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Medio Oriente al rojo vivo

En Bahrein, en Argelia, en Libia y Jordania los policías golpean a hombres y mujeres y arrojan gases lacrimógeno con tal promiscuidad que los propios uniformados acaban vomitando en el pavimento. Los regímenes autocráticos de todos esos países aplican políticas de brutalidad idénticas a las que les fallaron a Ben Alí y Mubarak.

Por Walter Goobar
En las calles de Saná -capital del Yemen-, los policías  golpean salvajemente a las multitudes de manifestantes y luego abren filas para permitir que esbirros sin uniforme ataquen con garrotes, cachiporras, barras de hierro y pistolas. Y en el momento en que los matonesse repliegan, la policía yemení baña de gas lacrimógeno a las multitudes. En Bahrein, en Argelia, en Libia y Jordania los policías golpean a hombres y mujeres y arrojan gases lacrimógeno con tal promiscuidad que los propios uniformados acaban vomitando en el pavimento. Los regímenes autocráticos de todos esos países  aplican políticas de brutalidad idénticas a las que les fallaron a Ben Alí y Mubarak. No es ése el único extraño paralelismo entre las tácticas que los dictadores de Túnes y Egipto emplearon contra sus ciudadanos en pie de lucha.
Hasta el último momento, Washington se empeñó en  mantener a Hosni Mubarak en el poder, pero al final se conformó con la segunda mejor opción: una dictadura militar pro occidental.
Cuando "el Consejo Supremo" se reunió justo antes de que Hosni Mubarak pronunciara su último y más  escandaloso discurso, y la junta emitió "el comunicado número uno”, la esperanza se mezcló con la aprensión. "El comunicado número uno” es un término conocido en la historia. Esto generalmente quiere decir que una junta militar ha asumido el poder, promete democracia, prontas elecciones, prosperidad y el paraíso en la tierra. En casos muy raros los uniformados  realmente cumplen estas promesas. Generalmente lo que sigue es una dictadura militar de la peor clase. Esta vez el comunicado no dijo nada en absoluto. Lo que justamente mostró en directo por televisión es que estaban allí todos los principales generales, menos Mubarak y su títere Omar Suleimán. Ahora han asumido el poder sin derramamiento de sangre. Por segunda vez en 60 años.
Con laa Constitución suspendida, el ejército está  tratando de imponer la idea de que va a encargarse de dirigir Egipto durante los seis próximos meses. Se esperan siniestras restricciones al derecho a la huelga y “caos y desorden”.
La Casa Blanca y el Departamento de Estado querían que Hosni Mubarak se fuera.
Pero Arabia Saudita, Israel y la Agencia Central de Inteligencia de EEUU (CIA) estaban empeñados en que siguiera.
Es fácil explicar por qué la CIA no vio venir la caida de Mubarak. Puede que la Agencia se haya destacado gestionando las entregas extraordinarias de sospechosos secuestrados en distintas partes del mundo que fueron enviados clandestinamente  a Egipto para ser interrogados y torturados por el vicepresidente Omar Suleiman en persona, pero, en conjunto, se ha quedado aprisionada en una importante camisa de fuerza ideológica desde los años de Ronald Reagan. Sencillamente, la CIA no se molesta en hablar con nadie que no sea un vasallo, desde Irán a Hamásm pasando por los Hermanos Musulmanes.
Por tanto, no pueden recoger inteligencia procesable de calidad sobre el terreno. La Embajada de EEUU en El Cairo no tenía siquiera un oficial de enlace con los Hermanos Musulmanes. Y ahora  su hombre de confianza, el ex torturador y vicepresideente, OmarSuleimán,  va camino a la jubilación. Por ese motivo,  Washington decidió finalmente reducir sus pérdidas y dar luz verde a la concepción plagada de onanismo de un golpe militar contra una dictadura militar.
Los egipcios son conscientes de que todos los miembros del Consejo Supremo son socios incondicionales  de Mubarak, que la mayoría tiene más de setenta años –empezando por el líder del golpe, el Mariscal de Campo y Ministro de Defensa Mohammed Hussein Tantawi de 75 años- y que están muy próximos a Robert Gates, el Secretario de Defensa de EEUU (y algo que es crucial: Tantawi llegó a la cúspide del poder después de ser el comandante del ejército privado de Mubarak, los Guardias Republicanos).
El periodista Pepe Escobar del semanario Asia Times los describe como accionistas, propiciados por EEUU (mediante los miles de millones de dólares de ayuda militar), de una inmensa dinastía empresarial de propiedad militar que controla sectores enteros de la economía egipcia. No hay forma de que pueda nacer un nuevo Egipto sin echar abajo todo ese sistema por completo.
Los líderes del 25 de enero son conscientes de que Washington, Tel Aviv y Riad –más las clases compradoras del mubarakismo - harán todo lo que esté en su mano para que la democracia egipcia descarrile. Se recurrirá lo que sea necesario: desde sobornos a la siniestra manipulación de leyes y del proceso electoral. En ese contexto, no se descarta que al menos un general se transforme en candidato a Presidente; ciertamente, no será el recluta de la CIA, el vicepresidente Suleimán, sino muy probablemente el Jefe del Estado Mayor, Sami Anan, de 63 años, que también pasó mucho tiempo en EEUU y está más cercano que Tantawi a muchos jerárcas del Pentágono.
Occidente puede estar preocupado por los Hermanos Musulmanes. Pero el peligro real es que el régimen sólo se ha despojado de sus civiles corruptos, dejando a sus componentes militares como el único jugador en pie. De hecho, cuando el general Omar Suleiman,amenazó con que el pueblo de Egipto debía elegir entre el régimen actual o un golpe de estado militar, sólo aumentó la sensación de que el país estaba siendo tomado como rehén.
El sistema político egipcio pre y post  Mubarak es un descendiente directo de la república establecida en el golpe militar de 1952 que llevó a Gamal Abdel-Nasser y los Oficiales Libres al poder. Nasser y los uniformados  abolieron la limitada monarquía parlamentaria egipcia y expulsaron a una generación entera de figuras políticas y judiciales de la vida pública. Crearon su propia república custodiada por cuadros militares leales. Su primer experimento de un gobierno tecnocrático, permitiendo a expertos legales egipcios escribir una nueva constitución, fue un fracaso. El borrador de los expertos preveía un parlamento fuerte y una presidencia limitada, lo que los oficiales consideraron como demasiado liberal. Así que literalmente la tiraron a la basura y empezaron de nuevo, escribiendo una constitución que pusiera un poder inmenso en la figura del presidente.
Esta solución funcionó muy bien para los militares, ya que todos los presidentes egipcios desde 1953 han sido mandos militares. Durante dos generaciones, el ejército ha sido capaz, a través del presidente, de dirigir todos los recursos del país hacia la seguridad nacional, armándose para una serie de guerras desastrosas con Israel.
Pese a todo, en sólo dos semanas y media, la revuelta egipcia –todavía en pañales- representa el cambio estratégico más estremecedor en el Oriente Medio de las últimas tres décadas. Para muestra, sólo basta con compararla con la democratización de Afganistán por el Pentágono desde hace nueve años y la de Iraq desde hace siete.
Diario Miradas al Sur
18-02-2011
 
 

 

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