Con el asesinato a sangre fría de Osama Bin Laden, el ex profesor de Derecho Constitucional y premio Nobel de la Paz, Barack Obama estrenó su credencial de justiciero por mano propia, que renovó ayer con el asesinato en Yemen de un ciudadano estadounidense: el clérigo Anwar al Awlaki.
Walter Goobar
Para Tiempo Argentino
El 2 de mayo pasado, un hombre desarmado fue asesinado por comandos SEAL de la Armada estadounidense de dos tiros en la cabeza. La munición explosiva hizo que el cerebro quedara colgando por la órbita del ojo de un modo horripilante. Las imágenes del asesinado Osama bin Laden eran tan brutales que el presidente Barack Obama tuvo que privarse del placer de mostrarlas al público. Con ese asesinato a sangre fría, el ex profesor de Derecho Constitucional y premio Nobel de la Paz estrenó su credencial de justiciero por mano propia, que renovó ayer con el asesinato en Yemen de un ciudadano estadounidense: el clérigo Anwar al Awlaki.
Lejos de ser una excepción, la política de asesinatos selectivos se ha convertido en un eje de la doctrina de guerra asimétrica sustentada por Obama. La jerga militar denomina “guerra asimétrica” a la que se da entre dos contendientes con una desproporción de los medios a disposición. En la guerra asimétrica no existe un frente determinado, ni acciones militares convencionales. Es un conflicto irregular que se basa en golpes de mano, combinación de acciones políticas y militares, propaganda negra, operaciones encubiertas y psicológicas, lo que implica acciones propias de la guerra sucia y el terrorismo de Estado.
Tras los atentados terroristas de 2001 en los Estados Unidos, la potenciación de un “enemigo asimétrico” fue utilizada por la administración de George W. Bush para sus operaciones en Afganistán e Irak. Desde entonces, como complemento del “enemigo interno”, la noción pasó a formar parte de la doctrina de seguridad nacional que Obama sigue a pies juntillas.
Cuando se produjo el asesinato de Osama bin Laden, el autor de esta nota reveló que a finales de abril Obama aprobó tres asesinatos: el de Osama, el de Khadafi (falló por poco) y el del clérigo Anwar al Awlaki, asesinado ayer en Yemen.
Awlaki era conocido por haber mantenido correspondencia con el militar estadounidense Nidal Hasan, acusado del ataque que mató a 13 personas en noviembre de 2009 en la base en Fort Hood, Texas. También estuvo implicado en el atentado fallido cometido por el nigeriano Omar Faruk Abdulmutallab en un avión estadounidense que hacía el recorrido desde Detroit hasta Amsterdam el día de Navidad de 2009. En un video publicado en mayo en los portales islamistas, el predicador hizo un llamamiento a los soldados estadounidenses musulmanes a “seguir el ejemplo de Nidal Hassan, quien ha matado a soldados en su camino hacia Afganistán e Irak.”
Nacido en Nuevo México, EE UU, en 1971, Awlaki se había diplomado en Ingeniería Civil en la Universidad de Colorado, y obtuvo un máster en Ciencias de la Educación en la Universidad de San Diego. Sin embargo, el rasgo más llamativo de este predicador de la Guerra Santa es que fue invitado a almorzar en el Pentágono, poco después de los atentados del 11-S, con el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, para establecer contacto con la comunidad musulmana moderada después de los ataques.
Al contrario de lo ocurrido con el asesinato de Osama bin Laden, ya se han alzado voces críticas por la muerte sin juicio previo de un ciudadano estadounidense ordenada por el presidente de su propio país.
La inclusión de estadounidenses en la política de asesinatos selectivos desató un importante debate jurídico en abril de 2010, cuando Washington decidió incluir al clérigo en la lista de objetivos de la CIA, lo que autorizaba de facto su eliminación.
En diciembre de ese año el juez John Bates rechazó su inclusión al considerar que no se podía evitar judicialmente que atacase a un blanco legítimo, pero que este caso planteaba dudas constitucionales: “¿El presidente puede ordenar el asesinato de un ciudadano de los Estados Unidos sin ofrecer ningún procedimiento legal previo, basándose únicamente en la afirmación de que es un individuo peligroso perteneciente a una organización terrorista?”, se preguntaba el magistrado.
La eliminación de Awlaki ha sido pura y simplemente decretada por el presidente, que ha hecho a la vez de juez, jurado y verdugo”, denuncia el abogado Glenn Greenwald en un artículo en salon.com. “Lo peor no es solamente que la gente no se va a ofender sino que también va a aplaudir frenéticamente el derecho otorgado al Estado estadounidense de asesinar a sus compatriotas, lejos de todo campo de batalla y sin la menor apariencia de proceso judicial”, remarca el letrado.
Obama no es el primer presidente de los EE UU que toma tanto interés en los asesinatos. El homicidio ha sido siempre un arma de la política exterior de EE UU en los períodos de turbulencia, en los años sesenta; también ha sido un arma de represión interior. En 1976 el presidente Gerald Ford promulgó una orden ejecutiva que prohibía ese tipo de crímenes. “Ningún empleado del gobierno de los EE UU se involucrará o conspirará para involucrarse en asesinatos políticos”, decía el texto de la Orden Ejecutiva 11905, actualmente inoperativa.
La lista de los asesinos abarca desde Eisenhower hasta Bush, pero probablemente Obama sea el más repelente junto con Woodrow Wilson, porque ninguno de sus rivales se colocaba a sí mismo en un plano moral más elevado, mientras –paralelamente– ejecutaba una cínica campaña electoral mediante asesinatos.
01-10-2011