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El nuevo rostro del fascismo saluda a la Vieja Europa

Europa está en una encrucijada y la dirección que van a tomar los procesos es una incógnita, pero la ausencia de toda autocrítica por parte de los líderes europeos que insisten en reivindicar el neoliberalismo, impulsa al viejo continente a resucitar el desprecio al débil, el darwinismo social, el racismo y el auge del discurso y la práctica de la extrema derecha, con situaciones que en algunos casos parecen calcar el mapa de la Europa de los años treinta y cuarenta.

Walter Goobar
"Nada debería dar por supuesto otro medio siglo de paz y prosperidad en Europa.” La estremecedora frase –pronunciada por la canciller alemana Angela Merkel–, contiene una gran verdad, aunque la estabilidad en la que han vivido los europeos en las últimas dos o tres generaciones se sostiene sobre unas bases muy frágiles que ahora la crisis pone en cuestión. Pero en Europa no hay conciencia de la posibilidad de un hundimiento –lo que pasó en la Urss en los noventa, en la Argentina con el corralito. Los europeos occidentales y sus dirigentes continúan bailando sobre la cubierta del Titanic o que se crea que por tener un camarote de primera están a salvo del naufragio, según señala Rafael Poch, corresponsal del diario La Vanguardia de Barcelona en Berlín.
Para Poch, “hasta el momento ni siquiera se ha reconocido la crisis del neoliberalismo y la crisis financiera se afronta con recetas neoliberales y leyendas nacionales que nos llevan de regreso al siglo XIX”.
Europa está en una encrucijada y la dirección que van a tomar los procesos es una incógnita, pero la ausencia de toda autocrítica por parte de los líderes europeos que insisten en reivindicar el neoliberalismo, impulsa al viejo continente a resucitar el desprecio al débil, el darwinismo social, el racismo y el auge del discurso y la práctica de la extrema derecha, con situaciones que en algunos casos parecen calcar el mapa de la Europa de los años treinta y cuarenta. El populismo de extrema derecha puede ocupar la escena política y ganar la calle.
El juicio contra Anders Breivik, el ultraderechista noruego que en julio pasado perpetró la masacre de 77 jóvenes que asistían a un campamento del partido laborista, puede convertirse en un caso testigo para Europa. Breivik no está loco. O lo está a la manera de Hitler. Durante las audiencias que tuvieron lugar esta semana, este hombre alto, rubio y de ojos celestes, hizo saludos militares desde el banquillo de los acusados y explicó, una y otra vez, por qué hizo lo que hizo.
Los expertos se niegan a escuchar. Breivik habla de política, y entonces los psicólogos escarban en su biografía en busca de excentricidades que permitan declararlo insano, lo cual resultaría más tranquilizador para la sociedad noruega.
Lo cierto es que hay una reacción patológica, un rechazo obsesivo por parte de sus jueces a admitir lo que él mismo afirma, que no es un enfermo mental aislado y psicótico, sino un experimentado activista de extrema derecha que actúa para hacer progresar objetivos políticos específicos. En cierta medida, los diagnósticos ocultan hasta qué punto se comparten las ideas de Breivik.
Un reciente informe psiquiátrico, el segundo –que contradice al primero–, indica que el neonazi está en plena posesión de sus facultades mentales y no se encontraba en un estado psicótico cuando cometió las matanzas. El propio Breivik alega que no se considera un loco, sino un combatiente contra la “islamización” de Noruega y Europa y sus “cómplices”, los progresistas.
Las ideas de Breivik se pueden leer en decenas de páginas web de la ultraderecha europea y son compartidas por millones de votantes de formaciones de ese signo y por algunos de los que se inclinan por partidos conservadores más convencionales.
Breivik preparó sus atentados con minuciosidad, los ejecutó con frialdad escalofriante (en la isla de Utoya remataba a los heridos con tiros a la cabeza) y los justificó en el manifiesto de 1.500 páginas que difundió previamente en internet, donde denunciaba la “conspiración” para convertir el Viejo Continente en una “Eurabia islamizada”. Había sido miembro o simpatizante del populista y xenófobo Partido del Progreso (Fremskrittspartiet), el segundo más votado en las legislativas de 1997, y se fue radicalizando aún más a través de páginas web ultraderechistas.
Las tesis de Breivik afirman que el Islam plantea una amenaza existencial para la civilización occidental; que musulmanes aparentemente pacíficos están empeñados en secreto en una “yihad oculta”; que los musulmanes inmigrantes representan una bomba de tiempo demográfica; que los multiculturalistas apoyan tácticamente al enemigo islámico; que las universidades y los medios están dominados por “marxistas culturales” que tratan de legitimar la Sharía: todo está allí.
Esta fábula islamófoba viene a ser el equivalente contemporáneo de las tésis antisemitas sobre los Protocolos de los Sabios de Sion que fueron los autores intelectuales del Holocausto.
La ultraderecha que reivindica la superioridad del hombre blanco y de raíces cristianas sitúa ahora la “cuestión musulmana” en el primer plano de su agenda. Breivik no fue el único ultraderechista que mató en Europa en 2011. En noviembre, Alemania descubrió que un trío neonazi de asesinos en serie de inmigrantes turcos llevaba una década actuando en ese país sin que la Policía y los servicios de inteligencia se hubieran dado por enterados. A la banda, conocida como Resistencia Nacionalsocialista, se le atribuyen al menos diez asesinatos,dos atentados con bombas y más de catorce robos. Y el 13 de diciembre, Gianluca Casseri, un ultraderechista italiano, mató con un Magnum 357 a dos vendedores ambulantes senegaleses e hirió gravemente a otros tres en dos mercados de Florencia, y más tarde se suicidó.
El movimiento islamófobo es la nueva cara de la derecha política en Europa. El antiguo nacionalismo racial de fascistas y racistas está retrocediendo pero en su lugar hay partidos y movimientos populistas de derecha que convierten el Islam en un problema y a los musulmanes en el objetivo. Se manifiesta de diferentes maneras, en diferentes países, pero su mensaje subyacente es el mismo.
Ante el tribunal que lo juzga, Breivik explicó detalladamente cómo planificó la matanza masiva. Se preparó “con tácticas y estrategias para deshumanizar… al enemigo… al que veo como objetivo legítimo”, explicó. No han nada demencial en esto. Los militares modernos hacen lo mismo y exactamente por el mismo motivo, posibilitar que gente común y corriente mate.
Breivik, en otras palabras, tomó en serio la retórica bélica, utilizando una versión doméstica del entrenamiento mediante el cual los reclutas se preparan para el combate en Iraq o Afganistán. Por eso, es tan peligroso pretender que su crimen constituye simple acto de locura.
Miradas al Sur
29-04-2012

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