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Del derrumbe del Muro de Berlín al fin del capitalismo

Mientras los periódicos recrean en estos días los testimonios de cómo vivió la gente la caída del Muro, los veinte años transcurridos, no parecen demostrar que Alemania haya entendido lo que implicaba salir de la tutela estadounidense y asumir el liderazgo de Europa.

Walter Goobar
El legendario checkpoint Charlie, el punto más famoso del muro de Berlín, aquel que era el escenario donde el agente George Smiley, protagonista de las novelas de John le Carre, se reunía con su contacto soviético que venía del otro lado, aún existe. A dos décadas de la caída del Muro de Berlín –registrada el 9 de diciembre de 1991–, dos soldados estadounidenses posan con la bandera de las barras y las estrellas, bajo el cartel que advierte: “Usted está a punto de abandonar el sector norteamericano de Berlín”.
Pero el letrero es una copia del original y los soldados son actores alemanes que cobran dos euros la foto. Mientras los periódicos recrean en estos días los testimonios de cómo vivió la gente la caída del Muro, los veinte años transcurridos, no parecen demostrar que Alemania haya entendido lo que implicaba salir de la tutela estadounidense y asumir el liderazgo de Europa.
Ahora, tras décadas de recelos ante el poder aleman, los líderes europeos están pidiendo a gritos que Alemania asuma el liderazgo en la crisis. “Ustedes ya son la nación indispensable de Europa; no pueden escaparse de su responsabilidad de liderar”, declaró en un extraordinario discurso en Berlín el lunes el ministro de Asuntos Exteriores polaco Radolsaw Sikorski. Pero a Alemania le resulta difícil superar su atávico recelo ante los rescates financieros.
Con Grecia ya insolvente y una fuga en el mercado de deuda desde Italia y España que provocará moratorias catastróficas el año próximo si no se reducen los costos de financiación, queda ya muy poco tiempo para que Alemania “aprenda las normas de la hegemonía”, sostiene Doug Henwood, editor de Left Business Observer en Nueva York.
Andy Robinson, el corresponsal itinerante del diario catalán La Vanguardia, recuerda que “al margen de sus más que discutibles estrategias geopolíticas, la clave del éxito del mundo americano, era una superpotencia estadounidense que ejercía una hegemonía generosa en el ámbito económico. Creaba mercados para sus multinacionales y animaba a sus clases medias a consumir y crear mercados para los demás. Acabó siendo una economía enormemente endeudada con un gigantesco déficit exterior. Pero el resto del mundo crecía. Así mismo, la Fed y Wall Street, conscientes de los inevitables ciclos de exceso y colapso que caracterizan el capitalismo de mercado, siempre entendían la importancia de los rescates financieros. Estados Unidos no sólo creaba mercados, sino que acudía siempre al rescate en crisis en América latina o Asia, aunque esos rescates fueran, por supuesto, en su propio beneficio”.
“Los alemanes no quieren desempeñar el papel que ha jugado Estados Unidos para contener las crisis financieras”, dice el economista Leo Panitch, autor del nuevo libro The making of global capitalism. Desde Grecia, se recuerda con nostalgia los tiempos del Plan Marshall. “A diferencia de los estadounidenses, Alemania no entiende que el poder tiene costos”, afirma Petros Márkaris, el veterano autor griego de novelas negras.
“Europa marcha directamente hacia la desintegración de su Unión. De la mano de Alemania. De la obtusa política unilateral de austeridad y de su obstinada y reiterada negativa a replantearse el papel del Banco Central Europeo”, escribe Rafael Poch en las páginas de La Vanguardia. Ese empecinamiento monetarista obedece a una mezcla de mentalidad obtusa y a una capitulación frente al sector financiero.
“Alemania no quiere dominar Europa”, dijo esta semana la canciller Angela Merkel ante el Parlamento. Sin embargo, detrás de esa declaración se pretende disimular el derecho de ingerencia que Berlín está ejerciendo de manera cada vez más desembozada y que es una vía directa hacia una rápida desintegración europea.
Las decisiones erradas de los tecnócratas encaramados al poder en Italia, Grecia por medio de golpes de Estado financieros avalados por la dusciplinante Merkel, generará –tarde o temprano–, una fuerte reacción nacionalista y de defensa de la soberanía de los pueblos europeos.
Un orden absolutista en quiebra es aquel en el que una pequeña casta, digamos del 1%, adopta decisiones que son vistas por el 99% como injustas y erradas. La sensación de estar viviendo en un orden absolutista, en el que una ínfima minoría acapara el grueso del poder, la riqueza y los privilegios, y conduce al resto al desastre, se está haciendo cada vez más viva en la Europa de hoy.
Salvando las distancias, mucho de todo eso se vivió –hace dos décadas–, y llevó a la caída del Muro de Berlín y la quiebra de la Unión Soviética, cuando las recetas del antiguo régimen no funcionaron, por una mezcla de falta de convicción y de avería estructural, y podría verse pronto en la Europa actual.
Mientras los círculos políticos alertan sobre los peligros de la desintegración europea y discuten la manera cómo se debe administrar y solucionar la crisis económica occidental, el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein diagnostica la agonía del sistema. Según él, el problema no es curar el capitalismo, sino más bien acompañarlo al ataúd, Wallerstein no duda en proclamar la defunción del capitalismo: su desintegración es irreversible, porque está a la vista el final de su declive iniciado en la década de los años del siglo pasado y cuya lenta agonía tomará entre veinte y cuarenta años más: el capitalismo moderno alcanzó el fin de la cuerda. No puede sobrevivir como sistema y por ello pasa por la etapa final de una crisis estructural de larga duración. No es una crisis de corto plazo, sino un despliegue estructural de grandes proporciones.
Este influyente catedrático de la Universidad de Yale recurre a la bifurcación del sistema para explicar el fin del capitalismo y el surgimiento de un nuevo sistema: sus raíces se encuentran en la imposibilidad de continuar el principio básico del capitalismo que es la acumulación del capital y que ha funcionado de alguna forma bien durante 500 años. Ha sido un sistema extremadamente exitoso, pero que ha terminado por deshacerse a sí mismo porque su clase dirigente y sus élites políticas son incapaces de resolver el problema de incertidumbre en el que se han metido.
“El capitalismo moderno ha llegado al final de su camino. No es capaz de sobrevivir como sistema”, dice Wallerstein y agrega: “Lo que estamos viendo es la crisis estructural del sistema. Una crisis estructural que comenzó en la década de los setentas del siglo XX y que mantendrá sus nefastos estertores por diez, veinte o cuarenta años. No es una crisis a resolver en el curso de un año o un momento. Se trata, de la mayor crisis de la historia. Estamos en la transición a un sistema nuevo y la lucha política real que se ha desatado en el mundo con el repudio de la gente, no plantean el nuevo curso del capitalismo, sino sobre el sistema que habrá de reemplazarlo
Diario Miradas al Sur
04-12-2011

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