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El testamento de Fukushima

Hace un año, el 11 de marzo de 2011, un terremoto y tsunami azotaron la costa del noreste de Japón. Lo que ocurrió en Japón era imposible que ocurriera. Pero ocurrió: la fusión parcial del núcleo de los reactores de la central nuclear de Fukushima. A los 15.000 muertos, 3.000 desaparecidos y miles de heridos, se sumó la devastación ambiental, económica, social y política.

Walter Goobar
Hace un año, el 11 de marzo de 2011, un terremoto y tsunami azotaron la costa del noreste de Japón. Lo que ocurrió en Japón era imposible que ocurriera. Pero ocurrió: la fusión parcial del núcleo de los reactores de la central nuclear de Fukushima. A los 15.000 muertos, 3.000 desaparecidos y miles de heridos, se sumó la devastación ambiental, económica, social y política. El entonces Primer Ministro japonés, Naoto Kan, declaró en julio del año pasado: “Intentaremos desarrollar una sociedad que pueda existir sin energía nuclear”. Kan, quien renunció en agosto luego de cerrar varias plantas de energía nuclear, advirtió que una catástrofe similar podría forzar una evacuación masiva de Tokio e incluso pondría en riesgo la “propia existencia de Japón”. Tan solo dos de las 54 plantas nucleares que estaban en funcionamiento en el momento en que se produjo el desastre de Fukushima continúan produciendo energía. El sucesor de Kan, el Primer Ministro Yoshihiko Noda, apoya la energía nuclear pero se enfrenta a la creciente oposición pública a la misma.
La tragedia de Fukushima demuestra que de todas las formas, de generar energía, la nuclear no es limpia ni segura ni sostenible y, mucho menos, pacífica. Japón tiene ahora 28 millones de metros cúbicos de suelo contaminado por sustancias radiactivas; 150.000 personas se han convertido en desplazados y todo el país tendrá que asumir un costo total del desastre de 520.000 a 650.000 millones de dólares, una cifra que se aproxima al costo de la crisis bancaria de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos. Por su parte, Tepco, la responsable de la planta, ya declaró que no es responsable de la radiactividad, porque ya no es de su propiedad.
Este martes, la organización ecologista Greenpeace presentó un informe titulado “Las lecciones de Fukushima”, en el que se demuele la teoría de que el terremoto y el tsunami causaron el accidente nuclear en la costa este de Japón. El desastre no fue “natural” ni impredecible, como pretende hacer creer el lobby nuclear. El lapidario informe de Greenpeace rehuye del tratamiento políticamente correcto de la catástrofe y pone énfasis en la responsabilidad política del gobierno japonés, un asunto que ha sido relegado a un segundo plano por parte de los medios de comunicación occidentales.
La principal conclusión de Greenpeace sobre este desastre nuclear es que podría repetirse en cualquier central nuclear en el mundo, y que la seguridad nuclear es una quimera porque, en el mundo, un accidente nuclear ha tenido lugar aproximadamente cada siete años. En ese sentido, Greenpeace advirtió que la construcción de la central atómica de Angra 3, en Brasil, corre peligro de convertirse en “una nueva Fukushima”, debido a las deficientes condiciones de seguridad. Según el experto brasileño Francisco Correa la central atómica de Angra, situada en el Estado de Río de Janeiro, está en el lugar erróneo, está mal diseñada y cuenta con tecnología obsoleta, factores que pueden desencadenar una catástrofe nuclear.
Greenpeace resume las tres razones principales del desastre de Fukushima:
1. Un reactor vulnerable: durante décadas se han conocido, en Japón y a nivel internacional, la vulnerabilidad del diseño del reactor de agua en ebullición Mark I (BWR, sus siglas en inglés). Sin embargo, se han ignorado de forma reiterada las advertencias.
2. Una reglamentación débil por parte del Gobierno y los organismos de control: se han tolerado las maniobras de encubrimiento de la compañía propietaria, Tepco, que en 2006 admitió haber falsificado informes sobre el agua de refrigeración y, a pesar de ello, la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial (Nisa, por sus siglas en inglés) concedió a Tepco la autorización para extender la vida de los reactores de Fukushima diez años más.
3. Errores sistemáticos en la evaluación de la seguridad nuclear: Tepco y Nisa sabían que en la zona de la central nuclear se podría sufrir el impacto de un tsunami de más de diez metros. Sin embargo, la central sólo estaba diseñada para soportar tsunamis de hasta 5,7 metros.
Paralelamente, la fundación Rebuild Japan Initiative conformó un equipo de 30 profesores universitarios, abogados y periodistas (entre ellos el prestigioso columnista Yoichi Funabashi, anterior editor del influyente diario Asahi Shimbun) que publicó un demoledor informe de 400 páginas que tomó seis meses de investigación en el que se denuncia que “los líderes japoneses no sabían la extensión del daño en la planta y consideraron en secreto la posibilidad de evacuar Tokio”.
La trasnacional Tepco desinformó en forma criminal al gobierno de Naoto Kan y rompió la confianza con el gerente de la planta averiada (con tres explosiones radiactivas a cuestas).
“La serie de explosiones de hidrógeno sacudió la planta y, ante la “demoníaca reacción en cadena”, se consideró la evacuación de los 13 millones de habitante de Tokio, que se encuentra a 270 kilómetros al sur de Fukushima.
Funabashi criticó “el miedo del gobierno de Kan al crear pánico en sus decisiones y subestimar los verdaderos peligros del accidente”. Es lo que sucede cuando un gobierno pusilánime cede sus obligaciones a los intereses unilaterales de una trasnacional criminal como Tepco y su perverso lobby nuclear.
Sibel Edmonds, en su blog, revela que “los reactores dañados en Fukushima fueron diseñados por General Electric, con una tecnología obsoleta de 40 años y son sustancialmente similares a los 32 reactores en operación en otras partes del mundo, incluyendo 23 en Estados Unidos, lo que desnuda “la complicidad criminal de los reguladores de los gobiernos que fracasan en reforzar sus propias políticas y regulaciones en estos reactores añejos”.
El premier nipón, Yoshihiko Noda, más consciente que su antecesor Naoto Kan –que era físico y agente de patentes, y mantenía fluídas relaciones con Tepco–, intenta transformar la política energética, pese a los fuertes intereses del lobby nuclear, al cual le importa un comino el historial de Hiroshima y Nagasaki, o el desastre en la ciudad ucraniana de Chernobyl.
La explosión del reactor destruyó la confianza de la población en la energía nuclear y la presión de la opinión pública obligó al gobierno a cambiar su plan energético, pese a los poderosos intereses del lobby nuclear. La vulnerabilidad energética de Japón se ha incrementado notablemente y por ahora no le queda otra opción que la importación de gas natural licuado de Qatar y Rusia, lo cual comporta también sus limitaciones. Un grave error del gobierno es haber dependido de la criminal trasnacional Tepco, que dictaba la agenda energética.
El principal logro de la era nuclear que se inauguró en Hiroshima y que concluye en Fukushima, es que nos conduce inexorablemente a la Edad de Piedra.
Diario Miradas al Sur
11-03-2012

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