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Malvinas on the rocks, un mal trago para David Cameron

El premier británico David Cameron y su secretario Hague conocen a fondo la debilidad de la flota marítima militar británica, pero conocen aún mejor la delicada situación de las finanzas públicas del Reino Unido, que haría realmente inviable cualquier operación militar de cierta envergadura.

Walter Goobar
Hace poco más de un mes, el presidente francés Nicolás Sarkozy le dijo al premier británico David Cameron delante de todos los líderes de la Unión Europea que “había perdido una estupenda oportunidad de cerrar el pico”, y que si quería dar consejos sobre la economía de la zona euro, que adoptara la moneda única. Después de aquel tenso y humillante episodio, Cameron redobló su cruzada neocolonialista por Malvinas y fracasó en su intento de reclutar a los mandatarios de Chile y España, Sebastián Piñera y Mariano Rajoy. Bastó que el recién estrenado Rajoy le recordara a Cameron que España quiere recuperar la soberanía del Peñón de Gibraltar para que el inquilino de Downin Street 10 comprobara que había sufrido un nuevo revés. Para sostener su estrategia de tensión por el tema Malvinas, a Cameron no le quedó otra que pedir la escupidera ante el neonapoleónico Sarkozy con quien esta semana anunció la creación de un centro de control y mando militar conjunto para racionalizar y dar mayor efectividad a futuras operaciones.
Aunque se esconden bajo el eufemismo orwelliano de la defensa, está bastante claro que esos intereses compartidos son los de la agresión militar y el neocolonialismo corporativo. No hay ningún ejército extranjero asaltando Normandía, ni ninguna fuerza aérea bombardeando Londres; sin embargo, Cameron y Sarkozy han dado a conocer sus planes para fabricar una serie de drones s, de los que habitualmente asedian a países soberanos de Medio Oriente y atacan a civiles inocentes.
Detrás de bambalinas, Cameron y Sarkozy han desempolvado los viejos planes de colocar al Atlántico Sur en la mira de la Otan. En la actualidad, Malvinas se ha constituido en uno de los cinco principales enclaves militares extranjeros del hemisferio occidental, y funciona en conexión con la red mundial de bases de control y espionaje que la Otan tiene en el planeta. La fortaleza del Atlántico Sur dispone de una estación naval de aguas profundas –llamada Mare Harbour– donde atracan submarinos atómicos. Los buques y aeronaves militares que van y vienen desde Gran Bretaña, vía Isla Ascensión, son portadores de armas nucleares.
Rezumando aún mayor hipocresía, el dúo ha anunciado el fortalecimiento de sus vínculos nucleares junto con el Organismo Internacional de la Energía Atómica, al mismo tiempo que condenan el programa nuclear de Irán que, según todos los barómetros, es un programa de energía nuclear, capaz únicamente de enriquecer uranio al 20%.
El premier británico puede despachar el HMS Dauntless y embarcar al Príncipe William hacia las Islas, pero sus gestos no alcanzan para acallar el eco de las contundentes palabras de Lord West –el antiguo comandante del HMS Ardent, hundido por la Fuerza Aérea Argentina en 1982–, que hace pocos días vaticinó que Inglaterra no podría, aunque quisiera, reconquistar las Malvinas en caso de que la Argentina las ocupara nuevamente. Cameron y su secretario Hague conocen a fondo la debilidad de la flota marítima militar británica, pero conocen aún mejor la delicada situación de las finanzas públicas del Reino Unido, que haría realmente inviable cualquier operación militar de cierta envergadura.
En ese contexto, Cameron dejó de lado la proverbial hipocresía británica y desenvainó la tradicional arrogancia imperial. Frente a la solidaria decisión de los países del Mercosur de no permitir que buques con bandera de las llamadas Falklands atraquen en puertos de la subregión, sostuvo que el reclamo argentino sobre el archipiélago del Atlántico sur era “mucho más que colonialismo, porque esa gente –los kelpers, habitantes de las Malvinas– quiere seguir siendo británica”.
Uno podría pensar que Cameron –como Thatcher y Galtieri–, se había tomado unas copas de más, en un momento en que los escoceses –padres del whisky–, también han anunciado su voluntad de independizarse de la corona británica en un plazo máximo de dos años. No se sabe si fue el famoso escocés o un yogurt descremado, pero no hay dudas que Cameron se sirvió otro trago del mismo brebaje cuando –a continuación–, invocó el derecho de los pueblos a la autodeterminación, un derecho que Su Majestad Real le negó al pueblo de Hong Kong, hasta que la ex colonia británica pasó, finalmente, a manos de China en 1997.
El colonialismo británico en el Caribe, Asia, África y Medio Oriente no es una cuestión del pasado: de los 16 enclaves coloniales que aún subsisten en el mundo, 11 son del Reino Unido. En ese sentido, Malvinas no es una excepción: en 1833 los ingleses ocuparon las islas y en 1982 ganaron una batalla. Sin embargo, desde 2003 la política exterior independiente y soberana del gobierno de Néstor y Cristina Kirchner viene ganando la guerra en el campo de la diplomacia.
Cameron sabe o intuye que los apoyos internacionales a la ocupación de las islas ya no son lo que fueron hace tres décadas: que Washington tampoco parece tan dispuesto como antes a seguir a pie juntillas las políticas del Foreign Office y que los países de Sudamérica han cerrado filas en torno a la Argentina, apoyando la reivindicación de soberanía sobre las Islas, sin apelar a la retórica de antaño.
Por eso, la única estrategia del Foreign Office ha sido la decisión de apelar al poderío militar y al Consejo de Seguridad de la ONU, una vez que fracasó la maniobra para que la Comunidad Europea reconociera a las islas como territorio británico de ultramar.
Diario Miradas al Sur
29-02-2012

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