Pobre Haití, conocido vagamente por el resto del mundo como la cuna del vudú, de una peste reciente como el SIDA y campeón invicto de la miseria en América Latina, ha sido escogido por los EEUU para dar una lección al mundo: los golpes militares están fuera de moda, en cambio, la diplomacia de las cañoneras, el intervencionismo y los marines son eternos. Con sus contradicciones y desigualdades, con su sobredosis de violencia y de caos, sus tiranos sanguinarios, su elite extraordinariamente insensible, sus políticos corruptos que se intercambian acusaciones de canibalismo, Haití es uno de los pocos países donde cualquier argentino puede sentirse como un sueco.
Por Walter Goobar, enviado especial a Puerto Príncipe
Primero aullaron los raquíticos perros, luego los helicópteros espantaron a los cerdos y las gallinas. Cuando los pocos campesinos que quedan en Haití vieron pasar la primera columna de blindados norteamericanos que desde los altoparlantes les anunciaban que estaban aquí para restaurar la democracia, confirmaron que la leyenda vudú sobre una secta implacable compuesta por seres sobrehumanos se había convertido en realidad. Según esta añeja superstición haitiana los Zobop recorrerán las entrañas de los bosques y los caminos terrosos, encaramados en vehículos con faros azules. En ciertos días de la semana los Zobop organizan expediciones punitivas para apropiarse de los bienes ajenos y reclutar adeptos; no conformes con ello, tienen la capacidad de asumir el aspecto que deseen, transformándose en gigantes o enanos de apariencia temible.
Históricamente el vudú ha dado a los haitianos las respuestas a los interrogantes más profundos sobre la vida y la muerte que la realidad les ha negado. También les ha dado esperanza y confianza ciega en los dioses que los pueden proteger -inclusive- de las balas. La presencia de los 9.000 marines en el aire, el agua y la tierra de Haití hizo que este viernes los tambores convocando a las ceremonias nocturnas del vudú sonaran más fuerte que de costumbre.
Pobre Haití, conocido vagamente por el resto del mundo como la cuna del vudú, de una peste reciente como el SIDA y campeón invicto de la miseria en América Latina, ha sido escogido por los EEUU para dar una lección al mundo: los golpes militares están fuera de moda, en cambio, la diplomacia de las cañoneras, el intervencionismo y los marines son eternos. Con sus contradicciones y desigualdades, con su sobredosis de violencia y de caos, sus tiranos sanguinarios, su elite extraordinariamente insensible, sus políticos corruptos que se intercambian acusaciones de canibalismo, Haití es uno de los pocos países donde cualquier argentino puede sentirse como un sueco.
LA PAZ DE LOS SEPULCROS
Una gruesa cadena y un candado heredado de la época de los piratas mantienen bajo llave el herrumbrado portón del orfanato de Puerto Príncipe. No es para que los 300 niños no se escapen sino para protegerlos. Hasta hace pocos días los chicos de la calle eran el blanco predilecto de los attaches que en los últimos años mataron a cientos de ellos por puro placer. Nadie los llora, nadie se queja, nadie reclama sus cuerpos cuando aparecen muertos en los zanjones, con las manos atadas como si fueran presos políticos o son arrojados a las fosas comunes. Aunque nunca han votado ni entienden de política, los parapoliciales los consideran enemigos del Estado.
Han escuchado hablar del exiliado presidente Jean Bertrand Aristide, de la misma manera que de Jesús y les resulta igualmente remoto. Un chico de la calle puede no saber su edad o su apellido, pero todos saben lo que son los tontons macoutes y los attaches. En el orfanato no hay espacio para dormir, pero los chicos acuden allí en busca de un plato de arroz con porotos, remedios o alguien que les preste atención. Como no hay edificios deshabitados, son los basurales y los puentes donde los chicos se refugian para dormir. "Los lugares más seguros son los cementerios. Es el único lugar donde los attaches no se atreven a entrar porque se mueren de miedo", confiesa con una amplia sonrisa, Paul de sólo 9 años y ningún porvenir.
NUEVOS ESCLAVOS, VIEJAS PROSTITUTAS
Un niño huérfano tiene sólo dos maneras de sobrevivir en Haití: puede convertirse en esclavo de alguna familia pudiente, o prostituirse. La mayoría de las prostitutas que trabaja en las calles de Petionville -el barrio fino de la ciudad- son adolescentes que tratan de disimular su edad con ropa que las avejenta. Muchas de ellas ni siquiera sabe lo que es un "kapot" (profiláctico en idioma creol) por lo que están casi irremediablemente condenadas a morir de SIDA si antes logran sobrevivir a todo lo otro. Es imposible explicarles sobre una enfermedad que se contagia por vía sexual y lo consume a uno lentamente, cuando la falta de comida y de techo los mata a diario. En Haití la vejez no es un pecado ni un delito pero la espectativa de vida es de 52 años para los hombres y 55 para las mujeres. Es como si no supuieran que es la vejez porque ningún haitiano llega a la edad necesaria para poder contar de que se trata.
