El último acto de Nuremberg se desarrolló en el gimnasio de la prisión al amanecer del 16 de octubre de 1946 cuando el improvisado verdugo estadounidense, el sargento Woods consumó los ahorcamientos: el ministro de relaciones exteriores Ribbentrop demoró 10 minutos en morir por asfixia; Alfred Jodl, el Jefe de Operaciones de Hilter, demoró 18 minutos; el mariscal de campo Keitel, 24.
(Por Walter Goobar) El último acto de Nuremberg se desarrolló en el gimnasio de la prisión al amanecer del 16 de octubre de 1946 cuando el improvisado verdugo estadounidense, el sargento Woods consumó los ahorcamientos: el ministro de relaciones exteriores Ribbentrop demoró 10 minutos en morir por asfixia; Alfred Jodl, el Jefe de Operaciones de Hilter, demoró 18 minutos; el mariscal de campo Keitel, 24."Los juicios de Nuremberg fueron una invención norteamericana. Si hubiese sido por Stalin, la elite nazi -unos 50.000 oficiales, funcionarios del partido, intelectuales e industriales- hubiesen sido liquidados en 1945 en forma sumaria. Los británicos también propiciaban la ejecución sumaria de los nazis más prominentes en forma casi inmediata a su detención. Pero los EEUU querían un juicio que estableciera nuevos principios y procedimientos jurídicos internacionales y lo lograron", escribe Telford Taylor, uno de los fiscales norteamricanos que intervino en los juicios contra los criminales de guerra nazis. De esas 641 páginas que llevan el título La anatomía de los juicios de Nuremberg (Ed. Kopf.), emerge un verdadero catálogo de confusión, incompetencia e hipocresía que en muchas oportunidades lleva a uno a preguntarse si los soviéticos y los británicos no tenían razón cuando planteaban un procedimiento más expeditivo.
Según Taylor la primera arbitrariedad fue la selección de los 21 acusados: Hans Fritzsche, jefe de las emisiones radiales nazis y subordinado de Goebbels, nunca había conocido a Hitler. Fue puesto en el banquillo por una cuestión de números: Con la excepción del almirante Erich Raeder, los soviéticos no habían capturado ningún otro nazi prominente y pusieron a Fritzsche para duplicar la contribución. Para Taylor, el expresidente del Reichsbank tampoco debería haber sido procesado:"La idea de que un hombre que al final de la guerra se había convertido en un disidente y había ido a parar a un campo de concentración era el mejor candidato posible para ser juzgado como criminal de guerra era aberrante", escribe el fiscal estadounidense al tiempo que señala que el fabricante de armas Alfred Krupp escapó del proceso criminal solamente porque los británicos insistieron en procesar a su padre, Gustav quien finalmente fue eximido por hallarse en estado senil.
La participación de jueces soviéticos, elegidos a dedo por Stalin tampoco contribuyó a sentar justicia. Los magistrados británicos y norteamericanos sabían que los soviéticos habían ejecutado a 10.000 oficiales polacos en Katyn en 1940 lo que de alguna manera debería haberlos inhabilitado para sentarse entre los acusadores. Otra situación absurda fue escuchar a los fiscales de Stalin acusando a Goering de planificar la guerra de agresión contra Polonia cuando la mitad de este país había sido ocupado por la URSS en virtud de los acuerdos firmados por Stalin-Ribbentrop en 1939.
La cuota de hipocresía británica y estadounidense consistió en acusar al almirante Doenitz por lanzar una guerra submarina irrestricta cuando su colega, el almirante Nimitz había admitido que los aliados habían utilizado la misma táctica. Para los norteamericanos, Doenitz debería haber sido exonerado, pero fue condenado a 10 años de cárcel. El ministro de armamentos Albert Speer, debió haber sido colgado, pero fue salvado por los británicos que lo consideraban un gentleman. Nadie quería salvar al notorio antisemita Julius Streicher, pero Taylor argumenta de manera convincente que este personaje repulsivo no era jurídicamente culpable de crímenes de guerra. Curiosamente, Taylor es uno de los pocos historiadores contemporáneos que consideran correcta la ejecución de Alfred Jodl, el Jefe de Operaciones de Hitler pese a que un tribunal alemán de desnazificación lo reivindicó en forma póstuma de la mayoría de los cargos.
