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El club de los tramposos

Los escándalos de las empresas en Estados Unidos se están volviendo costumbre y cada vez son más graves. Después de Enron hubo otros fraudes contables menos renombrados pero no por ello menos inquietantes, como el de las empresasAdelphia, Tyco y Global Crossing. Y antes estalló el caso del fabricante de filtros para diálisis Baxter, responsable del fallecimiento de varios pacientes, que sin embargo contaba con una certificación de calidad de TÜV Product Service, la mayor empresa europea de certificaciones de calidad de productos sanitarios.

(Por Walter Goobar)
WorldCom es –o era- una de las empresas más pujantes del sector de las telecomunicaciones; Enron se dedicaba a intermediar en las ventas de energía, una actividad tan moderna y virtual que pocos comprenden. Pero hasta Xerox que se dedica a algo tan trivial como es fabricar, vender y alquilar fotocopiadoras, encontró una manera de “fotocopiar” beneficios ficticios por un monto de entre 1.900 y 6.000 millones de dólares durante los últimos cinco años. Los escándalos de las empresas en Estados Unidos se están volviendo costumbre y cada vez son más graves. Después de Enron hubo otros fraudes contables menos renombrados pero no por ello menos inquietantes, como el de las empresasAdelphia, Tyco y Global Crossing. Y antes estalló el caso del fabricante de filtros para diálisis Baxter, responsable del fallecimiento de varios pacientes, que sin embargo contaba con una certificación de calidad de TÜV Product Service, la mayor empresa europea de certificaciones de calidad de productos sanitarios. Los inversores que ya estaban nerviosos ahora están al borde del pánico porque WorldCom confirmó lo que muchos temían: Enron no era un caso aislado. Era tan sólo el primer síntoma de un problema más profundo y arraigado en la cultura corporativa estadounidense.
El economista Paul Krugman señala en el New York Times que cada uno de los escándalos descubiertos hasta ahora revela que las distintas modalidades de fraude de las grandes empresas no se diferencian demasiado de las que utilizaría un heladero: Si en lugar de vender energía Enron hubiese vendido helados, habría firmado contratos en los que se comprometía a proporcionar a los clientes un cucurucho durante los siguientes 30 días. Enron contabilizaba como ganancias en sus balances los beneficios proyectados sobre esas futuras ventas de cucuruchos. Eso le daba la apariencia de un negocio enormemente rentable y vendía acciones a precios inflados.
Siguiendo con el modelo de la heladería, la empresa Dynegy sabía que la venta de helados no era un gran negocio, pero convencía a sus inversores de que lo sería en el futuro. Después firmaba un acuerdo secreto con el heladero de enfrente para comprarse mutuamente cientos de cucuruchos al día. O mejor dicho, fingían comprarlos; porque no hacía falta trasladar los cucuruchos de un lado a otro. El resultado es que Dynegy parecía otro actor importante en un negocio prometedor y vendía sus acciones a precios inflados.
Y también estaba la estrategia de Adelphia que ni siquiera realizaba negocios imaginarios, sino que simplemente inventaba montones de clientes inexistentes. Con una cartera de inversores que aumentaba tan rápidamente, los analistas le concedían calificaciones elevadas y la empresa podía vender las acciones a precios inflados.
Finalmente, estaba la prestidigitación de WorldCom. A diferencia de Enron, que engañó a los inversores mediante sofisticadas operaciones en cuentas fuera del balance, la trampa de WorldCom fue bastante burda, evidente y mucho más cuantiosa. Con la ayuda de Arthur Andersen, la auditora que también estuvo detrás del hundimiento del gigante Enron, WorldCom había reportado utilidades por 1.400 millones de dólares en 2001 y 130 millones en el primer trimestre de 2002. Pero éstas ganancias eran inventadas y la empresa en realidad había arrojado pérdidas. Las acciones de WorldCom, que hace tres años costaban 65 dólares, cayeron a nueve centavos el miércoles pasado, antes de que la empresa fuera suspendida de la Bolsa. Así, el imperio de papel quedó prácticamente al borde de la quiebra porque nadie le va a querer prestar la plata que requiere para refinanciar una deuda de 30.000 millones de dólares. Por ahora se sabe que quedarán en la calle 17.000 de los 67.000 empleados que la compañía tenía en el mundo entero.
Pero ese vaquero mentiroso llamado Bernard Ebbers, que aseguraba que el gigante WorldCom era fruto de su inspiración en la fe religiosa, no puede ser considerado el único responsable de la catástrofe que está reduciendo los mercados del mundo a la nada . El hundimiento de WorldCom solo ha encendido la chispa de una crisis económica mundial.

