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La tragedia de dos mujeres casadas con sus verdugos

Aunque la asesinada Carla Figueroa seguramente nunca oyó hablar de una joven afgana llamada Gulnaz, la aplicación del avenimiento por parte de los jueces Carlos Antonio Flores y Gustavo Adolfo Jensen desnuda los rasgos de perversión, misoginia, feudalismo patriarcal y machismo con que se manejan no pocos magistrados en la Argentina

Walter Goobar
Para Tiempo Argentino
Carla Figueroa, la adolescente pampeana de 19 años, víctima de una violación y luego de la retrógrada aplicación del avenimiento, terminó asesinada de diez puñaladas apenas ocho días después de que su victimario, Marcelo Tomaselli, de 21 años, obtuviera el polémico beneficio que le permitió salir de la cárcel.
Aunque Carla seguramente nunca oyó hablar de una joven afgana llamada Gulnaz, la aplicación del avenimiento por parte de los jueces Carlos Antonio Flores y Gustavo Adolfo Jensen desnuda los rasgos de perversión, misoginia, feudalismo patriarcal y machismo con que se manejan no pocos magistrados en la Argentina. La solución implementada por los jueces pampeanos no tiene nada de original: aparece en la Biblia (Deuteronomio 22: 28-29), en caso de que la muchacha fuese virgen, y como un castigo ejemplar al violador, quien así llevará de por vida el estigma de ser esposo de una deshonrada.
La afgana Gulnaz fue violada por el esposo de su prima. La ley islámica no protege al violador, pero como el testimonio de un hombre vale tanto como el de dos mujeres, Gulnaz no se atrevió a denunciar la agresión, pero quedó embarazada y no tuvo más remedio que confesar lo sucedido. En ese momento fue encarcelada por adulterio, ya que el violador es un hombre casado.
Gulnaz, que ahora tiene 21 años de edad y una hija de dos años fruto de la violación, fue condenada a dos años de prisión por adulterio forzado. Cuando la sentencia fue recurrida por la acusada, la justicia aumentó la pena a 12 años. Un tercer recurso, presentado a finales de noviembre, recortó la pena a tres años de prisión.
En Afganistán, las víctimas de violaciones y abusos pueden ser culpadas de “crímenes morales” y encarceladas como Gulnaz. Según las Naciones Unidas, en Afganistán ocho de cada diez mujeres sufren violencia de género y un 60% es obligada a casarse antes de cumplir 18 años. El sufrimiento no termina con la agresión: las que no pasan por los cauces de la legislación afgana a menudo son lapidadas hasta la muerte por la vergüenza que producen las violaciones.
El agresor de Gulnaz todavía está casado con la prima de la agredida y, según las leyes de su país, puede tener una segunda esposa. Durante su estancia en prisión, Gulnaz aceptó casarse con su violador porque cree que es la única manera de garantizar un futuro mejor para su hija. La abogada Kimerly Motley denunció que el padre del violador había visitado a la condenada en tres ocasiones, aparentemente para intentar convencerla de que se casara con su hijo.
En la última ocasión en que la visitó, el hombre intentó convencerla de que firmara un documento que no le permitió leer, según relató su abogada, quien aseguró que la reclusa no pudo averiguar sobre qué trataba el escrito.
El caso de Gulnaz, que está lejos de ser una excepción,  provocó un movimiento de apoyo internacional para su liberación porque fue narrado en el documental In-justice. Tras el escándalo, el presidente afgano Hamid Karzai envió a su ministro de Justicia a hablar con Gulnaz. Después de esa conversación, el gobierno afgano anunció el indulto de la encarcelada.
Aunque parezca increíble, las mujeres de Afganistán tienen derecho al voto desde 1964 y a fines de los ’90, antes de la llegada de los talibanes al poder, conformaban el 40% de los maestros y el 70% de los médicos. Hasta contaron con una ministra, la doctora Anahita Ratebzad, hoy exiliada.
Hace una década Occidente se rasgaba las vestiduras por la situación de la mujer afgana y esa pantomima fue uno de los argumentos utilizados para justificar la invasión a ese estratégico país. Hoy, sólo el 13% de mujeres está alfabetizadas, su esperanza de vida es de 43 años –lo que representa las tasas más bajas del mundo– y cientos se autoinmolan por la desesperación que generan fenómenos como la compra-venta de mujeres para el matrimonio, las bodas infantiles o forzadas, las violaciones y el “baad”, que es el regalo de una mujer para resolver una disputa familiar.
La violencia de género se está convirtiendo en una pandemia global: una de cada diez mujeres ha sido violada alguna vez en Noruega, casi siempre en su propio hogar. En Colombia, los hombres humillados por el desplante de sus parejas utilizan un sistema antes sólo usado en ciertos países asiáticos: desfigurarles las caras rociándolas con ácido. En Arabia Saudita, las mujeres no pueden manejar ni viajar, ni salir solas sin la compañía de un varón de la familia. En España, cada día 356 mujeres denuncian por agresión a un hombre (normalmente su pareja o ex pareja) y 54 han sido asesinadas durante este año; 599 desde el 1º de enero de 2003.
La aplicación del avenimiento en La Pampa, lo mismo que el indulto del presidente títere de Afganistán, ponen en evidencia que la mentalidad misógina y patriarcal no respeta fronteras ni religiones. Ni los jueces de La Pampa ni los señores feudales de Kabul pensaron en el peligro que corren esas mujeres y sus hijos, condenados a vivir bajo el  mismo techo que los verdugos que abusaron de mujeres que quedaron unidas por el lazo invisible de la tragedia.
14-12-2011

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