David Grossman es uno de los intelectuales más comprometidos, polémicos y respetados de su país y un seguro candidato al Premio Nobel en los próximos años. Su novela La vida entera (Lumen) estuvo signada por la traumática muerte de su hijo Uri en la guerra del Líbano y esta semana, en la Feria del Libro, la misma editorial presentó Más allá del tiempo, libro en el que retoma este mismo tema.
Walter Goobar
“Para mí, escribir no es solamente una forma de entender mi vida, sino también una forma de ser en mi vida. Yo sé que hay tantas cosas, temas y relaciones que no sería capaz de entender sin escribir sobre ellas. Es una deformación muy rara, pero cuando escribo, soy capaz de meterme completamente en una situación. Cuando no escribo, soy mucho menos tajante o consciente de las cosas. Escribir es la mejor y la más recomendada forma de entender a las personas. Hasta cuando se trata de alguien totalmente opuesto a mí. O hasta cuando son mis enemigos”, explica a Miradas al Sur el escritor israelí David Grossman. Además de compartir con Amos Oz el título de los intelectuales más comprometidos, polémicos y respetados de su país, Grossman es uno de los nombres más importantes de la literatura contemporánea israelí y un seguro candidato al Premio Nobel en los próximos años. Su novela La vida entera (Lumen) estuvo signada por la traumática muerte de su hijo Uri en la guerra del Líbano y esta semana, en la Feria del Libro, la misma editorial presentó Más allá del tiempo, libro en el que retoma este mismo tema.
Mientras David Grossman trabajaba en la novela La vida entera, durante la segunda guerra del Líbano, en agosto de 2006, su hijo Uri, sargento tanquista, murió al ser alcanzado su vehículo por un misil palestino. El novelista vivió la muerte en directo, el dolor, la tristeza, la desolación, en carne propia.
–¿La muerte de su hijo cambió algo su trabajo?
–Cambió más el escritor que el propio libro. Tras la muerte de Uri, la decisión de volver a escribir fue una decisión en favor de la vida.
–¿Escribir fue una liberación?
–¿Para liberarme de qué? No, para mí escribir no es un modo de liberarme del dolor, es más, puede ser todo lo contrario.
–Casi todos sus libros tratan sobre la condición humana y casi todos sus libros aluden al conflicto del Medio Oriente. ¿Eso es porque usted es un escritor comprometido o es porque es inevitable que así sea?
–Se puede ser un escritor en Israel y no ocuparse del conflicto. Yo los entiendo, pero pertenezco al grupo de escritores para los que es inevitable. Porque creo que el conflicto tiene un efecto muy profundo en cada paso de mi vida. La relación entre nosotros, la forma como criamos a nuestros hijos, la manera en que creemos o descreemos en la idea de que tenemos un futuro en esa tierra, en el sentido de fragilidad que tiene Israel y que afecta a todos los individuos. Para mí, es muy natural escribir sobre lo que nosotros elípticamente llamamos “la situación”. En esa palabra resumimos el miedo existencial, las guerras, la política de ocupación de los territorios palestinos. Todo eso queda reducido a una sola palabra. Yo creo que por el hecho de tener que ocuparme permanentemente de “la situación” me veo impedido de abordar otros temas.
–Se torna una obligación...
–El conflicto –o “la situación”– es omnipresente. Está en todas partes. Todo está afectado e infectado por “la situación”, pero la verdad es que –a veces– tengo que imponerme e insistir para poder escribir sobre otras cosas. Cuando escribí sobre los celos hubo gente que me objetó que me dedicara a algo tan íntimo cuando la realidad tan extrema y dramática necesitaba ser retratada.
–¿Qué les respondió a esos críticos?
–Les dije que debíamos recordar que además de ser israelíes somos seres humanos.
–Los temas que aborda, ¿le han causado problemas en su país? ¿Más de una vez lo deben haber tildado de traidor o propalestino?
