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FM Y EL TRAFICO DE ARMAS:

Negocios con olor a pólvora

Fabricaciones Militares no descubrió la pólvora, pero descubrió que además de vender armamento podía vender los certificados de destino final que otros paíes necesitaban para poder triangular material bélico. En ese sentido, el desvío de armas a Ecuador y los Balcanes es sólo la punta del iceberg de las multimillonarias operaciones clandestinas o semi-clandestinas en las que ha participado la repartición a lo largo de las dos últimas décadas.

Por Walter Goobar
La pólvora no reluce como el oro pero suele ser igualmente rentable, aunque mucho más peligrosa. El caso del desvío de armas a Ecuador y los Balcanes es un ejemplo dramático de como un imperio como el de Fabricaciones Militares asentado sobre un polvorín de compra-venta de armas puede levantarse y derrumbarse de un modo arbitrario de la noche a la mañana. La operación en la que ahora se ha visto involucrada Fabricaciones Militares no es menos lícita que la mayoría de las operaciones clandestinas o semi-clandestinas en las que ha participado la repartición a lo largo de las dos últimas décadas. En ese sentido, los decretos secretos sobre ventas de armas durante las dos administraciones democráticas que el gobierno acaba de hacer públicos, constituyen solamente la punta del iceberg de un multimillonario negocio basado en la venta de certificados de destino final (enduser) que convirtió a la Argentina en prestanombres del tráfico internacional de armas durante los casi diez años que duró la guerra Irán-Irak. Utilizando certificados de destino final extendidos por Fabricaciones Militares y que especificaban a la Argentina como destinatario de las mercancías, EEUU, la URSS y toda Europa Occidental encontraron la veta para comercializar sus stocks de armamentos, misiles y productos químicos.
   Para violar los embargos internacionales de armas, los iraníes montaron durante la guerra contra Irak una compleja red de abastecimiento clandestino que tuvo a la Argentina como una de sus cabeceras. En la década de los 80 aterrizó en Buenos Aires el traficante iraní Jhon Pashai. Pashai, quien hasta ese momento había residido en Suiza se instaló en un suntuoso departamento ubicado en un séptimo piso de la avenida Alvear al 1900 y abrió una oficina en Marcelo T. de Alvear 920 bajo el nombre Petro Equip. Durante casi diez años Jhon Pashai fue el principal comprador de Fabricaciones Militares a tal punto que en determinado momento, por lo menos cinco fábricas militares argentinas trabajaban para suplir los requerimientos iraníes.
   Fabricaciones Militares no descubrió la pólvora, pero descubrió que además de vender armamento podía vender los certificados de destino final que Estados Unidos, Europa Occidental e Israel necesitaban para poder triangular material bélico a uno u otro contendiente. Por medio de esos certificados falsos Argentina se convirtió en testaferro de las compras iraníes en el bazar occidental de las armas.
   Para los mercaderes de armas la Argentina se convirtió, en una referencia frecuente por la relativa sencillez con que se obtienen los certificados -falsos- de destino final exigidos por las aduanas para otorgar los derechos de exportación. Existen distintos tipos de certificados falsos y sus precios varían de acuerdo a la calidad de los mismos que como los hoteles se clasifican según una escala de uno a cuatro estrellas: Se usan documentos "verdaderos-falsos" (cuando un país realmente encara una compra fraguada) y "falsos-verdaderos" (cuando un país fraguado encara una compra verdadera). La comisión, puede llegar a multiplicar de tres a cinco veces el precio de uno de estos cargamentos ilegales entre su punto de partida y su destino.
   Una vez que el gobierno iraní daba su visto bueno a las compras de armamentos, habrían una carta de crédito a nombre de Jhon Pashai a través de las cuentas que la República Islámica de Irán mantenía en el Deutsche Bank de Hamburgo y el London Bank de Londres y así eludían el embargo norteamericano. Por cada pedido, Pashai hacía una diferencia entre el precio de venta y el precio de compra y recibía además una comisión de Fabricaciones Militares que el iraní repartía con terceras personas que facilitaban la operación en Argentina e Irán, entre los que se naturalmente se contaban algunos diligentes directores de Fabricaciones Militares.
   En el libro Profits of war (Beneficios de guerra) el israelí Ari Ben-Menashe, uno de los seis integrantes del comité conjunto que en esa época manejaba las relaciones entre Irán e Israel relata los pormenores de una
 
