En una de las ciudades más grandes del mundo, la sociedad estuvo despedazándose a sí misma durante tres días y tres noches. Como parte de esta comedia del absurdo destinada a desplazar responsabilidades de los verdaderos causantes del estallido social, el gobierno de David Cameron, secundado por los grandes medios, señala a la tecnología como el auténtico culpable de los disturbios de Londres. La cacería de usuarios de Blackberry ya ha comenzado.
Walter Goobar
Miradas al Sur
En una de las ciudades más grandes del mundo, la sociedad estuvo despedazándose a sí misma durante tres días y tres noches. La flemática BBC alternó imágenes de coches en llamas y batallas campales en las que los grupos antidisturbios se batían en retirada, decenas de barrios convertidos en auténticos infiernos donde antes había tiendas y viviendas, cientos de personas están detenidas y docenas están gravemente heridas, y será un milagro si la cífra de muertos no vuelve a crecer. Gran Bretaña es hoy un país sumido en el caos, el miedo, el racismo y las acusaciones cruzadas de la derecha y la izquierda, pero ninguno de ellos hará que esto no vuelva a ocurrir, no en vano la perspectiva de un segundo crac bursátil asoma terriblemente en el fondo de las noticias de la semana.
En un vano intento de explicar los disturbios, los shockeados británicos apelan a una condena ritual de la violencia, como si alguien dudara de que las acciones incendiarias, los robos y los saqueos son hechos repudiables. De la noche a la mañana, Gran Bretaña se transformó en un polvorín y nadie parece tener en claro quién encendió la mecha.
Los argumentos más simplistas apelan a considerarla violencia callejera como “pura delincuencia”, obra de una “minoría violenta” y “oportunista”. Sin embargo, este razonamiento no explica el descontento ciudadano endémico. Jóvenes furiosos que no tienen nada que hacer y poco que perder se rebelan contra sus propias comunidades, y no hay quien los contenga.
Pocas veces la violencia carece de sentido. El sentido político de un edificio en llamas, una tienda derruida o un joven muerto a tiros por la policía puede ocultarse incluso a quienes encendieron la mecha o dispararon el arma, pero el sentido político está allí. No cabe duda de que hay mucho más, muchísimo más, detrás de estos disturbios que la muerte de Mark Duggan, un hombre que había sido víctima del gatillo fácil de la policía, en una comunidad cuyos habitantes tienen miles de razones para desconfiar de las fuerzas del orden.
Saquear tiendas de aparatos electrónicos y de zapatillas deportivas que cuestan diez veces más que los subsidios que uno ha dejado de cobrar es otro tipo de declaración política. Una ola coordinada de rebelión civil en los barrios más pobres de Gran Bretaña para luchar contra la policía, es otro mensaje político.
En un reportaje de la BBC preguntan a un joven de Tottenham si los saqueos sirven de verdad para algo: “Sí –contesta–, usted no estaría ahora hablando conmigo si no hubiéramos provocado los disturbios, ¿no es cierto? Hace dos meses fuimos en manifestación a Scotland Yard, más de 2.000, todos negros, y fue un acto pacífico y tranquilo y no apareció ni una palabra en la prensa. Ahora, un poco de disturbios y saqueos, y mire lo que pasa.”
Aunque no haya una relación lineal de causa efecto entre los recortes presupuestarios y la violencia desenfrenada, la gente se amotina porque esto los hace sentirse fuertes, aunque sólo sea por una noche. Los jóvenes se sublevan porque durante toda la vida les han dicho que no sirven para nada y se dan cuenta de que juntos pueden hacer algo.
Uno de los ingredientes de la ola de violencia británica es que no es política. Ni siquiera es prepolítica. Contiene un germen de fascismo que resulta aterrador. Las víctimas que se convierten en verdugos. El escenario repite situaciones de los ’30 , pero también tiene novedades, no todas positivas. En una sociedad signada por las desigualdades, un creciente número de británicos se deja seducir por las recetas facilistas de la mano dura de David Cameron y acepta que la solución a los desmanes pasaría por sacar al ejército a la calle. No son pocos los desempleados que aplaudirían un baño de sangre que restableciera el orden. Comienza a ser habitual que cuando en un país surgen problemas se culpe a las herramientas de comunicación, y es que si el bloqueo de Internet o de las redes sociales sonaba lejano cuando las noticias llegaban desde China, Egipto, Libia o Irán, ahora la noticia llega desde el Reino Unido, donde el primer ministro, David Cameron, declaró que existe la posibilidad de bloquear las redes sociales para frenar los disturbios.
Como parte de esta comedia del absurdo destinada a desplazar responsabilidades de los verdaderos causantes del estallido social, el gobierno de Cameron, secundado por los grandes medios, señala a la tecnología como el auténtico culpable de los disturbios de Londres. El BlackBerry ha sido designado el malo de la película. La cacería de los usuarios de BlackBerry ya ha comenzado.
Lo curioso es que el subversivo BB recibió ese nombre porque a los esclavos nuevos en los Estados Unidos se los ataba con un grillete a una bola negra de hierro para que no escaparan de los campos de algodón, los esclavistas le llamaban “BlackBerry” (mora) porque se parecía a dicha fruta. Salvando el tiempo y las distancias, el BlackBerry es el símbolo de la nueva esclavitud. A los empleados se les da un BlackBerry y quedan inalámbricamente atados por su grillete electrónico, y al igual que los esclavos se los mantiene prisioneros del trabajo y del consumo. Hasta que se rebelan.
14-08-2011