–Por supuesto que ocurre. Por supuesto que pago un precio por mi posición política, pero eso forma parte de las reglas del juego. En una realidad tan cargada, cualquiera que ve las cosas de otra manera o que pretende sugerir una manera distinta de afrontar la realidad es blanco de la reacción instintiva de la gente, aun cuando saben que la situación de Israel no es buena. Los israelíes tienen en claro que las cosas deben cambiar, pero están tan aterrorizados que no se permiten demostrar ni una pizca de generosidad ni dudar de las justificaciones de sus propias posturas. Por eso se tornan agresivos.
–¿El miedo es la emoción que gobierna la política y la vida en Israel?
–Es cierto: los israelíes están aterrorizados y no tienen la capacidad de ver dos pasos más adelante. No pueden ver que sus enemigos pueden tener algunos argumentos que son justos, y en algunos casos ni siquiera aceptan que son tan humanos como ellos mismos. No es porque sean personas malas, sino porque son personas traumadas por un conflicto extremadamente largo. Yo no soy ingenuo: nuestros enemigos no nos aman, ni tampoco son capaces de demostrar buena voluntad hacia Israel. El Medio Oriente es un entorno muy impredecible y violento, y los países árabes no logran entender nuestro derecho sobre parte de este país. No dudo de que necesitamos un ejército fuerte, pero la fuerza y el ejército no pueden ser la única manera de conversar con nuestros vecinos. Si queremos cambiar la situación debemos establecer otro tipo de diálogo y eso es algo que los israelíes traumatizados por el miedo no se permiten pensar. No tienen esa visión de futuro...
–Tal vez el último líder israelí que tuvo esa visión de futuro fue el primer ministro Yitzhak Rabin, pero murió asesinado a manos de un ultraderechista israelí...
–Sí, Rabin llegó a entender la necesidad después de haber sido un halcón. Rabin no llegó a ese punto porque de repente se enamoró del líder palestino Yasser Arafat, sino porque comprendió que el estado de guerra permanente era más peligroso para Israel que cualquier solución negociada. Él entendió que la situación de guerra perpetua era más destructiva que la aceptación de un Estado palesttino.
–Vivir así, en permanente estado de guerra, tiene que ser insoportable.
–Sí, pero la mayor parte de los israelíes no lo reconoce. En Israel vivimos sumergidos en la violencia, el miedo y la desesperación. Y ni siquiera somos conscientes de que puede haber una realidad mejor. Gran parte de mis esfuerzos por la paz están dirigidos a permitir que nosotros y los palestinos seamos capaces de volver a llevar una vida real, que no sigamos viviendo en una prisión. Los palestinos y los israelíes hemos estado respirando con un solo pulmón y, sinceramente, creo que es mucho mejor respirar con los dos.
–¿Cree que Israel y sus vecinos sufren una crisis de liderazgo?
–Yo no podría decir que Israel carece de líderes. En todo caso, podría aceptar que tanto israelíes como palestinos carecen de líderes con coraje. Todos los líderes palestinos saben que el que firme un acuerdo con Israel será asesinado. Respecto del liderazgo israelí, creo que la situación es diferente. Hay sectores de la izquierda de mi país que opinan que el premier Benjamin Netanyahu es un oportunista, incapaz de ver más allá de sus narices. Yo no comparto esa idea. Creo que él tiene una ideología –con la que yo no estoy de acuerdo–, pero se mantiene firme en sus premisas ideológicas respecto de lo que el llama “el Gran Israel”. Esto hace que cualquier negociación sea tremendamente difícil. Yo creo que él no quiere llegar a un acuerdo con los palestinos. Si no se hace nada, vamos a estar en una situación imposible. La derecha israelí nos va a llevar a la creación de un Estado binacional: israelí y palestino. Y eso no puede funcionar. Los dos pueblos luchan desde hace más de 100 años. Se odian mutuamente y desconfían uno del otro. ¿Cómo van a poder ser parte de la misma entidad política?
