de Mubarak mediante un golpe de estado ordenado por el pueblo. En ese escenario, el ejército instala un gobierno militar provisional y establece una fecha para celebrar elecciones presidenciales y parlamentarias. Esto sería una especie de táctica “a la turca” (el ejército turco lo hizo hace años). Eso aumentaría el prestigio de los uniformados.
El ejército es la institución más respetada del país –y posiblemente la menos corrupta. Sin embargo, produjo también personajes como el teniente general Omar Suleiman, el jefe de la inteligencia militar, el torturador suave que Mubarak designó vicepresidente.
Suleiman es el hombre más poderoso de facto en la junta del ejército egipcio. Está respaldado por una elite militar, por toda la maquinaria represiva y por la aterrada elite gobernante que aún no haescapado hacia Dubai.
Oriente Medio ya es distinto, pero la dirección del cambio es incierta. El Egipto de Mubarak ha sido comparado con el Irán de los últimos días del sha: una clase media esquilmada por la inflación; malestar por la alianza con Israel y Estados Unidos, y un sentimiento de humillación que beneficia al islám político. ¿Es posible entonces que Egipto se convierta en otro Irán?
Definitivamente, no porque se trata de dos vertientes distintas del islám: mientras el de Irán es de raíz chiita, el egipcio es sunita.
La perspectiva más probable, positiva, es que en 2012 Egipto, políticamente, pueda parecerse más a Turquía.
Otro interrogante gira en torno a la debilidad de las fuerzas democráticas y laicas que Mubarak persiguió para que la alternativa fuera la que provoca temor en Occidente: la islamista.
La Hermandad Musulmana asusta a Occidente porque el régimen de Mubarak siempre la asimiló con al-Qaeda. Es ridículo. La Hermandad Musulmana esel mayor partido disidente de Egipto, con 88 escaños de los 454 de la cámara baja del Parlamento. La HM no apoya la violencia –aunque lo hizo en el pasado, hasta los años setenta. La Hermandad se opone firmemente a la violencia contra los civiles, y por lo tanto rechaza con firmeza a al-Qaeda.
Por otro lado, la Hermandad Musulmana se ha opuesto permanentemente a los acuerdos depaz  Camp David de 1979, no reconoce a Israel y considera que no puede haber un Estado palestino sin la participación de Hamas.
En ese sentido, no está muy claro si los altos mandos se resignarán a trabajar con los Hermanos Musulmanes (HM) como socio político. A diferencia de éstos, los uniformados defienden los acuerdos de paz de Camp David con Israel, y no quieren otra guerra en Medio Oriente. En ese sentido, no está claro si serían capaces de respetar un posible referéndum popular en el que la mayoría pueda pedir que se revoquen esos acuerdos.
Al contrario de lo que sostienen las usinas alarmistas de derecha, ningún “fervor islámico” envuelve a Medio Oriente. Lo que se ve actualmente es mucha corrupción moral, que para colmo está del lado equivocado de la historia.
La posición de Israel se explica por sí misma, desde el Jerusalem Post que describe la revolución egipcia como “el peor desastre desde la revolución de Irán”, hasta un columnista del periódico Ha’aretz que lamenta que Obama traicionó a “un presidente moderado egipcio que se mantuvo leal hacia EE.UU., promovió la estabilidad y alentó la moderación”.
En cuanto al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, telefoneó a Mubarak para decirle cuánto lamenta todo este lío; y luego ordenó a sus fuerzas de seguridad que impidieran que los palestinos manifestaran su apoyo a la democracia en Egipto.
Todas las redes de los medios de comunicación corporativos estadounidenses han ungido al Premio Nobel de la Paz 2005 y ex director de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, Mohamed El Baradei, como el próximo hombre. Y se está examinando a una serie de oscuros personajes egipcio-estadounidenses como posibles miembros de un comité de sabios que podrían dirigir el período transitorio post-Mubarak.
El Baradei podría ser una opción popular, pero sólo como dirigente estrictamente interino hasta conseguir que el paralizado país vuelva a ponerse en marcha y reestablezca un sistema transparente para que puedan celebrarse elecciones libres y justas.
Un gobierno post Mubarak legítimo y soberano  ya no podrá ser un títere de Washington. Después de esta revolución, los intereses de EE.UU. e Israel posiblemente no podrán converger, ni siquiera como una ilusión óptica.
Diario Miradas al Sur
06-02-2011
 
 

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