Nazanín Armanian y los orígenes persas del cristianismo
Nazanín Armanian
Público
Dos mil años antes de que la iglesia católica adoptara la fecha de nacimiento del dios Mitra para la Natividad de Jesús de Nazaret, los arios medos y persas, que veneraban aquel señor de la hermandad y la verdad, nacido de una virgen en una cueva, habían fusionado su cosmovisión con el culto mazdeo a Mehr, diosa solar del amor, el calor y la luz, homenajeada en el solsticio de invierno, por los habitantes autóctonos del territorio que se llamará Irán, la Tierra de los arios. El festejo, llamado «Yalda» (Día de luz), tenía lugar el primer día del primer mes del invierno, bautizado «Dei» (de ahí el término deidad), estaba marcado por el baile de antorchas y velas que ahuyentaban a Ahriman, el anti-diosa, el señor de las tinieblas y del frío. A partir del siguiente día, la Reina del Cielo aumentaría su presencia en el firmamento. La fiesta hebrea «Janucá» (luces), también coincide con estas fechas e ideas.
El Mitraismo se extendió por las tierras romanas, e incluso se convirtió en 274 en la religión oficial del imperio, hasta que el cristianismo consiguió parar su avance, adoptando parte de los ritos y los mitos de aquel credo iraní. Se llegó a afirmar que los moghs -sacerdotes mitraístas, mal llamados “Reyes Magos”-, habían aprobado la nueva fe visitando al Niño Jesús en Belén. Hecho improbable, conociendo los celos de aquella casta sacerdotal hacia las religiones rivales. Antes, habían perseguido duramente a los zoroastrianos y los maniqueos.
Los obispos tras cubrirse con la mitra, se hicieron llamar padre, como los moghs, celebraron el bautizo y la oblación del pan redondo como el cuerpo del sol, y tomaron nota del mito de la concepción virginal de Sushians, El Salvador mítrico, que aparecerá algún día para llevar la paz al mundo. Idea recogida también por el chiísmo -el Islam iranizado-, en la figura de Mahdi.
En Oriente Medio, los mitreos se transformaron en mezquitas, dejando su huella en el minarete «lugar de fuego» y en el Mehr-ab «agua de Mehr», y en Occidente en iglesias, templos que guardan su forma original de cueva.
En Yalda se adornaba el ciprés, árbol de los deseos y se repartía ayil, mezcla sagrada de siete frutos secos, mientras los ancianos contaban cuentos ancestrales alrededor de la hoguera. Luego profanaban la tumba de la sandía –enterrada en verano (¿entierro de la sardina?)- dando la bienvenida a la estación cálida. Al alba, la salida del sol marcaba el final de su Natividad….
Y el mundo, una aldea.