BASTA LA SALUD
En los pocos hospitales de Puerto Príncipe, donde no existe asistencia gratuita, se practica lo que Jean Pierre, médico del Hospital General, llama la "cirugía selectiva"; no hay material básico ni medicamentos para todos. "La mortalidad infantil era del 101 por mil en 1970. En 1987 aumentó al 135 por mil. Ahora, aun cuando no tenemos estadísticas globales, sabemos que ha subido de nuevo por los datos regionales que nos llegan", comenta un directivo de UNICEF. A la diarrea y el tétano, principales causas de muerte infantil, se han agregado las infecciones respiratorias vinculadas a la falta de alimentación. "El 25 por ciento de los niños esta por debajo del peso normal. La desnutrición se ha agravado terriblemente en estos tres años".
TODO PARA POCOS, NADA PARA MUCHOS
Haití es un país profundamente dividido. Sin embargo, el país no está fracturado solamente entre antiaristidianos y proaristidianos. Sobre las colinas de Petionville se alzan espléndidas casas de tres plantas construidas con materiales de primera calidad y equipadas con sofisticados equipos de aire acondicionado y antenas parabólicas apuntando hacia Miami. Al pie de esas colinas se encuentra Cité Soleil, una villa miseria construida con chapas y cajas de cartón, que es la contracara de Petionville. Cuanto más se sube rumbo a la minúscula ciudadela de los ricos, más se oyen las amenazas de una guerra civil en el caso que Jean Bertrand Aristide sea reinstaurado en el poder. En Petionville, solamente la novedosa presencia de las patrullas y retenes norteamericanos y el sobrevuelo de los helicópteros rompe la atmósfera afrancesada de los restaurantes, las galerías de arte y las discotecas. Recién en los últimos 10 meses la oligarquía nativa ha sentido verdaderamente los efectos del embargo que les ha transformado la vida: son restrictivos con el combustible de sus camionetas japonesas, han olvidado los acostumbrados viajes de compras a Miami, y se han resignado a la falta de papel higiénico (que solo los ricos usan) y que importaban de las Antillas Holandesas.
"Haití es un Estado anárquico y prefeudal, donde pocos consiguen todo y muchos no consiguen nada", escribe el norteamericano Herbert Gold. De su libro titulado "La mejor pesadilla sobre la Tierra", se destaca particularmente una estadística que describe las miserables condiciones de vida de la inmensa mayoría de los haitianos: para una población de casi 7 millones de habitantes, existen sólo 20.000 baños.
LABERINTO DE SERES HUMANOS
En Cité Soleil, en cambio, los únicos restaurantes que existen son las mujeres vendiendo fritangas de cerdo y banana en las calles, la música no proviene de las discotecas sino de las radios de los escasos automóviles y colectivos que aún circulan, y el único arte conocido -además de las pintadas multicolores en las paredes, es el de sobrevivir. Cuando uno camina por los tortuosos pasajes de este laberinto de chapa, cartón y seres humanos que conforman Cité Soleil se siente rápidamente la sensación de que el aire se pone espeso. Lo que allí se respira no son solo los edores de la fruta y la comida al sol, ni tampoco el perfume de los escasos árboles de mango y almendro que han sobrevivido a la tala, sino el miedo. Cité Soleil es un bastión aristidiano y por tanto uno de los blancos predilectos de los attaches. Cuanto más se desciende en la escala social en este país-villa miseria tanto más claro aparece la opinión de que cualquier sacrificio -incluidos el embargo y los marines norteamericanos- valen la pena si el venerado Titid, -como cariñosamente llaman a Jean Bertrand Aristide-, consigue volver. Los problemas más serios de la invasión llegarán el dia después del retorno del presidente exiliado. Cuando Jean Bertrand Aristide, intente tomar el control, cuando los soldados estadounidenses se encuentren en medio de los enfrentamientos entre rivales y partidarios de Aristide, cuando los haitianos comiencen a darse cuenta que los soldados libertadores son fuerzas de ocupación.