–¿En su apoyo a la paz usted es cada vez más minoritario en Israel?
–Siempre lo fui. La mayoría de los israelíes quiere paz, quiere una vida normal, pero no tiene un líder político que les enseñe los beneficios de la paz. Lo que tenemos es un gobierno que amplifica las ansiedades y las sospechas. El que yo esté en minoría, no quiere decir que esté equivocado. No creo que Israel deba ser desarmada, y opino que nuestros interlocutores palestinos, egipcios o sirios cometieron y cometen graves errores. Pero sólo puedo ser responsable de mi lado, no del suyo. Yo sé que la parálisis que afecta a muchos israelíes es una señal de miedo y de desesperación, y los líderes nos llevan hacia una tragedia.
–En ese contexto aparece la amenaza de un ataque israelí contra Irán...
–Me preocupa mucho el tema de Irán. Me temo que Netanyahu ataque. No quiero que Irán sea nuclear, porque tiene un liderazgo fanático y peligroso. Las amenazas de borrar Israel del mapa y la negación del Holocausto son tremendas. Aun así, creo que es un error lanzar una guerra contra Irán, que quizá gane unos meses, pero los convertirá en un enemigo eterno para nosotros.
–En el tema de la presunta amenaza nuclear iraní, ¿Obama corre detrás de Netanyahu o Netanyahu detrás de Obama?
–No estoy seguro de que Obama vaya a actuar, si es que actúa. Creo que un ataque israelí será ineficaz, porque se puede demoler la infraestructura iraní, pero no se puede demoler el conocimiento iraní. Un ataque contra Irán podría retardar que se convierta en potencia nuclear por un par de meses o, con mucha suerte, por un año, lo que es lo mismo que nada. Y más tarde tendremos a un Irán atómico y legitimado para actuar contra Israel. En Irán hay un vasto sector de la población que es secular y que está en contra del régimen fundamentalista. Hace dos años el movimiento de la Ola Verde trató de sublevarse, pero fue aplastado por el régimen. Yo creo que ese sector puede llegar a derrocar al presidente Mahmoud Ajmadineyad y abrir un diálogo con Israel. Pero si Israel bombardea Irán, nunca los vamos a tener como interlocutores. Por el contrario, ellos también se van a convertir en fanáticos. Para mí, el mejor escenario es que Irán sea doblegado por las sanciones económicas internacionales.
–¿Qué opina de las revueltas en los países árabes?
–Yo estaba muy contento cuando empezaron las manifestaciones en la plaza Tahrir en El Cairo, y el pueblo egipcio rompió sus cadenas. Pero poco después, el islam fanático empezó a ganar protagonismo. Hay que esperar. No sabemos hacia dónde va todo. Me preocupa la posible caída de Jordania, ya que se trata de una entidad política relativamente artificial. Democracia no es sólo el gobierno de la mayoría, es la sensibilidad hacia las minorías. Otorgar igualdad de derechos a las mujeres, a los homosexuales, a las minorías. Espero que la democracia se establezca en Egipto aunque sea algo distinto de las democracias occidentales. Quiero creer que la democracia en Egipto o en Siria va a ser una variación de lo que entendemos por democracia en Occidente. Será su propio dialecto de la democracia.
–Usted llevaba años escribiendo La vida entera, en el que relata la historia de una madre que presiente que le van anunciar la muerte de su hijo en la guerra y que se va de su casa para no recibir la noticia. De repente un día alguien llama a su puerta, y le anuncia la muerte de su hijo Uri en la guerra del Líbano. ¿El haber vivido esa tragedia en primera persona cambió el sentido del libro?
