Cada martes se registra en el Salón Oval de la Casa Blanca una macabra reunión que el New York Times define como “el más extraño ritual burocrático” y que parece extraída de una novela de Mario Puzzo. El Times revela que “una vez por semana se reúnen más de 100 miembros del creciente aparato de seguridad nacional en una vídeoconferencia segura, para estudiar las biografías de presuntos terroristas y recomendar al presidente quiénes deben ser los próximos blancos que serán eliminados.
Walter Goobar
Cada martes se registra en el Salón Oval de la Casa Blanca una macabra reunión que el New York Times define como “el más extraño ritual burocrático” y que parece extraída de una novela de Mario Puzzo. La crónica del Times que lleva la firma de Jo Becker y Scott Shane y el elocuente título "Lista secreta de asesinatos, prueba de los principios y la voluntad de Obama", revela que “cada semana se reúnen más de 100 miembros del creciente aparato de seguridad nacional del gobierno, en una vídeoconferencia segura, para estudiar las biografías de presuntos terroristas y recomendar al presidente quiénes deben ser los próximos blancos que serán eliminados. Ese proceso secreto de ‘nominaciones’ es un invento del gobierno de Obama, un nefasto círculo de discusión que estudia las diapositivas de PowerPoint con los nombres, alias y biografías de presuntos miembros de la filial de al Qaida en Yemen o sus aliados en la milicia Shabab en Somalia. Las nominaciones van a la Casa Blanca, donde por su propia insistencia y guiado por el ‘zar’ del contraterrorismo John O. Brennan, Obama debe aprobar cada nombre”.
Los funcionarios recomiendan pero la última palabra la tiene Obama que firma personalmente la condena a muerte de los “sospechosos”, independientemente de que se trate de ciudadanos morteamericanos o extranjeros. Ninguno de esos sospechosos ha sido jamás condenado por ningún tribunal, pero el presidente de los EE.UU. se arroga literalmente el derecho de decidir sobre su vida o su muerte. Una vez firmada esta parodia de sentencia de muerte es inapelable y ni siquiera criticable, puesto que es secreta.
El artículo del Times, basado -en gran parte-, en entrevistas con “tres docenas de sus actuales y antiguos consejeros” es una manera de blanquear ante la opinión pública un programa “secreto” del cual el presidente y sus allegados están bastante orgullosos y sobre el que pretenden jactarse y capitalizar en un año electoral. En ese sentido, el columnista Robert Scheer lo denomina un artículo “plantado”por el propio gobierno.
El Times revela que el presidente derrocha una cantidad sorprendente de tiempo supervisando ese ranking de presuntos terroristas nominados para ser asesinados mediante el programa de drones -aviones no tripulados, dirigidos a control remoto-, que Obama heredó del presidente George W. Bush pero que el actual inquilino de la Casa Blanca ha expandido exponencialmente. En otras palabras,esos “martes del terror” implican que los asesinatos se han institucionalizado, normalizado y burocratizado alrededor de la figura del presidente.
El ex profesor de Derecho Constitucional y premio Nóbel de la Paz, puede prescribir la muerte de cualquier “nominado” eligiendo entre las biografías en PowerPoint incluidas en esa lista de candidatos al asesinato, y luego ordenar que los drones lo liquiden. Según el Times, la organización de la muerte robótica se ha convertido en la idea fija del gobierno, una especie de culto a la muerte en el Salón Oval.
Obama ha aprobado y supervisado el crecimiento de un programa de asesinatos notablemente poderoso en Yemen, Somalia y Pakistán. Además lo ha hecho regularmente, objetivo tras objetivo, nombre tras nombre.
Según Becker y Shane, el presidente Obama también ha estado involucrado en el uso de un método fraudulento de recuento de asesinatos de drones que minimiza las muertes de civiles.
El Times califica el papel de Obama en la maquinaria de asesinatos mediante drones de “sin precedentes en la historia presidencial”. El Times protesta débilmente diciendo que “es demasiado poder para un presidente” pero hipócritamente propone “establecer criterios certeros” para la inclusión de alguno en la “kill list”.
