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El regreso del soldado Shalit

El intercambio del soldado israelí Gilad Shalit, capturado por Hamás hace cinco años, por un millar de presos palestinos encarcelados por Israel ha sido motivo de festejos a ambos lados de la frontera de hormigón y alambradas electrificadas que separan a Israel de la Franja de Gaza.

Walter Goobar
El intercambio del soldado israelí Gilad Shalit, capturado por Hamás hace cinco años, por un millar de presos palestinos encarcelados por Israel ha sido motivo de festejos a ambos lados de la frontera de hormigón y alambradas electrificadas que separan a Israel de la Franja de Gaza. Un hombre libre a cambio de mil; mil presos palestinos que, antes de final de año, regresarán a sus casas en Gaza y Cisjordania o, al menos, abandonarán la cárcel, ya que 200 de ellos, forzosamente, deberán afrontar el exilio junto con la libertad. Ese es el gran acuerdo firmado por el gobierno de Israel y Hamás en la noche del martes pasado, con la mediación de Egipto, Alemania y Turquía.
Tras cinco años en algún oscuro agujero de Gaza, como prisionero de las milicias de Hamás, el soldado Gilad Shalit regresó a su casa de Mitzpe Hila, en Galilea, un pueblito con menos de 700 habitantes en el que su vida transcurrió en paz, entre experimentos de ciencia y tardes eternas viendo los partidos de la NBA, hasta que se enroló en el ejército israelí, sirvió en la Franja, cayo prisionero y se convirtió en una valiosa moneda de trueque para la milicia integrista.
Con la liberación del sargento Shalit, Netanyahu parece querer posicionarse en su frente interno como un líder sensible y paternal, capaz de sacrificarse por un soldado, mientras continúa con su política de asentamientos en territorio palestino. En ese sentido, cabe preguntarse por qué Netanyahu aceptó ahora un intercambio que siempre estuvo abierto y no le ahorró a Shalit unos años de cautiverio en manos de sus captores.
El canje de prisioneros ocurre en un momento en el que Netanyahu enfrenta una ola de protestas de sus indignados y, simultáneamente, polariza las divergencias entre la Autoridad Nacional Palestina, erosionando a su presidente, Mahmud Abbas, a quien parece querer cobrarle el desatino de proponer que la Asamblea General de la ONU reconozca al Esstado palestino. A partir de ese reconocimiento, Palestina estaría en condiciones de integrar todas las agencias de Naciones Unidas y de ser parte de tratados internacionales, incluido el Tribunal Penal Internacional, la Corte de Roma y otros tribunales internacionales. Esa es una de las mayores preocupaciones de Israel porque Palestina podría iniciar procesos y, así, judicializar la ocupación de su territorio.
Si hay un ganador claro de este acuerdo, ese es Hamás, que controla el bantustán de Gaza y disputa con Mahmoud Abbas el liderazgo palestino. El canje ha logrado poner nuevamente sobre la mesa la situación de los 6.000 presos palestinos –entre los que hay adultos y niños–, que tienen prohibido acceder a periódicos, libros y a educación universitaria. Veintiséis prisioneros palestinos incluidos en el acuerdo ya estaban en prisión antes de que el soldado Gilad Shalit hubiera nacido. Diez de los liberados han pasado en la cárcel más tiempo que Nelson Mandela en la prisión de Robben Island. La escandalosa asimetría del acuerdo (un soldado por más de mil prisioneros) también dice mucho sobre cómo considera el establishment israelí el valor de unos y otros.
Tanto Hamás como Israel se están erigiendo en los vencedores de esta pugna y, realmente, ambos lo son en cierta forma. El partido islamista ha forzado a Netanyahu a pactar. El primer ministro que se jactaba de que nunca negociaría con terroristas, ha tenido que sentarse a regatear y ceder frente a Hamás, que hoy aparece ante los palestinos como el brazo fuerte que ha presionado a Israel durante cinco años y que entrega a Shalit a cambio de mil liberaciones. Por su parte, el primer ministro israelí, que veía próximo un adelanto electoral, presionado por las movilizaciones de los indignados, la subida de los precios, la falta de vivienda o las carencias educativas, ha remontado su popularidad, que venía cayendo en picada.
Los críticos vaticinan que el canje creará un precedente, y mostrará a Hamás que es rentable capturar soldados, por lo que no tardará en atrapar otro. Dando la vuelta al argumento, también Israel tendrá motivos para retener a miles, y así tener moneda de cambio para el próximo trueque. Así de terrible es la realidad en Medio Oriente.
Miradas al Sur
23-10-2011

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