–No, no. Llevaba dos años y medio escribiendo y se alargó un año más. No cambié el final que tenía en mente. Me acuerdo de que el día después de la semana de luto (la shivá) volví a mi estudio y empecé a escribir. De repente, me detuve y me dije: “¿Estas loco? ¿Tú, aquí, luchando con una metáfora, mientras tu mundo ha colapsado?”. Aun así, cuando encontré la palabra exacta, tuve la sensación de hacer algo correcto en un mundo totalmente incorrecto. Para mí fue una forma de elegir la vida.
–¿Qué le pasó a su escritura después de vivir el drama en primera persona.
–Cuando murió mi hijo decidí seguir escribiendo el libro porque yo entiendo mi existencia a través de la escritura. Así entiendo lo bueno, lo malo y lo terrible. Y cuando te ocurre una cosa así lo más básico que te ocurre es encontrarte en el exilio como si te hubieran quitado todo el contexto de tu vida.
–Ora, la protagonista, comienza a caminar y caminar, porque si está fuera de casa no le llegará nunca la noticia de una posible muerte de su hijo. ¿Ese peregrinar tiene algo que ver con el Éxodo, con la búsqueda de la Tierra Prometida?
–Peregrinar es una expresión maravillosa. Sí, en buena medida, sí tiene que ver con el Éxodo, con la búsqueda de la tierra de promisión, porque ese caminar le hace a Ora reencontrarse con sus señas de identidad como israelí.
–Esa mujer que camina para no recibir la noticia de que su hijo ha muerto, tiene su contracara en la Argentina con las rondas de las Madres de Plaza de Mayo, caminando en círculos en la plaza para reclamar –primero a la dictadura y después a la democracia– por la vida de sus hijos.
–Yo descubrí que esas caminatas en círculo implicaban la posibilidad de hacer algo –aunque fuera inconducente–, para no quedar paralizadas. En la tradición judía, el círculo tiene poder. Hay una historia sobre Joni, el hacedor de círculos. Joni era un rabino y cuando había sequía trazaba un círculo y se paraba adentro para provocar a Dios amenazando con que no saldría de allí hasta que Dios hiciera llover. Por supuesto que suena a locura, pero ahí está el poder de una sola persona para enfrentar las arbitrariedades. La única libertad que tenemos es la de hacer algo, aunque parezca loco. Hay un acto de dignidad en lo que fueron las manifestaciones de las Madres de Plaza de Mayo y en las manifestaciones silenciosas de mujeres israelíes. Son actos de una gran fuerza simbólica.
–En cada entrevista que concede le preguntan sobre guerra, paz, traumas, y posibilidades de llegar a un futuro acuerdo en Medio Oriente. ¿Cómo se siente en ese lugar?
–Siempre he creído que mi creación literaria puede aportar respuestas más profundas. Lo fascinante es que nuestra realidad es tan complicada, tan contradictoria. Yo acepto esas preguntas. Yo escribo sobre Medio Oriente desde siempre. Y es que “la situación” cambia o contamina el aire que respiro. Escribí sobre la Shoá, escribí sobre la ocupación y escribí sobre el conflicto entre israelíes y palestinos porque me tocan personalmente. Es mi vida, y entiendo mejor escribiendo sobre ello. Es mi forma de crear mi propio hogar. Mi lucha por la paz no es sólo para resolver los problemas territoriales o de seguridad. Yo creo que la paz es lo que nos garantizará la vida. No sólo la supervivencia. Nosotros somos los campeones de la supervivencia histórica. Pero no basta, quiero una vida completa.
–¿Hasta qué punto su último libro, Más allá del tiempo, es autobiográfico?
–Perdimos a nuestro hijo Uri en la segunda guerra del Líbano en el 2006. Pero no lo escribí como mi propia experiencia personal. Intenté entender cómo la muerte que entró en mi vida la cambió, y también lo que le pasa a una persona que se enfrenta con un hecho tan hermético como la muerte. Le dije a mi esposa, “estoy condenado a ser enviado a esta isla de castigo”. Por lo menos quiero pintarlo con mis propias palabras. He leído muchos libros describiendo esta situación, algunos de ellos muy buenos, pero no me dieron la respuesta que yo necesitaba. Yo sentí que en esa situación imposible, de repente la única libertad que uno tiene es la libertad de formar su propia tragedia, con sus propias palabras.
