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CRISIS EN HAITI:

El gallo y el aguila

Haití ha estado permanentemente ocupado por los Estados Unidos, que han sido la principal base de sustentación de los dictadores nativos y de la elite parasitaria que maneja el país y que financió el golpe de 1991.

Por Walter Goobar
Desde 1945 Estados Unidos desplegó tropas en los cuatro puntos cardinales en más de 500 ocasiones. Aunque el águila americana siempre justificó sus intervenciones armadas con principios altruistas y democráticos, ésta es la primera vez que la superpotencia utiliza su fuerza militar para reinstaurar en el gobierno a un presidente legítimo. Los problemas más serios de esta invasión comenzarán ahora: el presidente Jean Bertrand Aristide sabe que haber sido restituido en el gobierno no es lo mismo que haber recuperado el poder.
  La convivencia entre los soldados norteamericanos y el presidente constitucional tiene un equilibrio precario. Cuando el impredecible Aristide intente tomar el control de la situación, o cuando se registren enfrentamientos entre sus partidarios y sus rivales, los haitianos no tardarán en darse cuenta de que los libertadores son, en realidad, fuerzas de ocupación.
  Con excepción de los siete meses del gobierno de Aristide, Haití ha estado permanentemente ocupado por los Estados Unidos, que han sido la principal base de sustentación de los dictadores nativos y de la elite parasitaria que maneja el país y que financió el golpe de 1991.
    A pesar de su mensaje de reconciliación- la oligarquía haitiana teme a Aristide. Este enjuto sacerdote que predica la teología de la liberación, ha sido acusado de movilizar y azuzar a las masas hasta enloquecerlas. En septiembre de 1991, menos de 48 horas después de haber dicho a la Asamblea General de las Naciones Unidas que la democracia se había arraigado en Haití, Aristide convocó a la multitud a rodear el Parlamento que le era hostil y pronunció un incendiario discurso exaltando las bondades del "pere Lebrun" o pena del collar. Esta práctica de ejecución, cuyo nombre ha sido tomado de la propaganda de un conocido importador de neumáticos, consiste en colocar una goma embebida en nafta alrededor del cuello de la víctima.
    Frente a una multitud enardecida, el presidente Aristide reivindicó la "Justicia de Dios" contra sus oponentes y exaltó el olor de la gasolina. Mientras sus partidarios gritaban, él se preguntó retóricamente ¿"No es una herramienta divina? ¿No es un aparato maravilloso? Cualquier castigo que reciban, será el que merecen". La mayoría de los haitianos -partidarios u oponentes- dio por sentado que había sancionado la práctica del "pere Lebrun".
  Esgrimiendo los pecados de juventud de Aristide, los EEUU pretenden evitar la reinstauración de todo germen de democracia como la ensayada por el presidente-sacerdote y su movimiento Lavalas (Avalancha). Para Washington aquel tipo de democracia participativa resulta demasiado volátil, peligrosa e impredecible en un país en el que cada dictadura fue remplazada por otra dictadura.
    El hecho de que los EEUU contrataran 53 guardaespaldas de una empresa de seguridad privada indica que también existe un riesgo considerable de que Jean-Bertrand Aristide sea el blanco de un atentado pero él no está preocupado. "No tengo miedo," dijo una vez. "Porque lo que hago, lo hago por amor, y aún si es una cuestión de dar mi vida... no me matarán por lo que estoy luchando. No me pueden matar por una causa justa. No pueden matar la luz del amor. De la libertad. Mataron a Jesús hace 2.000 años y El todavía está vivo."
  Este sacerdote salesiano, convertido en político, que no se avergüenza de compararse con Jesús, ya se encontró con la muerte cara a cara en otras oportunidades. Durante el golpe de Estado que lo llevó al exilio, los militares le colocaron un neumático alrededor del cuello y lo rociaron con nafta para quemarlo vivo. Testigos presenciales afirman que fue el general
 
 Raoul Cedras quien detuvo la mano del piromaníaco jefe de policía Michel Francois en el momento en que le acercó un encendedor.
  Sin embargo, para Aristide su encuentro más cercano con la muerte fue cuando los salesianos le prohibieron dar misa en Puerto Príncipe. Sus superiores argumentaban que había ido demasiado lejos en su prédica contra los duvalieristas y los Tontons Macoutes. Un domingo, cuando el religioso estaba celebrando misa en La Saline, escuchó el sonido de ametralladoras. Aristide recuerda tres hombres vestidos de blanco y con sombrero, disparando en todas direcciones. "Yo no podía salir huyendo como un mal pastor y dejar atrás a mi rebaño para enfrentar a las armas," escribió en su libro "En el País de los Pobres". "Me sentía tranquilo, y me quedé parado ahí, vi el arma apuntándome y el humo que salía del arma y escuché el ruido de los disparos. Me erraron." Muchos de sus fieles murieron bajo la lluvia de disparos, pero sus seguidores consiguieron rescatarlo y esconderlo en casa de otro sacerdote.
    Aunque ha dedicado su vida a los desposeídos y ha amenazado con transformar el orden feudal en Haití, Jean Bertrand Aristide nació de una rica familia de terratenientes en el sur de la isla, en 1953. Muerto su padre cuando él era niño, se mudó con su madre y su hermana a Puerto Príncipe donde su familia pasó a engrosar la clase media. A los siete años ingresó en los Salesianos y fue educado cerca de las villas miseria que rodean la capital. Fue allí cuando comenzó a conocer la realidad de los pobres. Cursó un colegio católico y después del noviciado siguió estudiando filosofía en el Gran Seminario Notre Dame de Puerto Príncipe hasta 1977. Ordenado sacerdote en 1982, los salesianos lo pusieron al frente de una parroquia cerca de La Saline, donde asistía a los mas pobres entre los pobres predicando la teología de la liberación, lo que motivó su expulsión de la orden en 1988. En su libro, Aristide insta a los pobres a "dejar tus miserias atrás. Organízate con tus hermanos y hermanas... Rechaza la escualidez de las parroquias de los pobres. Escapa del sepulcro y muévete hacia la vida. Marcha fuera de las prisiones, a lo largo del camino duro e inclemente hacia la vida y encontrarás las parroquias de los pobres relucientes y brillantes de alegría en la salida del sol al final del camino."
    Aristide tuvo sin lugar a dudas una faceta populista y demagógica que abonó el terreno para la acción de sus enemigos quienes, en un siniestro juego de espejos, lo acusaron de no ser democrático. Sus partidarios temen ahora que durante estos tres años de retiro espiritual forzoso en el santuario del capitalismo, haya perdido el impulso para transformar el injusto orden social. El símbolo del gallo que le valió el 70 por ciento de los votos en la única elección democrática registrada en la isla, se usa ahora en Puerto Príncipe para expresar esos temores: "Tenemos miedo -dicen sus partidarios- que Aristide haya perdido la cresta, el pico y el espolón".
Página/12
15-10-1994
 

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