El nuevo curso que ha tomado la guerra civíl libanesa se ha transformado en algo más que la destrucción definitiva de ese país fantasma que tiene tantos gobiernos como facciones,tantas políticas como religiones, tantas guerras como feudos locales: El teatro de operaciones amenaza ahora con extenderse a Siria y a Israel.
Por Walter Goobar
Parece imposible que una nueva ofensiva incremente la tragedia libanesa, sin embargo, el líder druso Walid Joumblatt
vaticina que "todavía falta lo peor" porque el régimen del general cristiano Michel Aoun pretende "transformar a Beirut en un nuevo Stalingrado"."La batalla será feroz", promete por su parte, el jefe de la milicia chiita Amal,Nabib Berri,al tiempo que acusa al general Aoun de ser "la otra cara de Israel".El nuevo curso que ha tomado la guerra civíl libanesa se ha transformado en algo más que la destrucción definitiva de ese país fantasma que tiene tantos gobiernos como facciones,tantas políticas como religiones, tantas guerras como feudos locales: El teatro de operaciones amenaza ahora con extenderse a Siria y a Israel.
La guerra libanesa se ha venido apoyando desde 1976 en un sangriento acuerdo tácito: nadie pretende eliminar completamente al adversario, sino más bien impedir que este ejerza una hegemonía decisiva. Así, Siria, que alternativamente apoyó a cristianos y musulmanes quiere un régimen amigable y dócil Israel, con aspiraciones más modestas, pretendió con la invasión de 1982 la neutralización de la base de operaciones palestinas y consiguió solamente un exito parcial;la minoría cristiana maronita, por su parte,con un escaso 25% de la población pretende mantener una supremacía histórica que las dudosas estadísticas demográficas ya no le reconocen;mientras, los musulmanes sunitas, chiitas y la rama desprendida del Islam que constituyen los drusos, han mejorado -pese a su propia atomizacion de intereses- sus respectivas cuotas de poder en ese Estado reconvertido en campo de batalla.
La insurrección del general Aoun en marzo pasado consiguió embarcar a la comunidad cristiana en la empresa de expulsar a los sirios y reconstruir el país sobre una base multiconfesional.Hasta ahora, la tenacidad del general cristiano ha servido para demostrar la incapacidad de Siria para eliminarlo del terreno si no es, recurriendo a una guerra total.La diplomacia siria está cada día más aislada en el Medio Oriente y no puede permitirse el lujo de perder sus posiciones en Líbano.Por su parte, cada uno de los paises árabes se debate en sus propias contradicciones sobre el tema:Irák, que apoya a Aoun; Egipto que teme cualquier estallido contra la paz; Jordania que siente peligrosamente cercanos a los sirios;la OLP que respalda toda acción que pueda perjudicar al régimen de Hafez El Hassad en Damásco, y, finalmente Irán que en una línea de mayor apertura tras la muerte de Jomeini y la elección de Rafsanjani, dificilmente podrá aceptar la derrota de sus partidarios chiitas del grupo Hezbola. Al mismo tiempo, la creciente independencia del general Aoun con respecto a Israel tampoco termina de satisfacer a Tel Aviv que no parece resignado a consentir la liquidación del poder cristiano en Beirut, con el consiguiente aumento del predominio de su más odiado enemigo,Damásco. Allí radica el peligro de extensión de la guerra.
Revista Veintitrés
16-08-1989