–“El niño ha muerto, pero su muerte… no murió.” Es una de las frases más estremecedoras que he escuchado...
–Sí, porque la muerte es una situación activa. Es una situación dinámica, no está congelada, no está totalmente estática. Todo el tiempo hay matices y ondas que nos afectan, que nos cambian.
–La realidad irrumpe permanentemente en su literatura, pero nada es comparable a la manera que la muerte de su hijo irrumpió en su vida... ¿Cómo lo cambió como escritor?
–Es difícil decir. Esta experiencia cambia algo muy profundo. Me considero un privilegiado por poder escribir. Y por no quedarme sin palabras ante una situación así.
–¿Ha pensado retratar la condición humana desde la perspectiva de alguno de sus vecinos árabes?
–Eso es una tarea para un escritor árabe. Me fascina lo que pasa a mi alrededor. Lo que pasa en Egipto, en Siria, en Jordania es un magnífico drama humano, pero se lo dejo a mis colegas...
–Sin embargo, en El viento amarillo usted logró retratar la condición palestina de manera magistral.
–En La vida entera también lo hice a través de la mirada del chofer palestino-israelí. Traté de mostrar todas sus complejidades y contradicciones. Es como si caminara en una cuerda floja entre los palestinos en Cisjordania y los judíos ortodoxos. Pero no puedo hacer una novela completa desde la perspectiva de un egipcio o un sirio. No creo que lo pueda hacer. Conozco mis limitaciones, pero uno nunca sabe.Lo más maravilloso de escribir es que uno nunca sabe cuál será su próximo tema. Lamentablemente, hay un montón de cuestiones existenciasles que no podemos tratar, porque toda la energía se va a los bordes de nuestra existencia: a la cuestión palestina, a los temas sobre los israelíes y el conflicto. Hay una frase que dice “toda la sangre va a la herida”. Nuestra herida durante los últimos 64 años ha sido la relación no resuelta con los palestinos. Toda nuestra sangre y la de nuestros jóvenes, el presupuesto, todo va a ese tema. Los soldados no tienen energía para entender lo que significa ser un ser humano.
–Por otra parte, el día en que resuelvan el conflicto con los palestinos, va a estallar otro: entre los judíos ortodoxos y los laicos...
–Eso puede pasar... Tal vez ya sea hora de que ese conflicto vea la superficie. Hay una situación anormal y absurda que consiste en que la parte secular y liberal de la sociedad debe soportar sobre sus hombros a la otra parte, la religiosa, que ni siquiera reconoce al Estado de Israel. De alguna manera, ése será un conflicto más auténtico porque nos obligará a trabajar con nuestra propia esencia como pueblo.
Perfil
David Grossman y sus libros
Estudió Filosofía y Arte Dramático en la Universidad Hebrea de Jerusalén, trabajando después para Radio Kol Israel, la radio nacional del país. Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas y ha recibido varios premios. Es autor de relatos cortos, cuentos infantiles y novelas.
Más allá del tiempo, 2012
Delirio, 2011
Escribir en la oscuridad, 2011
La vida entera, 2010
Memoria de la piel, 2007
La miel del león, 2007
La muerte como forma de vida, 2003
Entiendo con el cuerpo, 2002
Tú serás mi cuchillo, 2001
Un niño y su papá, 2001
Llévame contigo, 2000 (2010)
El duelo, 1998 (2003)
Chico zigzag, 1994
Presencias ausentes. Conversaciones con palestinos en Israel, 1992
El libro de la gramática interna, 1991 (2001)
El viento amarillo, 1987
Véase: amor, 1986 (2010)
La sonrisa del cordero, 1983
Miradas al Sur
06-05-2012