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CUMBRE DEL G-20 EN CANNES

La cita de Cristina y Obama

El pedido de encuentro del mandatario estadounidense es un reconocimiento al liderazgo de la Presidenta, pero podría incluir un intento de erosionar el proceso de integración latinoamericana o la relación con Venezuela.

Walter Goobar
Cuando menos se lo esperaba, desde Washington llegó el llamado telefónico pidiendo a la Presidenta que se reúna con Barack Obama durante la cumbre del G-20 que se realizará la próxima semana en Cannes. El pedido es una clara señal de acercamiento de la Casa Blanca, que ya había mandado un efusivo saludo después del arrollador triunfo electoral de la Presidenta.
Todo parece indicar que el 3 y 4 de noviembre, días en que los líderes del G-20 se congregarán en la meca de los festivales de cine, resultarán agitados y turbulentos como consecuencia de un sistema financiero caído en el abismo por su delirio de especulación desaforada, pero también por el inesperado pedido del presidente Barack Obama, que solicitó mantener una reunión –a solas–, con la presidenta Cristina Kirchner cuando ella menos se lo esperaba.
En la Cumbre del G-20 realizada en 2009 en Pittsburg, la antigua capital del acero de los Estados Unidos, la presidenta argentina fue una voz solitaria, casi pintoresca, que tuvo la osadía de advertirles a los líderes de las grandes potencias que si no cambiaban de enfoque y si se empeñaban en aplicar recetas ortodoxas para salir de la crisis, era mejor que tuviesen un Plan B. Todavía no se habían declarado en bancarrota Islandia ni Grecia, ni habían aparecido los indignados en las principales capitales europeas ni se avizoraba un movimiento como el de los ocupas de Wall Street. Pero aquel Plan B al que aludía Cristina ahora es puesto como ejemplo por los Premios Nobel de Economía, Joseph Stiglitz y Paul Krugman, entre otros que destacan la forma en que la Argentina salió de la crisis de 2001, y por eso es tomada como caso testigo frente la actual crisis griega. Mientras los europeos mantienen las recetas ortodoxas del FMI para los griegos, diversos analistas internacionales, como el renombrado economista Nouriel Roubini, profesor de Harvard y Yale –que anticipó la crisis financiera del 2008–, ponen el modelo argentino como la única salida posible.
Desde una perspectiva optimista, el pedido de audiencia de Barack Obama a Cristina Kirchner es un reflejo de la victoria del kirchnerismo en el plano internacional. Viendo cómo un trémulo Obama pone restricciones a las exportaciones, no le tiembla la mano para emitir moneda para reactivar su mercado interno, Cristina llegará al balneario francés con su mensaje en contra de las políticas de ajuste como remedio para sacar al mundo desarrollado de la debacle. También, una vez más, abogará por un mayor control de las transacciones financieras.
De hecho, se especula que una de las propuestas que llevarán los europeos a Cannes es la de implementar una tasa para las transacciones financieras a nivel global. Aunque la han discutido para el Viejo Continente, quieren que sea aplicada por todos los grandes bancos del planeta, con la idea de que los suyos no queden en desventaja. El objetivo es crear las mismas reglas para todas las multinacionales financieras y así poder medir mejor sus riesgos. La iniciativa incluso plantearía reducir la dependencia de los mercados en las calificaciones de las agencias de riesgo, culpadas de haber contribuido a agravar la crisis de la Zona Euro.
Contrariamente a lo que se esperaba cuando llegó a la Casa Blanca, Obama ha sido un continuador de la visión geopolítica de George W. Bush. En ese sentido, cierto ninguneo al que fue sometida Cristina Kirchner hasta ahora fue el costo político que debió pagar el gobierno argentino por haber abortado la iniciativa del Alca en 2005, durante la Cumbre de las Américas que se realizó en Mar del Plata.
Si en Washington existían dudas sobre qué hacer con la Argentina, ese dilema se multiplicó de manera geométrica el día después de los comicios que mostraron un gobierno tan popularmente instalado, con el cual la relación de Washington es tan fría desde 2005. Lo concreto es que Obama parece haber comprendido tardíamente que la Argentina es un país al que no conviene tener en la vereda de enfrente y se decidió por el encuentro directo y en persona pero seguramente él mismo no sabe qué resultado tendrá y qué costos políticos deberá pagar por la iniciativa. A lo largo de su primer mandato, la frontal Presidenta argentina se ha destacado en muchos foros internacionales con iniciativas progresistas como reformar la ONU, abolir el derecho a veto de los miembros del Consejo de Seguridad, y más recientemente, reconocer al Estado Palestino. Tampoco ha ahorrado críticas a Estados Unidos por su papel en el golpe de Estado en Honduras.
Dispuesto a pasar la página, Obama intentará un reacercamiento con la mandataria que no se caracteriza por su bajo perfil en temas regionales e internacionales. Seguramente, el acosado Obama le dirá que Estados Unidos no quiere afectar a la Argentina siempre y cuando la Argentina no lo exponga a problemas. Si un nostálgico Washington añora un alineamiento automático de la Argentina, la respuesta de Cristina será tan firme como previsible: “No way, Mister President”.
La apuesta de Obama no está exenta de riesgos para el actual inquilino de la Casa Blanca. Desde una perspectiva estadounidense, siendo que los republicanos y el Tea party han puesto de rodillas a Obama, no es exagerado pensar que si esta iniciativa de reacercamiento a la Argentina le sale mal, es posible que los republicanos y los fondos buitre se lo facturen en la campaña electoral del 2012. Obama busca un segundo mandato al frente del país más poderoso del mundo, pero su panorama interno luce bastante más convulsionado que el de Cristina. Obama y los demócratas libran una verdadera carrera contra reloj porque el 23 de noviembre vence el plazo para que presenten un plan que permita reducir el gasto público, un compromiso que adquirieron a mitad de año para destrabar las diferencias entre republicanos y demócratas con respecto al techo de la deuda de ese país.
Tampoco se puede descartar de plano la hipótesis que sugiere que el gesto de Obama apunta a sabotear diplomáticamente el proyecto de la Unasur y aislar a los gobiernos progresistas de la región, principalmente a Venezuela. No es casual que la solicitud para reunirse durante la Cumbre del G-20 en Cannes haya llegado poco después de que la Presidenta pronunciara dos discursos enfáticamente unasurianos el domingo por la noche. Para Obama, la estrecha relación entre la Argentina y Venezuela es un obstáculo que Washington pretende derribar para poner en práctica en Caracas su estrategia de “cambio de régimen” ensayada en la Libia de Khadafi. Apartar a la Argentina del proyecto integracionista suramericano es un paso táctico decisivo. Avanzar hacia ese objetivo podría ser uno de los motivos cruciales de la invitación hecha por el mandatario estadounidense. En ese caso, la cita en la meca de los festivales de cine, tendrá un final de película.
Miradas al Sur
30-10-2011

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