Los ataques norteamericanos con aviones no tripulados se han multiplicado en los meses de abril y mayo, confirmando el entusiasmo creciente de Obama por esta forma de combate, la más representativa del siglo XXI. Los drones teledirigidos Predator y Reaper, son fabricados por General Atomics en California, y van armados con misiles Hellfire, producidos por Lockheed Martin en Alabama. Los drones cuestan 13 millones de dólares por unidad y, según Becker y Shane, “se han convertido en un símbolo del poder de Estados Unidos”. El Pentágono cuenta con unos 19.000 para tareas de espionaje o de combate, pero la CIA también dispone de su propia flota. De hecho, es este servicio de espionaje convertido en una organización paramilitar, el que conduce la actual guerra secreta de Obama.
En sus primeros tres años en la Casa Blanca, Obama habría aprobado personalmente 268 ataques con drones, cinco veces más que en los ocho años de Bush, según informa Christopher Griffin en un reportaje publicado por la revista Rolling Stone. En una investigación titulada "El ascenso de los drones asesinos, Rolling Stone revela cómo Estados Unidos hace la guerra en secreto. Miles de personas habrían muerto en esos ataques, incluidos no pocos civiles. La guerra secreta de Obama, escribe Griffin, “supone la mayor ofensiva aérea no tripulada por seres humanos jamás realizada en la historia militar: nunca tan pocos habían matado a tantos por control remoto”. Sólo en Pakistán, según informa Seumas Milne en The Guardian, los drones habrían matado a unas 3.000 personas, de las cuales un tercio eran civiles.
Estas ejecuciones ya han incluido, el pasado 30 de septiembre, en Yemen, a un ciudadano norteamericano, Anwar Al Awlaki, un predicador islamista supuestamente vinculado a Al Qaeda.
La eliminación de Awlaki ha sido pura y simplemente decretada por el presidente, que ha hecho a la vez de juez, jurado y verdugo”, denunció el abogado Glenn Greenwald en un artículo en salon.com. “Lo peor no es solamente que la gente no se va a ofender sino que también va a aplaudir frenéticamente el derecho otorgado al Estado estadounidense de asesinar a sus compatriotas, lejos de todo campo de batalla y sin la menor apariencia de proceso judicial”, remarcó el letrado.
Más recientemente, el 5 de junio pasado, EEUU perpetró el asesinato dell número dos de Al Qaida, el libio Abu Yahya al Libi en Pakistán. Al Libi, ascendió a la vicejefatura de Al Qaeda cuando el egipcio Ayman al Zawahri reemplazó a Bin Laden luego de su asesinato por un comando militar estadounidense en ese mismo país el 2 de mayo de 2011.
Obama no es el primer presidente de los EE UU que toma tanto interés en los asesinatos. El homicidio ha sido siempre un arma de la política exterior de EE UU en los períodos de turbulencia, en los años sesenta.
John F. Kennedy conocía las tramas de asesinatos, inspirados o respaldados por la CIA, contra Fidel Castro en Cuba, Patrice Lumumba en el Congo y el autócrata sudvietnamita (y ostensible aliado) Ngo Dinh Diem? (Lumumba y Diem fueron exitosamente asesinados.) De la misma manera, durante la presidencia de Lyndon Johnson, la CIA realizó una campaña masiva de asesinatos en Vietnam, la Operación Phoenix. Resultó ser un programa de eliminación de decenas de miles de vietnamitas, de verdaderos enemigos y de otros que simplemente fueron incluidos en el proceso. La sucesión de escándalos obligó al presidente Gerald Ford a promulgar en 1976 una orden ejecutiva que prohibía ese tipo de crímenes. “Ningún empleado del gobierno de los EE UU se involucrará o conspirará para involucrarse en asesinatos políticos”, decía el texto de la Orden Ejecutiva 11905, actualmente inoperativa.
Durante su mandato, el presidente George Bush se limitaba a ordenar la arbitraria detención de cualquier sospechoso del mundo: si debía ser asesinado, el acusado era por lo menos procesado por una corte marcial norteamericana. Ahora, Obama -que fue elegido prometiendo el cierre de la prisión de Guantánamo y a no permitir que los sospechosos fueran detenidos indefinidamente sin juicio-, concluye su primer mandato firmando personalmente la lista de los asesinatos de estado. Detenerlos sin proceso, está mal, pero matarlos sin proceso, está bien. Resulta siniestro el entusiasmo de este presidente por instigar o expandir guerras secretas, realizadas por aviones no tripulados y tropas de elite fuera de todo control. El poder absoluto ha decidido mostrarse sin máscaras..
02-07-2012