El presidente francés, Nicolás Sarkozy y los servicios secretos de ese país preparáron el derrocamiento de Muammar Khadafi desde noviembre de 2010. Pero el estallido de las revueltas en el mundo árabe obligó a los golpistas estadounidenses y europeos a improvisar la trama
Por Walter Goobar
Desde el primer día de su llegada al poder, Nicolas Sarkozy buscó tener su guerra propia. En 2007 y 2008, este Napoleón de bolsillo la buscó en Afganistán, pero en ese complejo escenario el presidente francés sólo conquistó fracasos. Más tarde, en 2008, buscó su guerra personal en Georgia frente a Rusia. Su papel fue lamentable y los resultados, peores aún.
A mediados de octubre de 2010, Sarkozy seguía obsesionado por demostrar sus cualidades castrenses, hasta que el 21 de ese mes sus servicios de Inteligencia le proporcionaron una noticia tan dramática como inesperada: Nuri Mesmari, el jefe de protocolo de la corte del coronel Muamar Khadafi había desertado y pedía asilo político en Francia. Mesmari, que era uno de los pocos funcionarios libios que podían presentarse ante Khadafi sin previo aviso, había huido de Libia con toda su familia simulando que iba a someterse a un tratamiento médico.
Según el periodista de la derecha liberal italiana Franco Bechis, estrechos colaboradores del presidente francés comenzaron a frecuentar el hotel Concorde Lafayette de París, donde reside Mesmari desde principios de noviembre de 2010. Allí empezó a tomar forma un plan para deshacerse de Khadafi.
La operación francesa –que incluyó la visita de agentes encubiertos en comitivas oficiales–, se desarrolló en el mayor secreto, pero algo despertó las sospechas de Khadafi. El 28 de noviembre el coronel firmó una orden internacional de arresto contra Mesmari. Cuando el pedido llegó a París, los alarmados franceses decidieron acatarla para cubrir las apariencias.
Cuatro días después, el 2 de diciembre, se filtra la noticia que la policía francesa ha arrestado a uno de los principales colaboradores de Khadafi. Al principio, Libia se siente tranquila nuevamente. Hasta que se entera de que Mesmari está en realidad bajo arresto domiciliario en su suite del hotel Concorde Lafayette.
Desde ese momento queda claro que Mesmari se ha convertido en un instrumento en manos de Sarkozy, quien trata de sacar a Khadafi de Libia.
Mesmari revela, uno tras otro, los secretos de la defensa militar del coronel y cuenta todos los detalles sobre las alianzas diplomáticas y financieras del régimen, trazando incluso un mapa de la distribución de los sectores en desacuerdo y de las fuerzas que se encuentran en el terreno.
A mediados de enero, Francia tiene en sus manos las llaves para derrocar al coronel, pero se produce una nueva filtración. El 22 de enero, el jefe de los servicios secretos en la región de Cirenaica, fiel a Khadafi, el general Audh Saaiti, arresta al coronel de aviación Gehani, quien trabaja en secreto para los franceses desde el 18 de noviembre.
El 24 de enero, Gehani es enviado a una prisión en Trípoli, acusado de haber creado en Cirenaica una red social que elogiaba la oposición tunecina contra Ben Ali. Pero es demasiado tarde. Gehani ya tenía preparada la revuelta de Bengasi, con los franceses.
Esta cadena de evidencias –filtradas ahora por los servicios de Inteligencia italianos–, demuestra que los servicios secretos franceses prepararon la revuelta de Bengasi desde noviembre de 2010. Sin embargo, el plan original fue sufriendo modificaciones en el contexto de las sorpresivas revoluciones árabes y Washington tomó entonces el control del Golpe imponiendo sus propios objetivos de convertir a Libia en un miserable protectorado de Occidente.
Por un lado, la Europa encabezada por su nuevo Napoleón busca recuperar su protagonismo internacional, mientras que el pacificador Obama amplía el perímetro del Africom –su Comando Africano–, para abortar o canalizar las revueltas populares en la zona, y expulsar a China y Rusia del continente negro.
El Africom es una fachada para contratistas militares del Pentágono. Como Dyncorp, Mpri y KBR que calculan sacar dividendos de la creciente privatización de las guerras en África.
Uno de los motivos subyacentes en el ataque a Libia es justamente la pérdida de la batalla global por la energía en Asia Central, a favor de Pekín, que ha construido el Gasoducto del Siglo, trazado desde el Caspio hasta su costa oriental.
Según el periodista ruso Efim Anbilivin los argumentos humanitarios de la Otan no encajan en el conflicto libio, tampoco sus razones para deponer a Khadafi. ¿Por qué para los líderes norteamericanos y europeos de repente, y con tanta pasión, afloró ese odio visceral hacia Khadafi?
Tampoco encaja en ninguno de los patrones habituales el comportamiento de la Casa Blanca ni de los políticos europeos. La actual coalición es por lo tanto el resultado de ambiciones diversas, lo cual explica sus contradicciones internas.
Antes de la intervención de la Otan, el pueblo libio se enfrentaba a un tirano que se había asociado con los Estados Unidos desde el año 2003. Khadafi y sus hijos se apoderaban de las rentas del petróleo y depositaron cerca de 30.000 millones de dólares en bancos y sociedades estadounidenses y alrededor de 20.000 millones de dólares en Gran Bretaña.
Ni el libio más ingenuo cree ya que la Otan está protegiendo a los civiles con una lluvia de bombas de uranio empobrecido, sino que actúa como Fuerza Aérea de una guerrilla promovida, dirigida y apoyada por los antiguos socios que decidieron sacarse al coronel de encima para apropiarse de todo el botín. De hecho, están financiando a los rebeldes con fondos congelados al Estado libio (ver nota aparte).
De la noche a la mañana, la suerte del obediente coronel Khadafi pareció sellada, pero es evidente que deshacerse del líder libio está resultando más complejo que lo que el consorcio anglo-francés-estadounidense había calculado. La guerra es un negocio que conlleva sus riesgos.
Miradas al Sur
03-04-2011