Durante la próxima Asamblea General de Naciones Unidas, que se inaugura en Nueva York esta semana, los palestinos pedirán que se reconozca el Estado palestino. Siguiendo una hábil estrategia calcada a la de la proclamación del Estado hebreo, los palestinos ya han reunido una gran mayoría favorable a este reconocimiento
Walter Goobar Septiembre no sólo es el nombre de un mes, el noveno del calendario gregoriano y el séptimo del antiguo calendario romano, sino que para Israel representa, además, el símbolo de un peligro terrible, una amenaza existencial indecible. Ocurre que durante la próxima Asamblea General de Naciones Unidas, que se inaugura en Nueva York esta semana, los palestinos pedirán que se reconozca el Estado palestino. A diecinueve años de los fallidos acuerdos de Oslo, que debían resolver de manera pacífica el conflicto, la Autoridad Nacional Palestina ha recurrido a este acto, también político y pacífico, que constituye una especie de referéndum internacional, aunque limitado al nivel de los gobiernos, para romper el círculo vicioso de fracasos, frustraciones y parálisis que cíclicamente conduce a estallidos de violencia. Siguiendo una hábil estrategia calcada a la de la proclamación del Estado hebreo, los palestinos ya han reunido una gran mayoría favorable a este reconocimiento, entre los que se incluye a casi todos los países latinoamericanos, con la vergonzosa excepción de la Honduras postgolpista. Si se escucha a los principales representantes de la Autoridad Palestina, la Asamblea General de la ONU marcará un gran paso adelante para el pueblo palestino, con el reconocimiento del Estado de Palestina y la atribución del estatuto de Estado-miembro o –en el peor de los casos– de observador. Sin embargo, los sectores más radicales entre los palestinos se preguntan, ¿qué clase de Estado será aquel que carece de soberanía real, privado del control de sus fronteras, sin el derecho a defenderse, sin derecho a tener su propia economía? Suena a una broma de mal gusto o peor, a un regalo envenenado. Por su parte, la apocalíptica diplomacia israelí vaticina una catástrofe que desatará todos los infiernos: La evaluación oficial sostiene que “se sublevarán multitudes de palestinos, atacarán el muro de separación, asaltarán las colonias, se enfrentarán al ejército, crearán el caos”. “La Autoridad Palestina está planeando un baño de sangre”, afirmó el incontinente canciller Avigdor Lieberman, quien también anunció que el ejército también está entrenando a los colonos ultraderechistas que son los que han impedido negociaciones de paz con los palestinos. Y cuando Lieberman predice violencia, resulta imprudente subestimarlo. Lieberman no está solo: el general Eyal Eisenberg, comandante del frente interno (uno de los cuatro comandos territoriales del ejército), pronunció un discurso en el que pronosticó una “guerra general, una guerra total” entre Israel y un mundo árabe “islamizado”. En esta guerra se usarán armas de destrucción masiva, sentenció el uniformado. Lo cierto es que Israel está tomando conciencia de su propio aislamiento. Justo antes de dejar el poder, el secretario de Defensa estadounidense Robert Gates advirtió que la intransigencia del gobierno de Benjamin Netanyahu está “poniendo a Israel en peligro”. La estrategia del miedo implementada por Netanyahu tiene un doble propósito: sacar del centro de la escena las protestas de los indignados israelíes, que perciben que la verdadera amenaza existencial proviene de la política neoliberal, y asustar a los palestinos que en esta coyuntura están más envalentonados como consecuencia de las revueltas árabes. Pero la verdadera pesadilla de Netanyahu y de muchos empresarios israelíes es la posibilidad de que la comunidad internacional sancione un boicot a los productos israelíes equivalente al que obligo a Sudáfrica a abolir el régimen del apartheid. Pese a la intransigencia y crispación de Israel y de Estados Unidos, el responsable palestino de las negociaciones, Saeb Erekat, ha publicado un documento en el que defiende la iniciativa de septiembre como medio de retomar el diálogo con los Estados Unidos, y como una forma de volver a las negociaciones y de facilitar el tratamiento de las cuestiones espinosas de Jerusalén, de las fronteras, de los refugiados, del agua, de la seguridad y de los detenidos... Esta visión supone que el voto de la Asamblea proporcionará a la Autoridad Palestina un respaldo para retornar mejor posicionados a la mesa de negociaciones para imponer otra correlación de fuerzas. En realidad, es más complicado de lo que parece: cualquier tipo de paz entre Israel y el pueblo palestino estará basada necesariamente en ceder Cisjordania, Jerusalén Este y la Franja de Gaza al futuro Estado de Palestina. Actualmente existe un amplio consenso mundial al respecto. La única cuestión es por dónde discurrirá exactamente la frontera, puesto que también hay un consenso sobre intercambios menores de territorio mutuamente acordados. Esto significa que la paz implica necesariamente el desmantelamiento de un gran número de colonias y la evacuación de colonos a lo largo de Cisjordania. Esos colonos y sus aliados que dominan el actual gobierno israelí de coalición son el principal obstáculo para la paz, así como los fundamentalistas de Hamas constituyen su equivalente del lado palestino. Más allá del valor simbólico y diplomático, existen dudas sobre el impacto real del reconocimiento de la Asamblea de la ONU. Según la organización palestina Al Haq /1, que actúa como consultora ante la ONU en cuestiones jurídicas, “el status de Estado o de Estado observador no tendrá ningún impacto sobre el terreno. No pondrá término a la ocupación, la extensión de las colonias, la expropiación de las tierras y de las casas palestinas, a las leyes cada vez más discriminatorias y de tipo apartheid que vota el Parlamento israelí todos los días. Sin embargo, ese status dará más visibilidad y quizá medios a los palestinos para la persecución de las transgresiones israelíes del derecho internacional. No pondrá trabas, por el contrario, al derecho a la autodeterminación, que es un derecho de los pueblos y no de los Estados, y que no es negociable”. Una incógnita que despierta esta delicada jugada diplomática es ¿cuál será el destino de la Organización de Liberación de Palestina, que, hasta ahora, era reconocida por la comunidad internacional como la única representante del pueblo palestino y expresaba la voz de los palestinos en los organismos de la ONU? Remplazar a la OLP por un Estado de Palestina virtual no es un progreso, sino que confluye con un viejo sueño israelí: reemplazar la nación palestina por la población de Cisjordania y de Gaza y a la OLP por una dirección local. Hasta hace poco, tal objetivo era claramente rechazado por el conjunto del pueblo palestino, que se reivindica no como una “población ocupada”, sino como una nación, que posee el derecho inalienable a la autodeterminación. El presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, está sometido a una importante presión para abandonar la iniciativa, y se sabe de la debilidad de Abbas a la hora de sostener los principios. En ese sentido, un retroceso ante las presiones israelíes sería una nueva humillación para la Autoridad Palestina y podría hacer perder a Abbas y a la Autoridad Palestina en su conjunto su legitimidad popular. Abbas no debería perder de vista que la adhesión de los palestinos a la OLP no es una postura romántica, sino la expresión de su determinación de ser una nación y de ser considerados por la comunidad internacional como una nación. Diario Miradas al Sur 18.09-2011