"Las peores pesadillas se van cumpliendo", escribe Nazanin Amirian
Nazanin Amirian
Diario Público, de Madrid
Los peores presagios se van cumpliendo. La posibilidad de que las rebeliones populares en Oriente Medio y el Norte de África se convirtieran en revoluciones progresistas, trasformando la estructura del poder político y económico de sus países, era una utopía. Sucedieron en un contexto no favorable: la crisis financiera; la ausencia de una superpotencia fiadora (antaño la URSS) que facilita la injerencia de los imperialistas –ávidos de la ubicación estratégica de esas tierras y sus recursos-, que donde no las aplastan las desvían; los “reciclados” de los antiguos regímenes (como el siniestro exministro del Interior libio Abdul Fatah Yunisen) y los grupos religiosos que prometen el paraíso… El frente de la contrarrevolución ha conseguido secuestrar las consignas populares, echando arena a los ojos de los ilusionados.
Los mismos gobiernos occidentales que han elogiado el pacifismo de los manifestantes, no han dudado en apoyar la matanza de miles de civiles en Libia, Bahréin o Yemen. Deben estar sorprendidos de que los “indignados” árabes no les hayan pedido cuentas por apuntalar los despotismos sádicos que soportaron durante décadas. El hecho de no poder detectar a los depredadores (internos y externos), disfrazados con sofisticados y afables ropajes, es justo uno de los puntos débiles de estos movimientos.
Túnez ya es islamista. Con las cosas en su sitio, los grupos religiosos se dedicarían a predicar el bien y estarían, al igual que los militares, excluidos de la participación política. Se declaran moderados, mientras el debate no es el Islam y su capacidad democrática, sino la teocracia, la aplicación de unas normas adoptadas hace siglos, en nombre de Dios, y su choque con el gobierno del pueblo, por y para el pueblo. Las experiencias de otros países están a la vista… Será que nadie escarmienta en la piel del otro.
Los islamismos, cuya principal base social son los excluidos y desclasados, ese inquietante núcleo de la “masa”, y no los trabajadores, suelen ganar las (primeras) elecciones no sólo porque apelan a la fe, sino también porque incluso bajo las dictaduras más férreas sus ideas siguen presentes en las mezquitas, escuelas, leyes y tradiciones. Su programa económico, si lo tienen, está basado en las leyes del mercado, la santidad de la propiedad, el culto a la pobreza y la misericordia del Creador, que acogerá a los pobres en su cielo.
Egipto, el pilar del poder de la OTAN en la región, se aproxima al modelo de Pakistán, no al turco: una república islámica militar sometida a EEUU con una fachada civil legitimada en las urnas.
Libia se somaliza; ya empezó la guerra del reparto del botín organizada por las potencias civilizadas que danzan sin pudor sobre el cadáver masacrado de Gadafi exhibido por una jauría de bandidos (mirar el video de la entrevista con Hillary Clinton “Fuimos, vimos, murió”). La primera declaración del nuevo gobierno ha sido de carácter sexual: legalizar la poligamia, como si las mujeres fueran el botín de su guerra. ¿Por eso han sido asesinados decenas de miles de libios? El sueño de la libertad política, los derechos civiles y el reparto justo de los incalculables recursos naturales del país ha sido enterrado bajo las bombas de la OTAN y a mano de sus mercenarios.
La coalición anglo-estadounidense ya jugó con éxito la carta religiosa en Afganistán e Irak, derrocando regímenes laicos para llevar al poder a la derecha religiosa. Esta estrategia (en la que Francia también tiene una larga experiencia) es someter y distraer al público con burkas, latigazos y lapidaciones, mientras saquean sus recursos. Y aquí, los orientólogos y los progres pedirán respeto a “la cultura y a la voluntad” de aquellos pueblos, y llamarán “tradición” a la barbarie hecha táctica política.
Habrá más capitalismo del subdesarrollo, pobreza y represión. Las rebeliones no han hecho más que empezar.
06-11-2011