WorldCom era la empresa preferida de viudas y de pequeños ahorristas.Unas y otros habían depositado su confianza en Ebbers, un hombre comprometido con los valores familiares, que pronuncia sermones en la iglesia de su pueblo, en Misisipí.¿Cómo es posible que haya llegado a tal extremo? Ebbers es un hombre de profundas convicciones religiosas, imparte catequesis en la escuela parroquial de su pueblo, dedica parte de su tiempo a servir comidas a los mendigos y que ha renunciado a los signos externos de riqueza. Profundo defensor del matrimonio, este antiguo portero de discoteca y jugador de basquet, vive discretamente con su mujer, Kristie, en una modesta casa a una hora en coche de su destartalada oficina en la localidad de Clinton (Misisipí).
Gobernaba uno de los imperios más poderosos del mundo en el sector de las telecomunicaciones, pero se negaba rotundamente a usar teléfono móvil.
Fue, sin duda, este estilo ajeno a toda regla el que durante 15 años produjo unos resultados espectaculares. Hubo un momento en el que WorldCom llegó a alcanzar un valor de mercado de 185.628 millones de euros, más que McDonald's, Boeing y Gillette juntas, y que convirtió a Ebbers en millonario.
No le iban mal las cosas a alguien nacido en el seno de la clase obrera - según admitía con orgullo él mismo-, cuyo primer empleo fue el de lechero.
Sus logros académicos no pasaron de mediocres (un título de educación física), pero Ebbers sostiene que la fe le ha dado la inspiración para alcanzar el éxito. Después de emprender negocios varios, sería en 1983 cuando Ebbers diera el gran salto, inviertiendo en un proyecto de unos amigos: la red telefónica de los EEUU iba a abrirse a la libre competencia y el objetivo era comprar líneas interurbanas al por mayor para venderlas a empresas de ámbito urbano.
Arrancaba así su primer gran negocio, el Long Distance Discount Service. embrión de WorldCom. A partir de ahí, comenzó una carrera frenética de adquisiciones de 75 empresas hasta consolidar la segunda operadora de Estados Unidos. En 1998 adquirió al conocido operador MCI por 30.000 millones de dólares, convirtiendo a WorldCom, con operaciones en 60 países, en una de las empresas más importantes del mundo de las telecomunicaciones. Hace tres años, en su mejor momento, la compañía llegó a valer 180.000 millones de dólares en la bolsa, casi dos veces el PIB de un país como Colombia.
Pero después empezó a desinflarse el mercado y Ebbers, junto con su vicepresidente y mano derecha, Scott Sullivan empezaron a ocultar los problemas. Durante 2001 y el primer trimestre de 2002 WorldCom se inventó utilidades por 3.800 millones de dólares. La forma de hacerlo fue contabilizando como inversiones de capital cosas que no eran más que gastos corrientes, evitando así que estos egresos se restaran de las utilidades.
Hay diferencias entre todos esos casos, pero también similitudes: obsesión por el beneficio inmediato, contabilidad tramposa, déficit de control, ausencia de cualquier atisbo de responsabilidad social y mucho, mucho dinero sobre el que poner las garras. “Capitalismo de amigos” es la denominación que utiliza el premio Nobel de Economía de 2001 y ex vicepresidente del Banco Mundial, Joseph Stiglitz para caracterizar el problema de fondo de un sistema que hizo posible esta epidemia de fraudes.
El menú de engaños muestra que cada uno de los escándalos de las grandes empresas se basa en maniobras diferentes. De esto se desprende que muchas más empresas pueden haber utilizado los mismos trucos que Enron o WorldCom y que otras empresas pueden haber encontrado otros trucos.
También ha quedado claro que las empresas de la vieja economía pueden pecar tanto como las de la nueva, y los gobernantes de Estados Unidos empiezan a intuir el grave riesgo político y económico: que el público, harto de perder en la Bolsa y de enterarse que unos cuantos listos le han robado la cartera, pierda de verdad toda confianza en el sistema económico. Si no se restablecen la fiabilidad contable y la transparencia empresarial, el capitalismo podría toparse de verdad con su más imponente desafío.
Aunque la epidemia de fraudes está desnudando la enorme suciedad del sistema financiero, la Casa Blanca de Bush empieza a entrar peligrosamente en el perímetro de la investigación. La empresa comercializadora de energía, que había sido la principal financosta de la campaña de George W. Bush, gastó en los seis primeros meses de 2001, 2,46 millones de dólares en Bush pero tan sólo reportó un tercio de esos gastos.
La Oficina de Contabilidad del Congreso (GAO) ha lanzado un ultimátum al vicepresidente, Dick Cheney, para que haga públicos los detalles sobre las reuniones mantenidas con altos responsables de Enron. Cheney enfrenta acusaciones de haber permitido, poco menos, que la compañía redactase para su beneficio buena parte del controvertido Plan Energético Nacional, el mismo que llevó a EEUU a desmarcarse de los acuerdos ambientales de Kioto.
Otro punto de contagio del escándalo a la Administración es el papel del secretario del Ejército. Los demócratas ya están pidiendo que declare ante el Congreso. Thomas E. White trabajaba para Enron cuando fue reclutado por Bush. Como responsable político de los contratos militares, White había iniciado la privatización de los suministros energéticos del Ejército, lo que favorecía a Enron.
La tercera conexión entre la empresa y Bush es el poderoso asesor presidencial Karl Rove. La Comisión Federal Electoral podría investigar si Rove reclutó al ultraconservador cristiano Ralph Reed para la campaña electoral de 2000, pero por cuenta de Enron. Aparentemente, Rove quería evitar que el nombre de Bush se viese estrechamente vinculado al ex líder de la Coalición Cristiana.
Incluso mientras denuncia a voces a WorldCom, George W. Bush está intentado nombrar al hombre que redactó la infame exención Enron -una ley diseñada especialmente para proteger a la empresa de cualquier investigación- para un puesto elevado dentro de un organismo regulador clave. Y algunos congresistas parecen más interesados en tomar medidas drásticas contra el fiscal general de Nueva York, Eliot Spitzer, que por hacer algo respecto a la corrupción que éste ha estado investigando. En suma: capitalismo de amigos.
Revista Veintitrés
10-07-2003

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