El pasado fin de semana, más de 150.000 personas participaron en Tel Aviv de la mayor protesta registrada en Israel en décadas. Y, pese a los anuncios del derechista primer ministro, Benjamin Netanyahu, de que tomará medidas para poner freno a los precios, no se vislumbra el fin de las protestas.
Walter Goobar
El pasado fin de semana, más de 150.000 personas participaron en Tel Aviv de la mayor protesta registrada en Israel en décadas. Una manifestación de esa magnitud no se producía desde el asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin en 1995. Lo que empezó como una movilización en las redes sociales contra el precio del queso cottage, desembocó en multitudinarias manifestaciones contra la carestía de la vida y la vivienda y en una acampadaen las principales ciudades del país. "El pueblo exige justicia social" ha sido la consigna más coreada en todas las concentraciones. En el centro de todo, está la lucha contra un capitalismo sin ley que hace más ricos a unos pocos y más pobres a muchos más. Y, pese a los anuncios del derechista primer ministro, Benjamin Netanyahu, de que tomará medidas para poner freno a los precios, no se vislumbra el fin de las protestas.
Una línea de carpas se extiende por la angosta franja de tierra que corre entre las dos manos del elegante Boulevard Rothschild de Tel Aviv. Hay pancartas de enojo denunciando al gobierno y quejándose del precio de la vivienda, de la vida de estudiante y de los alimentos básicos. La atmósfera es una mezcla entre la icónica plaza egipcia Tahrir y las protestas del 15-M en España, Grecia y otros países europeos. De hecho, una de las consignas reza: "Tenemos precios suizos y salarios griegos".
"Estudiamos, trabajamos, vamos al Ejército y a la reserva, pero no podemos llegar a fin de mes", reza otra pancarta colocada en una de las carpas que se levantan en la acampada del Parque de la Independencia de Jerusalén a 200 metros de la residencia del primer ministro, Benjamín Netanyahu.
La ira de la clase media se dirige sobre todo contra el premier Netanyahu. Como ministro de Finanzas (entre 2003 y 2005) y después desde 2009 como jefe de gobierno desmanteló el estado de bienestar y aplicó a rajatabla las recetas neoliberales. La ola de protestas ya se ha cobrado las primeras cabezas: el director general del Ministerio de Finanzas, Haim Shani, tuvo que renunciar tras 18 meses en el cargo.
La protesta israelí no es la obra de líderes sindicales o políticos de oposición. Y no está movida por demandas concretas o concesiones específicas, sino por un sentido de malestar más profundo y generalizado. ¿De dónde salen estos israelíes descontentos, que acampan y salen a la calle por decenas de miles desde finales de Junio? En teoría, Israel muestra estos tres últimos años una tasa de crecimiento del PIB superior al 5% y se sitúa en el puesto 15 en la escala del Indice de Desarrollo Humano.
Los "indignados" de Tel-Aviv, de Beer-Sheva, de Jerusalén reclutan masivamente en el seno de la clase media, lo que marca una ruptura con el paisaje político y económico que se conoce de Israel desde los años 1980. Pero, por repentina que pudiera parecer, esta movilización no sale de la nada. Se explica claramente en las estadísticas de la OCDE y del Banco de Israel. Disponiendo de un 75% a un 120% de la renta media, la clase media representaba en 1988 el 33% de las familias israelíes. En 2000, no representa más que el 28%. Al mismo tiempo, su parte en la renta nacional ha pasado del 21,7% al 20,5%. La tasa de pobreza (familias que ganan menos de la renta media) ascendía, en 2000, al 17,6% frente al 20,5% en 2009. ndudablemente, las clases medias se han beneficiado poco del crecimiento del PIB israelí, y las desigualdades han aumentado en Israel desde hace 30 años.
"Durante muchos años Israel estuvo cerca del socialismo. Cuando se creó el Estado, el salario más elevado equivalía a cuatro veces el más bajo. Ahora las diferencias son enormes y la clase media tiende a desaparecer. La riqueza la acumulan unas pocas familias y los precios de los productos de primera necesidad se han disparado. La gente no puede más", dice Dor Sandak, que desde hace diez días pernocta en el campamento del Parque de la Independencia.
La clase media está harta de pagar impuestos para los asentamientos en los territorios ocupados y el ejército, que absorben una gran parte del presupuesto. Los indignados se han rebelado también contra los ultraortodoxos que no trabajan y son mantenidos por el Estado.
Efraim Davidi, profesor de Historia Económica y Social en la Universidad de Tel Aviv y miembro del comité central del Partido Comunista, cree que está asistiendo a "la mayor lucha social en la historia de Israel". En su opinión, lo que está ocurriendo es algo inédito. La amplitud de la protesta crece día a día y en el último año el Gobierno de Netanyahu ha elaborado nada menos que siete planes para la vivienda. Sin embargo, las protestas ya han superado ese problema. Los médicos están en huelga desde hace cien días. Los trabajadores sociales también están en conflicto. Un sector del los empleados públicos no acude a sus lugares de trabajo y los acontecimientos parecen superar al Ejecutivo, que sigue enfrascado en el problema de la vivienda.
Davidi relaciona lo que está sucediendo con la plaza de Catalunya, la Puerta del Sol o la plaza Sintagma de Atenas. "El peso de las protestas lo están llevando a menudo las clases medias y bajas que tienen empleo pero se quejan de su miserable remuneración".
Los activistas israelíes han copiado de los indignados españoles numerosas técnicas en la organización de las protestas de Tel Aviv. Se ha importado la democracia directa, la forma de hacer las asambleas por la tarde para establecer el programa del día siguiente e incluso la forma de hablar y de gesticular.
"La principal diferencia con Madrid y Barcelona es que los manifestantes israelíes han admitido a los políticos de la izquierda, y no los han rechazado", remarca el profesor Davidi.
El periodista Gideon Levy, columnista del influyente periódico liberal Ha'aretz, argumenta que el súbito surgimiento de la protesta israelí está conectada con la primavera árabe. Levy señala que algunos observadores extranjeros desestiman el movimiento de protesta de Israel sobre la base de que los revolucionarios árabes estaban combatiendo por la libertad de expresión y el derecho al voto. En Israel están combatiendo por productos lácteos más baratos.
Levy prefiere hablar de un efecto mariposa que transmite la energía de la protesta desde Túnez hasta Egipto e Israel.
"Las metas son diferentes y el sistema es diferente", afirma. "Pero la convicción es que las multitudes pueden contar y que la gente tiene una opción. Realmente creo que Egipto nos ha dado una lección".
"Lo cierto es que la ola de protestas cambió la cara del mapa político de Israel", escribe Avirama Golán en el diario "Haaretz": "En las manifestaciones se pueden ver votantes del Likud, Meretz y Hadsan, religiosos junto a personas laicas, judíos y árabes. Esto plantea una amenaza, porque justo cuando la derecha pro asentamientos pensaba que su campaña de deslegitimación contra los restos de la izquierda había sido un éxito total, surge un nuevo movimiento político que se niega a cooperar con esta vieja dicotomía y hace un llamamiento a alianzas no convencionales. "
Por su parte, Gideon Levy vá más allá en las páginas del liberal "Haaretz" al señalar que "el movimiento de protesta aún tiene que pasar la prueba más dura: "Deben ocuparse de los temas realmente controvertidos: los gastos en seguridad, asentamientos, la ocupación (de Cisjordania), los recortes democráticos y el poder del capital". Y esos temas tienen una influencia directa en el proceso de paz."
Diario Miradas al Sur
07-08-2011