Una de las frases favoritas de los mercaderes de armas afirma que "la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran".
Por Walter Goobar
Para evitarse cualquier remordimiento por contribuir a atrocidades humanas, los traficantes frecuentemente se niegan a conocer los propósitos para los que se utilizan sus mercancías. Al fraccionar la empresa, muchos participantes se consideran como practicantes decentes y legítimos de un negocio, y no partes de una operación mortal. Sin embargo, al entregar armamento vencido o en deshuso -luego de haber cobrado siete veces su valor de mercado-, los funcionarios argentinos involucrados en el desvío de armas a Ecuador y los Balcanes agregaron una dosis extra de perversidad al negocio de la muerte: esa demencial jugada puede haber el detonante del atentado contra la AMIA y de la explosión de la Fabrica Militar de Río Tercero.
Tras el atentado a la embajada de Israel en Buenos Aires, Argentina negoció secretamente con Irán para compensar a Teherán por los contratos nucleares incumplidos y prevenir nuevos ataques terroristas. Como parte de esa operación, Argentina se comprometió a proveer clandestinamente armas a los musulmanes de Bosnia que en abril de 1993 -tras el conflicto con los croatas-, improvisaron su propio ejército. En dos de las seis reuniones realizadas en Paris, el dos de febrero de 1993 y en un simbólico 17 de marzo, fecha en que se cumplía un año del atentado a la embajada de Israel, funcionarios argentinos tomaron la lista de pedidos de los musulmanes de Bosnia: cañones pesados, fusiles de combate FAL, misiles Pampero, minas antipersonales, granadas y las municiones correspondientes integraban la nómina solicitada.
Hubo por lo menos seis reuniones secretas en Paris: cuatro se realizaron en el hotel Bristol, una en el hotel Lutetia y otra en un departamento de la avenida Kleber. En el encuentro que se llevó a cabo en el hotel Lutetia participaron la hija del presidente bosnio-musulmán Alia Izetbegovic, el embajador bosnio en Suiza, Mohamed Filipovic y miembros de los servicios de inteligencia argentinos y españoles.
Violando el embargo de material bélico impuesto por la ONU, los embarques de armas argentinas partieron en barcos de bandera croata o de conveniencia desde los puertos de Campana y Buenos Aires; y en aviones Boeing 747 desde el aeropuerto de Ezeiza y la base aérea de Tandil.
Con la tácita aprobación de la administración Clinton, Croacia se convirtió en el principal punto de ingreso para los embarques clandestinos de armas a Bosnia. Los funcionarios que monitoréan el tráfico iraní de armas, admiten haber detectado los embarques regulares de armas y explosivos que desembarcaban de los aviones iraníes en la capital croata o en el puerto de Split, en la costa adriática. Desde allí, las armas eran transportadas en camiones hasta las posiciones de ejército bosnio-musulmán. En los registros del Defense & Foreign Affairs Strategic Policy de Londres, esán identificadas las entregas de Croacia a Bosnia de piezas de artillería de 76 y 120 milímetros, municiones y granadas durante el primer semestre de 1992.
Estando la Argentina involucrada en aquellas operaciones secretas por cuenta iraní, el atentado contra la AMIA resultaría incomprensible a menos que -tal como sucedió- los argentinos hubieran violado la palabra empeñada entregando material de guerra vencido. El apocalíptico estallido de munición espoletada cuando la fábrica Militar de Río Tercero trabajaba con sobreturnos tampoco puede ser explicada a menos que esas armas estuvieran destinadas a otra operación ilegal a fines del año pasado.
Diario Página/12
FECHA: 7-MAY-1996