LOS MARINES EN KUWAIT CITY
Una mujer con anteojos nacarados y gruesos cristales se muestra muy firme cuando dice: "Si los norteamericanos vienen para echar a los militares e irse inmediatamente, está muy bien. Pero si se quedan un poco más tendrán problemas. Los haitianos no aceptamos a un extranjero ni siquiera para dirigir el tráfico en nuestro país. Haití es un país demasiado pequeño, no tiene fuerza. No tenemos nada interesante, ni queda nada en los bancos", dice con aplomo antes de salir corriendo hacia un vehículo que se ha detenido delante de su puesto de combustible en el bulevar de La Saline, rebautizado Kuwait City por su riqueza en petróleo de contrabando. La conversación le interesa, pero no está dispuesta a perder un cliente.
El cierre de empresas en estos dos años y medio de inestabilidad y embargo ha dejado en la calle a 160.000 personas. Haiti tenía antes del golpe una tasa de desocupación del 75 por ciento. Es decir, que los que trabajaban mantenían no solo a su familia directa, sino a parientes e incluso vecinos. A ello hay que añadir el hundimiento del pequeño sector industrial y de la economía informal, muy importante en el país. La clase media, escasa por lo demás en este país de brutales contrastes, casi ha desaparecido.
COMIDA DE TIBURON
"Voy a atreverme a volver a Haití cuando disuelvan las Fuerzas Armadas", dijo a una cadena de televisión uno de los miles de refugiados que actualmente se encuentran en la base militar norteamericana de Guantánamo."También podría pedir que, de paso, eliminen a todos los tiburones del Caribe", ironizó un periodista que contemplaba la nota en la TV ubicada a un costado de la barra del bar de su hotel. No es una novedad que los haitianos se lanzan a las traicioneras aguas del Caribe, enfrentando tiburones y un mar que intimida a los navegantes desde los tiempos de Cristobal Colón. Pero el derrocamiento de Aristide, la represión y la miseria así como el embargo generaron una legión de más de 20.000 balseros que intentaron escapar hacia el paraíso de Miami y terminaron haciendo una escala en Guantánamo, antes de ser repatriados.
La saga de los balseros tiene costados espantosos. En los primeros tiempos de fuga en masa, los viajes se hacían en embarcaciones conducidas por capitanes experimentados en el contrabando humano, que no hesitaban en impedir la superpoblación de las naves a machetazo limpio y -en los casos más extremos- de transformar a los pasajeros excedentes o a los polizones en comida de tiburón. No se sabe, y nunca se sabrá cuantos balseros se tragaron las aguas color azul turquesa del Caribe. En Haití, la suerte es la muerte y la muerte es una suerte.
DESTROZAR A LOS BLANCOS
En creol, el idioma de los haitianos la palabra "blanc" no quiere decir blanco sino extranjero. El vudú es una de las pocas cosas que esta vedada para los blancos en Haití. El ritual se realiza en torno a un mástil (poteau-mitan) pintado con espirales. El oficiante llamado "houngan" -o su equivalente femenino, el mambo-, invoca a los dioses, que descienden deslizándose por el "poteau-mitan" y luego saltan para poseer a los creyentes, ocupando su espíritu y controlando su cuerpo. Cuando no se ocupan de las ceremonias rituales, los houngans pasan la mayor parte de su tiempo haciendo curaciones. Son los únicos médicos para la gran mayoría de haitianos.
Durante un siglo el régimen de esclavitud se cobró la vida de más de un millón de africanos en Haití. Fue el vudú el que le proporcionó a los esclavos recetas secretas, pociones mágicas, actos de encantamiento para protegerse o convocar al Diablo y les enseño como hacer venenos que, según la tradición del Africa Occidental es una forma de comprobar la verdad, y por supuesto, de ejecutar a los enemigos.
Para la primera república negra del mundo, en la que esclavos analfabetos derrotaron a las tropas de Napoleón Bonaparte hace casi dos siglos, el vudú fue un elemento determinante para lograr la cohesión interna contra la dominación de los blancos. Hasta que se logró la independencia, la compleja teología del vudú podía resumirse en el canto más común que los esclavos entonaban en torno a las fogatas: "Juramos destrozar a los blancos así como todo lo que poseen; es preferible morir que fracasar en el cumplimiento de este juramento".
El vudú, es como la leche materna, se mama desde el nacimiento. Desde que comprobaron la presencia de esa secta implacable de 9.000 marines, muchas madres haitianas han vuelto a acunar a sus hijos con la vieja canción de sus ancestros.
Página/12
FECHA:24-SEPT-1994