En este final de milenio que ha dado lugar al surgimiento de una vasta galería de villanos, pareciera que los viejos terroristas no mueren ni se retiran a la actividad privada, sino que después de haber cautivado la imaginación de multitudes y haber sido útiles a los servicios de inteligencia más diversos,se convierten en moneda de cambio para los gobiernos a los cuales sirvieron.
Por Walter Goobar
En este final de milenio que ha dado lugar al surgimiento de una vasta galería de villanos, pareciera que los viejos terroristas no mueren ni se retiran a la actividad privada, sino que después de haber cautivado la imaginación de multitudes y haber sido útiles a los servicios de inteligencia más diversos,se convierten en moneda de cambio para los gobiernos a los cuales sirvieron.
Desde noviembre de 1982 y hasta hace ocho meses, Carlos vivió con su esposa y sus dos hijos en Damasco (Siria) bajo la protección de Hafez Assad y estuvo asociado con Monzer Al Kassar en el rentable tráfico de drogas provenientes del Valle del Bekaa, la zona del Líbano donde opera Hezbollah bajo la impasible mirada de 40.000 efectivos sirios.
Según David Yallop, autor de Hasta los confines de la Tierra, en 1987 el terrorista Carlos y su socio Monzer Al Kassar se reunieron en Buenos Aires y Rio de Janeiro con los dos capos de narcotráfico colombiano, Jorge Ochoa y Gonzalo Rodríguez Gacha. Las tratativas que se clausuraron en Medellín respondían al proyecto sirio de canalizar drogas desde América del Sur hacia el mercado europeo. La búsqueda de nuevas rutas se precipitó a partir de marzo de 1986, cuando las autoridades italianas confiscaron tres toneladas de hachís, varios kilos de heroína y base de morfina a bordo del carguero de bandera hondureña "Fidelio", tripulado por doce militares sirios y un grupo de mafiosos sicilianos.
La posterior radicación en la Argentina de Monzer Al Kassar estuvo vinculada con aquella empresa en la que participaban tanto el terrorista Carlos como el entorno de Hafez Assad y su ministro de Defensa, Mustafá Tlass. Sin embargo, una serie de hechos imprevistos obligaron a más de un gobierno a cambiar de planes y a más de un terrorista a cambiar de domicilio.
Para Carlos Menem, el estallido del Yomagate en marzo de 1991 y la embarazosa presencia de Al Kassar en la Argentina desembocaron en un abrupto enfriamiento de las relaciones con Damasco. Para Hafez Assad, la Guerra del Golfo significó convertirse -primero- en pieza clave de la coalición antisaddam y luego en actor privilegiado del proceso de paz. Desde ese momento, la presencia de Carlos en Damasco comenzó a tornarse incómoda para el presidente sirio que el 28 de noviembre de 1991 intentó deportarlo a Libia. Kadafi no vaciló y se lo mandó de vuelta.
A comienzos de este año, coincidiendo con el encuentro que Bill Clinton mantuvo con Hafez Assad en Suiza, Carlos se despidió de Damasco sin saber que había dejado de ser el prototipo del villano temible y se había convertido en una moneda de canje para sus antiguos empleadores. Ellos, sin embargo, no parecen haber contado con la posibilidad de que declare ante un tribunal.
"Habrá mucha gente, como el presidente sirio Assad o el presidente iraquí, Saddam Hussein, que preferiría verlo muerto", declaró ayer el escritor británico David Yallop. "Es una enciclopedia andante",-dijo- "no sólo por los atentados terroristas de que es responsable, sino por todo lo ocurrido en el área en los últimos 25 años".
Diario Página 12
FECHA:15-AGO-1994