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Angeles exterminadores

Durante este siglo y en particular en la última década, la índole del terrorismo ha cambiado extraordinariamente. No Sólo una generación separa a los autores del atentado contra la AMIA, contra el edificio Federal de Oklahoma, las Torres Gemelas de Nueva York o el bombardeo con gas sarín en el subterráneo de Tokio de antecesores tan temibles como Carlos Ilich Ramírez Sánchez (El Chacal), los integrantes del grupo Bader-Meinhof o las Brigadas Rojas italianas pero la distancia entre unos y otros hay que medirla en años luz.

Por Walter Goobar
El terrorismo ha engendrado siempre emociones violentas e imágenes acerca de él de naturaleza muy distinta. A fines del siglo pasado, la imagen del terrorista se representaba como un anarquista extranjero tirando bombas, desgreñado, con una barba negra y una sonrisa satánica (o de perturbado), y además fanático, inmoral, siniestro y ridículo al mismo tiempo. Dostoievsky y Conrad proporcionan descripciones más complejas pero fundamentalmente similares. Durante este siglo y en particular en la última década, la índole del terrorismo ha cambiado extraordinariamente. No sólo en lo que se refiere a sus métodos, sino también a los propósitos de su lucha y a la personalidad de la gente que participa en él. Sólo una generación separa a los autores del atentado contra la AMIA, contra el edificio Federal de Oklahoma, las Torres Gemelas de Nueva York o el bombardeo con gas sarín en el subterráneo de Tokio de antecesores tan temibles como Carlos Ilich Ramírez Sánchez (El Chacal), los integrantes del grupo Bader-Meinhof o las Brigadas Rojas italianas pero la distancia entre unos y otros hay que medirla en años luz. El cambio fundamental se ha registrado entre aquellos que llevan adelante los actos de terror. El filósofo alemán Hans Magnus Enzensberger señala que al contrario de sus predecesores clásicos, el guerrillero o el partisano que venía pertrechado con un bagaje ideológico y luchaba por fines nobles, los terroristas actuales se caracterizan por un rasgo totalmente nuevo y paradójico: su única y última razón es matar por matar, con lo que el terrorismo se convierte en el retrovirus de lo político. Si en el pasado, el terrorismo era casi siempre un recurso de grupos de militantes que tenían el respaldo de fuerzas políticas, como los movimientos sociales revolucionarios de 1900 en Irlanda y Rusia, en el futuro los terroristas serán menos ideológicos, tenderán más a abrigar resentimientos étnicos, serán más difíciles de distinguir de otros criminales, constituirán una amenaza especial para las sociedades tecnológicamente avanzadas y serán más difíciles de atrapar.    Estos verdugos de finales de milenio como Timothy McVeigh el veterano del Golfo que hizo estallar un camión de explosivos en Oklahoma, Shoko Asahara el gurú de la secta Verdad Suprema que pretendió anticipar el fin del mundo gaseando a los usuarios del subterráneo de Tokio, el Unabomber, ese enemigo de la tecnología que jaqueó al FBI durante dos décadas y Ramzi Ahmed Yousef, el "cerebro" detrás del atentado contra el World Trade Center de Nueva York, son una de las mas brutales manifestaciones de la emergencia de un nuevo totalitarismo que adopta formas distintas pero un contenido casi idéntico: Neonazismo y xenofobia en Occidente; fundamentalismo islámico -o judío- en el Medio Oriente, milenarismo apocalíptico en Oriente.
   Hay un paralelismo llamativo entre los grupos de ultraderecha norteamericana, los fundamentalistas islámicos y la secta Verdad Suprema de Japón. Para todos y cada uno de ellos, el terrorismo asume una dimensión trascendental por lo cual sus ejecutores están liberados de las inhibiciones que habitualmente afectan a otros terroristas. Mientras los terroristas seculares consideran que la violencia indiscriminada es contraproducente, los terroristas motivados por razones religiosas no solo la consideran moralmente justa, sino necesaria.
  Las operaciones terroristas también han cambiado de características: a fines de la década del 60 aparecieron dos de las tácticas terroristas más importantes de la era moderna: los secuestros diplomáticos en América Latina y los secuestros de aviones en el Medio Oriente. Las dos fueron innovaciones significativas porque implicaban el uso de la extorsión y el chantaje. En 1968 -el año en que nacieron Timothy McVeigh y Ramzi Ahmed Yousef- se registró el mayor número de secuestros diplomáticos y aéreos en el mundo. No se trató de una epidemia sino que este fenómeno fue una respuesta predecible ante el crecimiento del poder estatal. Según Karen Gardela, directora del banco de datos sobre terrorismo de la Rand Corporation, los años 80 fueron el período más violento de la historia: 4.000 atentados en el mundo implican un aumento del 33 por ciento con respecto a la década del 70. El número de víctimas causadas por el terrorismo se duplicó durante ese período y la cantidad de atentados que produjo la muerte de 10 o más personas aumentó en un 135 por ciento.
La tendencia actual parece ser la de disminuir el ataque a objetivos específicos y llevar a cabo asesinatos indiscriminados.
   Los objetivos de los terroristas cambiarán: ¿Para qué asesinar a un político o matar gente indiscriminadamente cuando un daño a un centro de conexiones electrónicas por el que transitan diariamente un billón de dólares convertidos en señales electrónicas, produce resultados más espectaculares y duraderos?  Si el nuevo terrorismo dirige sus energías hacia una guerra en el campo de la informática, su poder destructivo será mucho mayor que cualquiera que haya podido ejercer en el pasado, más grande incluso de lo que podría ser con armas biológicas o químicas.
  Además de las bombas nucleares y los misiles, las armas de destrucción masiva incluyen agentes biológicos y compuestos químicos que atacan el sistema nervioso, la piel o la sangre. Un informe de abril de 1996 del Departamento de Defensa de los EEUU dice que "la mayoría de los grupos terroristas no tiene los recursos financieros o técnicos para adquirir armas nucleares, pero podría reunir material para fabricar dispositivos de dispersión radiológica y algunos agentes biológicos y químicos".
   En el pasado, razones políticas, morales y prácticas fueron suficientes para impedir que organizaciones terroristas utilizaran el "terrorismo ABC" (atómico, biológico y químico), pero estas barreras ya no existen: El umbral del terror tecnológico ya ha sido superado. Los tecno-terroristas cuentan con un arsenal cada vez más sofisticado de armas y medios, ya sea explosivos altamente efectivos como pudo comprobarse en Buenos Aires, Nueva York y Oklahoma, gases tóxicos como se vio en Tokio -y en otros intentos más rudimentarios que han incluido la toxina del botulismo, la proteína venenosa rycin (dos veces), sarín (dos veces), bacteria de la peste bubónica, bacteria de tifoidea, cianuro de hidrógeno, VX (otro gas neurotóxico) y posiblemente el virus de ébola-, y no pasará demasiado tiempo antes de que estos modernos angeles exterminadores desplieguen nuevamente armas biológicas o nucleares.
Diario Página 12
FECHA:04-MAY-1997

 

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