Tras superar el miedo y la parálisis que despertaron en Washington y en las capitales europeas las insurrecciones pacíficas en el mundo árabe, la administración Obama ha elegido el uso de la fuerza como medio de salvar a aquellos vasallos que aún puedan tener salvación.
Por Walter Goobar
La nueva doctrina bélica de Barack Obama cobró forma a bordo del avión Air Force One que lo llevaba a Brasil, mientras que el bombardeo a Libia se lanzó desde una sala de operaciones improvisada en Rio de Janeiro.
Tras superar el miedo y la parálisis que despertaron en Washington y en las capitales europeas las insurrecciones pacíficas en el mundo árabe, la administración Obama ha elegido el uso de la fuerza como medio de salvar a aquellos vasallos que aún puedan tener salvación. La unidad de medida de esta doctrina es la hipocresía. Las fechorías de algunos son delito, las de otros no. La protección de vidas invocada por la ONU se convierte en pretexto para un cambio de régimen allí donde conviene, en Libia sí, pero no en Bahrein o Yemen, mucho menos en Arabia Saudita. Disparar contra la población es casus belli en Benghazi, no en Sanaa, Manama y menos aun en Gaza.
Como en el pasado, Washington, Londres y París han subcontratado a Arabia Saudita para dirigir la contrarrevolución. Los insurgentes libios que ondean la bandera verde, roja y negra del rey Idris que Muammar Khadafi destronó en 1969, no son otra cosa que peones libios a sueldo de la monarquía saudita.
Más aun, mientras Arabia Saudita invadía el emirato de Bahrein –sede de la V Flota de los EE UU–, para ahogar en sangre la sublevación popular, el aspirante al trono de Libia, Mohamed el-Senussi, afirmaba desde Londres en los canales de la TV saudita, que está “dispuesto a servir a su pueblo”.
A pesar de diversos intentos, como el discurso de El Cairo en el que Barack Obama pidió disculpas al mundo árabe, Washington no ha logrado poner en marcha una estrategia alternativa para el Medio Oriente. Por eso desarrolla dos operaciones de forma simultánea: el desplazamiento del dispositivo militar hacia África y el salvamento de los regímenes títeres en el mundo árabe.
Obama está convencido de que las reservas petrolíferas del Medio Oriente están en declive, y mira hacia África porque descuenta que en 2013 el 25% del petróleo y de las materias primas que se consuman en los Estados Unidos saldrán del continente negro.
Desde su paso por el Senado, Obama ha sido uno de los principales impulsores del Africom, equivalente al Comando Sur que vigila América Latina, pero instalado en Stuttgart, Alemania, porque no lo aceptó ninguno de los 53 países africanos.
Cuando no lanza misiles Tomahawk sobre Libia, la tarea del Africom es garantizar el rápido despliegue de “tropas altamente móviles” para librar la nunca extinta “guerra contra el terror”, concentrarse en todos esos campos petroleros, tratar de contrarrestar la actividad comercial de China en África. En resumen: Africom tiene que ver con la militarización de África por parte del Pentágono. Todo forma parte de la doctrina, cuya validez se está poniendo a prueba ahora en Libia.
En el contexto de búsqueda de una cabeza de playa en ese continente, se produce la sublevación contra Khadafi protagonizada por una constelación opositora que incluye a monárquicos prooccidentales, integristas prosauditas y revolucionarios comunistas o jomeinistas.
Cuando el ex ministro de Justicia Mustafa Mohamed Abud al-Djeleil, interlocutor privilegiado de
Washington en el gobierno de Khadafi, se unió a la revuelta, Obama logró situar su peón a la cabeza de la insurrección y transformarla en guerra civil.
No se precisa demasiada astucia para comprender que la intervención armada contra Libia marca el inicio del plan de “rediseño de África”.
Libia no deja de ser un negocio lucrativo que muchos se disputan: 1,6 millones de barriles de petróleo diarios, un PIB de unos 76.557 mil millones con un incremento anual de 6,7%. Más exportaciones anuales por valor de 63.050 millones de dólares, que sumados a 11.500 millones en importaciones, suponen una balanza de pagos más que saneadas, con reservas anuales de 200 mil millones de dólares, con una ridícula deuda externa de 5521 millones.
Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, deseosos de sacar tajada, se opusieron a un arreglo pacífico, y han jugado y están jugando en la sombra su particular partida de ajedrez en el terreno que mejor dominan, el de la guerra.
Está cada vez más claro que el objetivo final de los estrategas estadounidenses es dividir Libia, quedando para Occidente la parte oriental más rica en petróleo. Este mismo proyecto acaba de aplicarse en Sudán, tras una cruenta guerra civil.
La nueva doctrina Obama, convirtió las guerras de George W. Bush de Irak y Afganistán en ocupaciones permanentes; comenzó una guerra aérea de contrainsurgencia en Pakistán; alentó una guerra en Somalia; otra en Yemen; y ahora ha desencadenado esta Odisea del Amanecer en Libia que está siendo amplificada de manera totalmente intencional, para utilizarla como pretexto para justificar un desembarco masivo de las Fuerzas Armadas estadounidenses en África.
Obama está lanzado al Nuevo Gran Juego de Medio Oriente, tratando de controlar de alguna manera el curso de las revoluciones árabes y –al mismo tiempo– manteniendo un ojo sobre el petróleo.
Lo que Obama y Occidente no comprenden es que el demonizado mundo árabe quiere democracia y nunca aceptará una teocracia o una dictadura militar. Quieren democracia integral. Pero Washington tiene ideas bastante diferentes sobre el destino del mundo árabe. Por eso alienta una mezcla de “poder islámico” con una dictadura militar al estilo paquistaní. La Odisea del Amanecer es una odisea sin final. O el amanecer de una trasnochada doctrina neocolonial.
Yiempo Argentino
26-03-2011