El sistema financiero se ha convertido en un manicomio, en un mecanismo perverso para maximizar la volatilidad, el miedo y la incertidumbre.
Walter Goobar Para Tiempo Argentino El sistema financiero se ha convertido en un manicomio, en un mecanismo perverso para maximizar la volatilidad, el miedo y la incertidumbre. Un miedo –que parece imposible de conjurar– ha signado la economía planetaria desde comienzos de agosto. Miedo al ver evaporarse 2,5 billones de dólares del mercado de valores global en sólo cinco días de caídas en las bolsas. Miedo al ver escalar los bonos públicos italianos a precios estratosféricos. Y miedo al ver que los inversores estaban tan ansiosos de colocar su efectivo en algún puerto seguro, que terminaron por pagar al gobierno estadounidense por la custodia de sus ahorros en bonos del Tesoro; algo que no se había visto desde el final de la II Guerra Mundial. Nadie duda que estas son las peores semanas en los mercados financieros desde los sombríos días de 2008, el momento culminante de la implosión del sistema bancario occidental, pero en muchos aspectos, estas jornadas son peores que aquellas. La gran potencia imperial de los últimos dos siglos estuvo al borde de la cesación de pagos, su déficit está al nivel de las economías tercermundistas del siglo pasado y su moneda está en franca decadencia. El problema económico que vive Estados Unidos es similar al que han vivido cientos de naciones pobres en el mundo: al tener más gastos que ingresos, ha acumulado un gigantesco déficit que sólo se ha mantenido con más y más deuda. Se trata de un círculo vicioso muy conocido en los países pobres. Y, por si algo faltaba, la agencia de calificación Standard & Poor’s puso la cereza del postre al sembrar un gran interrogante sobre la credibilidad de la deuda pública estadounidense, privándola de su condición de AAA. Esta recalificación fue un monumental bofetón al país que se considera a sí mismo el más poderoso de la Tierra y a su sistema político. Pero Estados Unidos no es el único pasajero que viaja en primera clase de este Titanic financiero: donde quiera que se mire, lo que se observa es un escenario de horror, demasiados países clave –empezando por el Reino Unido, cuya pavorosa deuda privada representa tres veces y media su PIB, y siguiendo por Japón, España, Francia, Italia y hasta Alemania– han llegado a acumular demasiada deuda privada, una deuda privada que no puede devolverse sin que se dé un crecimiento económico excepcional. Y eso es lo que cada vez parece más improbable. Sin un crecimiento generado por vía pública o privada, sólo hay otras dos vías para liquidar las deudas privadas luego de un hundimiento del crédito: la quiebra o la inflación. Eso es lo que el mundo teme y tiene buenas razones para ello. Con su capitulación ante la derecha económica, el presidente Barack Obama evitó que la economía estadounidense se estrellara, pero no impidió que la trayectoria descendente de la economía mundial continuara su caída libre. La generalizada pérdida de confianza enloquece a los mercados por miedo a que los gigantescos paquetes de salvamento de la economía no hayan sido suficientes para evitarles una larga depresión a los países centrales. Aún con el “rescate de Grecia” y la suba del techo de la deuda de los EE UU el espectro de la depresión parece rondar al mundo. El fantasma de una doble recesión que ha provocado la caída de las bolsas durante estos días tuvo que ver sobre todo con Europa. El jefe del Banco Central Europeo (BCE), Jean Claude Trichet, provocó pánico cuando anunció que el Banco Central reanudaría sus compras de la deuda irlandesa y portuguesa, pero no dio ninguna indicación de que compraría bonos de Italia y España en dificultades. El programa de compra de bonos de Trichet en realidad es otro disimulado rescate bancario. Pero los medios no lo describen de esa manera. El problema son los bancos europeos que tienen 167 mil millones de euros en bonos italianos. Con Italia bajo fuego, la crisis se orienta de un problema relativamente pequeño y manejable a un potencial desastre financiero. Si Trichet no compra decenas de miles de millones en bonos italianos en el mercado secundario, los bancos en Alemania y Francia perderán toneladas de dinero y eso provocaría otra crisis global. Por lo tanto, el BCE ha decidido llenarse de bonos problemáticos para evitarle pérdidas a los bancos por sus malas inversiones. Es el modelo que ha prevalecido desde el 15 de septiembre de 2008 y así sigue actualmente. Las reglas del capitalismo no se aplican a los bancos. Si ganan, se guardan los beneficios. Y si pierden, consiguen un rescate. Esto no tiene nada que ver con el capitalismo de libre mercado. Es una transferencia directa de riqueza de una clase a otra. Es un robo a mano armada. O, para ponerlo en los términos en los que lo formuló el lingüista estadounidense, Noam Chomsky: “Al triturar los restos de la democracia política, las instituciones financieras están echando las bases para hacer avanzar aún más este proceso letal... en tanto sus víctimas estén dispuestas a sufrirlo en silencio.” 19-08-2011