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Un Estado llamado Palestina

Luces y sombras se ciernen sobre los palestinos tras la histórica votación en la Asamblea General de la ONU

Walter Goobar
Ls palestinos ya habían sido reconocidos por multitud de países y millones de personas de todo el mundo. Ahora, Palestina ha dejado de ser una “entidad” y es considerada como un Estado para las Naciones Unidas: la Asamblea General de la ONU aprobó este jueves por mayoría absoluta (138 votos a favor, nueve en contra y 41 abstenciones) reconocer a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) como un Estado observador no miembro. La resolución “reafirma el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación e independencia en un Estado de Palestina a partir de las fronteras de 1967” y expresa la “urgente necesidad” de reanudar y acelerar las negociaciones para alcanzar un acuerdo de paz “justo, duradero y completo” basado en las resoluciones de la ONU, los principios de Madrid y la hoja de ruta del Cuarteto. Este nuevo estatus permite además a Palestina denunciar a Israel ante la Corte Penal Internacional y solicitar el ingreso en otras agencias de la ONU.
La votación de Nueva York se produjo en una fecha simbólica: coincidió con el aniversario de la partición de Palestina hace 65 años. En esa oportunidad, los judíos de todo el mundo lo celebraron, y ahora les toca el turno a los palestinos, que están replicando paso a paso la estrategia de la independencia de Israel. El contundente triunfo diplomático de la Autoridad Nacional Palestina ante la Asamblea General hizo estallar de júbilo a los habitantes de los territorios ocupados –pero al mismo tiempo–, hizo bramar al gobierno de Benjamín Netanyahu quien –desafiante–, anunció la constucción de 3.000 nuevos asentamientos en Cisjordania y Jerusalén.
“En este momento los palestinos nos encontramos contra la pared. Hemos intentado por todos los medios llegar hasta los israelíes, primero mediante la lucha armada, durante 22 años, y después negociando, durante 20 años, y nada ha dado resultado. Lo que se hizo en Nueva York es tratar de restablecer la legalidad internacional”, explica el doctor Mohammed Odeh, responsable de Fatah para España y América latina.
Según Saeb Erekat , jefe negociador palestino: “El voto en la ONU no va a liberar a Palestina de la colonización y del apartheid impuestos por Israel. Sin embargo, es un gran paso en la dirección correcta. Es la consolidación del gran apoyo internacional al derecho a la autodeterminación del pueblo palestino, lo que sin duda es la única forma de lograr el objetivo común de un Oriente Medio de paz, democracia y prosperidad.”
Erekat afirma que “el derecho a la autodeterminación de cualquier pueblo no es negociable” y que “la votación fue la confrontación directa entre la agenda colonial israelí y nuestra agenda de paz. Pero nosotros hemos vencido una batalla importante y creemos que con ello podemos impulsar aún más nuestra agenda diplomática y no violenta para lograr la independencia de Palestina”.
“Nuestro objetivo es acabar con la ocupación, no con Israel. Nuestro objetivo es adherir a Palestina al mapa, no borrar a Israel de él. Pero las políticas de apartheid de Israel nos están llevando a un abismo en el que perdemos todos”, advierte Erekat.
Para que el Estado palestino se convierta en algo real se necesitan algo más que símbolos. Estados Unidos tendría que permitir el reconocimiento de Palestina como Estado de pleno derecho en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. E Israel tendría que retirarse de Cisjordania, ahora separada, dividida y esparcida en un mapa agujereado por asentamientos en los que viven 650 mil colonos. De lo contrario, estaríamos ante un Estado palestino con miles de fronteras –una en cada asentamiento judío– y con instituciones que llevan años asfixiadas económica y militarmente. Por no hablar de la desconexión territorial de Cisjordania y Gaza, divididas por territorio israelí.
En Medio Oriente las celebraciones son un asunto riesgoso. Las esperanzas siempre resultan defraudadas. Pero la votación debe ser también un golpe para Estados Unidos, cuyo presidente ha mantenido su acostumbrada obediencia a Netanyahu, suplicando en vano al mundo que siga la línea israelí-estadounidense: negociaciones directas de “paz” con los palestinos, a pesar de que la construcción de colonias israelíes prosigue a un ritmo colosal. Como si se tratara de un perverso juego de espejos en el que las imágenes aparecen invertidas, Netanyahu niega cualquier reconocimiento de la Autoridad Nacional Palestina y –al mismo tiempo–, entrega al beligerante Hamás el enorme reconocimiento político de un cese al fuego bajo las condiciones impuestas por los islamistas de Gaza.
El veterano pacifista israelí Uri Avnery tiene 89 años, pero sigue siendo una voz discordante que exige paz con los palestinos, paz con Hamás y un Estado palestino en las viejas fronteras de 1967. Hace 30 años, Avnery jugaba ajedrez con Yasser Arafat en las ruinas de Beirut: “Cuando me reuní con Arafat, en 1982, los términos estaban todos allí. Los términos mínimos y máximos de los palestinos son los mismos: un Estado palestino junto a Israel, que comprenda Cisjordania y la Franja de Gaza y tenga su capital en Jerusalén oriental; pequeños intercambios de tierra y una solución simbólica al problema de los refugiados. Pero esto yace sobre la mesa como una flor marchita. Nos mira día tras día. Hemos cedido la Franja de Gaza, pero para apoderarnos de Cisjordania, de la misma forma en que Menahem Begin cedió el Sinaí para quedarse con toda Palestina.”
Avnery está convencido de que el gran ganador de la última ofensiva israelí contra Gaza es Hamás. Uri Avnery se pregunta: ¿por qué Netanyahu socava a los moderados que quieren la paz y son capaces de conseguirla? ¿Por qué eleva a los extremistas, que se oponen a la paz? La respuesta –dice Avnery– la expresa abiertamente el canciller Avigdor Lieberman, ahora el segundo de Netanyahu; quiere destruir a Abbas para así anexarse Cisjordania y abrirles el camino a los colonos.
El escenario planteado por Avnery está lejos de ser una simple fantasía de un pacifista irreductible: antes de partir para Estados Unidos, el presidente Mahmud Abbás dijo que si Israel no se aviene a mostrar flexibilidad en las negociaciones, él mismo invitará a Netanyahu a Ramalá, le entregará “las llaves de Cisjordania” y se marchará a su casa. Si esto llega a ocurrir se crearía una situación caótica en los territorios ocupados, ya que Israel se debería hacer cargo de su administración, es decir volver a la situación que existió entre la guerra de 1967 y el estallido de la primera intifada en 1987.
De todos modos, Abbas –que carece del carisma de Arafat–, les estaría haciendo a Netanyahu, a Liberman y a los fundamentalistas de Hamás el regalo que tanto se ha hecho esperar.
Miradas al Sur
01-12-2012

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