Pese a su mirada crítica sobre la forma en que se condujeron los juicios, el fiscal norteamericano rescata el hecho de que el tribunal de Nuremberg documentó de manera concluyente el horror bestial y absoluto de la tiranía nazi. Los historiadores revisionistas de extrema derecha en Alemania, Gran Bretaña y Francia que actualmente intentan reescribir la historia a su gusto y placer no pueden escapar al cúmulo de evidencias acumulado en los 22 volúmenes producido por ese tribunal Militar Internacional.
La sola idea de que existan leyes de la guerra y que estas puedan ser violadas o respetadas es una paradoja dificil de digerir. La idea que la guerra, el fracaso último de la civilización, podría gobernarse a sí misma o ser gobernada por tratados entre sociedades civilizadas es difícil sino imposible de entender. Las leyes de la guerra fueron reconocidas mucho antes que las de la Convención de Ginebra de 1949 o que las de La Haya de 1907. Los historiadores han identificado principios implícitos, en regiones tan diversas como la India de la antigüedad o la Africa tribal. También los griegos y los Otomanos reconocían limitaciones para conducir la guerra. Los relatos de Heródoto sobre la destrucción de olivares o el asesinato de los enviados persas demuestran la existencia de leyes de la guerra y de transgresores a las mismas.
Las cuatro Convenciones sobre las leyes de la guerra de 1949 son el resultado de un proceso que comenzó en el siglo 17 en Europa con el surgimiento de ejércitos profesionales. Las prohibiciones contra el pillaje, los asesinatos y las violaciones fueron impuestas por los comandantes, no tanto por un sentimiento humanitario, sino para reforzar la disciplina militar. En otras palabras, las leyes de la guerra son, en sí mismas, un invento de los militares. Posteriormente, los Estados comenzaron a establecer acuerdos bilaterales, incorporando los valores de la teología medieval (la guerra justa) y las ideas de un jurista internacional, el teólogo holandés Huigh de Groot que en 1625 publicó De jure belli ac pacis.
Los dos hitos en la historia moderna fueron un manual escrito en 1863 por Francis Lieber de la Universidad de Columbia y adoptado por el ejército de la Unión para evitar la repetición de carnicerías semejantes a las de la Guerra de Secesión Norteamericana, y el comité, creado ese mismo año por el hombre de negocios suizo Henry Dunant quien espantado por su experiencia en la batalla de Solferino (1859), sentó las bases de lo que sería la futura Cruz Roja y convenció al gobierno suizo para convocar a una conferencia internacional de donde surgiría la primera Convención de Ginebra.
Sin embargo, las condiciones para que ciertos crímenes de guerra sean llevados a juicio por tribunales al estilo de Nuremberg están en relación directa con el resultado de la guerra. Históricamente, los criminales de guerra no han sido juzgados a menos que el gobierno de los vencidos colapse o sufra una derrota militar total.
En el caso más reciente, el de la Guerra del Golfo ni la atrocidades cometidas por Saddam Hussein ni las que corrieron por cuenta de la coalición occidental, como el bombardeo indiscriminado de blancos civiles o el enterramiento en las trincheras de millares de soldados iraquíes vivos han sido siquiera investigadas. Lo mismo ocurrió con la invasión a Panamá donde el barrio de El Chorrillo fue completamente arrasado, y con las sucesivas guerras en Africa, Medio Oriente e Indochina. Durante la guerra de Vietnam, el teniente estadounidense William Calley fue condenado por la masacre de campesinos en la aldea de Mi Lai pero el uso masivo de desfoliantes como el Agente Naranja ha quedado impune. Como regla general, los crímenes más horrendos son simplemente objeto de nuevas convenciones para guerras futuras.
Pese a la relativa fragilidad de las leyes de guerra, la historia demuestra su utilidad no solo retroactiva, sino inclusive en medio de la barbarie y el genocidio. Al mismo tiempo que los nazi exterminaban a millones de judíos, otorgaban un trato relativamente mejor a los prisioneros de guerra estadounidenses y británicos que a los soviéticos porque la URSS no había firmado la Convención de Ginebra por lo que la Cruz Roja no podía intervenir en su defensa.
Entrevistado recientemente por Newsweek, el fiscal Taylor se manifiesta escéptico ante la idea de un tribunal semejante al de Nuremberg para la ex-Yugoslavia. Taylor predice que "el resultado depende más del desarrollo político que de lo estipulado en los libros sobre las leyes de la guerra". Lo que posibilitó la concreción de los juicios de Nuremberg fue la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial: Quienes triunfaron, formaron su propio tribunal para juzgar a los derrotados. En los Balcanes, en cambio, por ahora son los serbios
9-03-1995
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