 reunión en Teherán en la que él mismo propuso utilizar a la Argentina para proveer armas a Irán por mil millones de dólares que fueron depositados en cuentas cifradas en el Girozentrale Bank de Viena.
   El sábado 18 de julio de 1981 un avión argentino perteneciente a Transporte Aéreo Rioplatense -que era propiedad de oficiales retirados de la Fuerza Aérea- se salió de curso y se estrelló (o fue derribado) en la frontera entre Turquía y la Unión Soviética. La nave era piloteada por el argentino Hector Ismael Cordero, un capitán de corbeta retirado de la aviación naval y un ciudadano inglés de apellido Mac Cafferty había realizado unos doce transportes de armas entre Tel-Aviv-Larnaka-Teherán sobre un total de 40 previstos. El canciller Oscar Camilion había solicitado permiso a Turquía para que las naves de la empresa TAR atravesaran el espacio aéreo de ese país con la excusa de enviar ayuda humanitaria a las víctimas de un terremoto.
   Los envíos secretos de armamento con destino a Irán continuaron siendo una constante durante el gobierno radical. Una de esas operaciones tomó estado público cuando el buque Iran Sadr llegó a Bahía Blanca para cargar 31 toneladas de sorgo. Cuando los inspectores subieron a bordo advirtieron que ya había un cargamento en la bodega. Se trataba de 20.000 cajas que contenían fusiles de distino tipo, morteros de 81 y 120 milímetros y gran cantidad de municiones que habían sido estibadas prolijamente días antes en el área reservada de Puerto Belgrano. Habitualmente el material llegaba a los barcos en trenes cargueros que partían de la localidad de Villa María o en flotillas de camiones que transportaban grandes contenedores.
  El 23 de diciembre de 1983, la Argentina estuvo directamente involucrada en la venta de 5.000 pistolas y 60 ametralladores pesadas. El cargamento, rotulado "maquinaria técnica y repuestos", fue impugnado por las autoridades aduaneras españolas cuando inspeccionaron un Jumbo de Air Irán procedente de Buenos Aires que se dirigía a Teherán. Después de varios días el gobierno iraní presentó la documentación aduciendo que las 11,5 toneladas de armas eran para las fuerzas de seguridad y el cargamento fue liberado.
   A mediados de 1985 el diario La Nación reveló que Argentina estaba negociando con Irán la posible venta de las fragatas misilísticas británicas Hércules y Santísima Trinidad. Sin embargo, las presiones norteamericanas consiguieron torpedear esa venta. En otra oportunidad un tren se detuvo por un desperfecto en la ciudad de Río Cuarto. Al correrse uno de los cobertores quedaron al descubierto caños de 80 centímetros de largo por 12 de ancho con una leyenda que decía: Ministerio de Defensa de la República de Irán. Después de algunas horas el tren continuó su marcha con destino al Puerto de San Pedro, pero nadie quiso confirmar qué tipo de carga transportaba.
   Finalizada la guerra Irán-Irak, Jhon Pashai abandonó la Argentina y se trasladó a Australia. Sin embargo, muchos negocios de aquella época quedaron pendientes de resolución: El 23 de marzo de 1994, la Corte Suprema eximió a Fabricaciones Militares del pago de una comisión de un millón de dólares a dos empresas privadas, en concepto de comisión por una suspendida venta de armas a Irán. La demanda contra la empresa estatal había sido presentada por Tactician International Corporation y Proveedores Argentinos de Equipos S.A., dos traders que debían intermediar en esa operación. La venta de armas a Irán había aprobada mediante el decreto del 3 de junio de 1987, firmado por Raúl Alfonsín y los ministros Horacio Jaunarena, Dante Caputo y Juan Sourrouille. El volúmen de la operación era 34 millones de dólares y se fijó una comisión del 10 por ciento de las empresas intermediarias. La venta comprendía 100 toneladas de pólvora CBI, 400 toneladas de polvora MI para munición de 155 milímetros, 200.000 cargas de munición y 500 toneladas de copas de latón destinadas a la fabricación de proyectiles.
 
  Si el Ejército tuvo como su principal cliente a Irán, la Fuerza Aérea
 
 mantuvo estrechos lazos con Irak que utilizando a Egipto como intermediario participó activamente en el proyecto para el desarrollo del misil Cóndor que se gestó en la planta de Falda del Cármen. Irak también intentó comprar aviones de combate fabricados en Córdoba pero la operación no pudo concretarse por falta de créditos argentinos. Tras el fracaso iraquí, Irán ofreció -durante la administración radical- comprar al contado y en un plazo de cinco años 500 aviones de combate, pero las presiones iraquíes y norteamericanas desarmaron la operación cuando los pilotos iraníes ya se encontraban haciendo prácticas en las instalaciones de la Fuerza Aérea.
   Mientras el grueso del tráfico de armas hacia Irán se enviaba en los buques de la línea marítima iraní que una vez por mes anclaban en puertos argentinos, los envíos a Irak fueron realizados con aviones iraquíes de origen soviético que normalmente aterrizaban en el aeropuerto de Córdoba bajo custodia de la Fuerza Aérea. Al final de la guerra Irán-Irak uno de esos aviones debió realizar un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Fisherton, en Rosario. La rápida intervención de la embajada de Irak permitió silenciar el asunto.
Diario Página/12
 
 

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